/ miércoles 9 de mayo de 2018

Cuchillito de palo | Linchamiento

La confusión, la desinformación y los antagonismos, ahogan un proceso electoral, del que sólo se escucha el ruido. En este “todos contra todos” se aprovecha para cobrar venganza, pasarle factura a los enemigos y buscar, a como dé lugar eliminarlos.

Una excelente mujer, a la que conozco hace décadas, me cuenta que, al llegar a su casa se encontró con que una vecina golpeaba a otra. La agresora, joven y famosa en la colonia por su violencia, amenazó a mi amiga y la denunció porque “le destrozó el rostro” (Ni siquiera la tocó, sólo las separó). Exige 80 mil pesos para una “cirugía reconstructiva”, cantidad que mi querida Sylvia no ha visto junta, en su vida. Tuvo que acudir a un abogado, quien le pidió 10 mil pesos para ampararla; el individuo tomó el dinero y desapareció.

Así estamos viviendo. Inocentes que caen en el garlito consecuencia del destrozo del tejido social. Se falta al respeto a mujeres embarazadas, a los ancianos. Se perdió cualquier sentido de solidaridad, de convivencia pacífica. Cero tolerancia, cero tener en cuenta la “otredad”. Esto, a cualquier nivel y agigantado en los lugares donde la delincuencia organizada, controla con una crueldad demencial.

Inmersos en esta debacle, las campañas reproducen la enfermedad social. Se asesina a políticos, a funcionarios, a candidatos. Se mata a sacerdotes, a periodistas, nadie está inmune. La “guerra contra el narco” no se limitó a la pérdida de personas, sino que destrozó valores esenciales.

En este contexto, los discursos se llenan de ofensas, ataques a diversos sectores y de uno a otro, sin más trascendencia.

“El puntero” llena las redes sociales de falsos internautas, dedicados a insultar, a agredir a todo aquel que piense distinto. Los mensajes a articulistas y columnistas llegan llenos de amenazas de muerte, incluida la familia. Sin argumentos se ataca.

Un ambiente que me hace recordar la persecución en contra del escritor Indio-británico, Salman Rushdie, en 1989, a raíz de la publicación de su libro, “Versos Satánicos”. Grupos radicales del Islam decidieron que ofendía al Corán y durante años tuvo que vivir en la sombra, bajo protección constante y el temor de la muerte juramentada.

Hace dos años y pico, el semanario satírico francés, “Charlie Hebdó”, sufrió un atentado que costó la vida de 12 personas, a manos del estado islámico.

Se puede o no estar de acuerdo con estas publicaciones, pero las ampara la libertad de expresión y tienen derecho a existir, guste o no. Quienes disienten de ellas pueden ignorarlas. A quien le molesta equis escritor o un equis periodista, puede obviar sus escritos y su voz.

La línea de la libertad de expresión es sutil y se rompe con facilidad. Se bloquea la proyección de una serie sobre el populismo, cuando hace seis años se exhibió en cine, un documental de López Obrador, de Luis Mandoki. Se hacen oídos sordos a las barbaridades de Paco Ignacio Taibo, pero se quema en leña verde a Ricardo Alemán, por un retuit, ciertamente condenable, pero hecho desde su cuenta en la red y no desde sus tribunas televisivas.

Tampoco se dice de las fuertes amenazas en su contra y se le destroza, como si sus detractores fueran un dechado de ética. Ni comparto su ideología ni sus escritos, pero, mucho menos el linchamiento, en particular a cargo de supuestos “colegas”. Y si de violencia hablamos, de más de uno la he leído y escuchado: sepulcros blanqueados, ¿o intereses creados?

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

La confusión, la desinformación y los antagonismos, ahogan un proceso electoral, del que sólo se escucha el ruido. En este “todos contra todos” se aprovecha para cobrar venganza, pasarle factura a los enemigos y buscar, a como dé lugar eliminarlos.

Una excelente mujer, a la que conozco hace décadas, me cuenta que, al llegar a su casa se encontró con que una vecina golpeaba a otra. La agresora, joven y famosa en la colonia por su violencia, amenazó a mi amiga y la denunció porque “le destrozó el rostro” (Ni siquiera la tocó, sólo las separó). Exige 80 mil pesos para una “cirugía reconstructiva”, cantidad que mi querida Sylvia no ha visto junta, en su vida. Tuvo que acudir a un abogado, quien le pidió 10 mil pesos para ampararla; el individuo tomó el dinero y desapareció.

Así estamos viviendo. Inocentes que caen en el garlito consecuencia del destrozo del tejido social. Se falta al respeto a mujeres embarazadas, a los ancianos. Se perdió cualquier sentido de solidaridad, de convivencia pacífica. Cero tolerancia, cero tener en cuenta la “otredad”. Esto, a cualquier nivel y agigantado en los lugares donde la delincuencia organizada, controla con una crueldad demencial.

Inmersos en esta debacle, las campañas reproducen la enfermedad social. Se asesina a políticos, a funcionarios, a candidatos. Se mata a sacerdotes, a periodistas, nadie está inmune. La “guerra contra el narco” no se limitó a la pérdida de personas, sino que destrozó valores esenciales.

En este contexto, los discursos se llenan de ofensas, ataques a diversos sectores y de uno a otro, sin más trascendencia.

“El puntero” llena las redes sociales de falsos internautas, dedicados a insultar, a agredir a todo aquel que piense distinto. Los mensajes a articulistas y columnistas llegan llenos de amenazas de muerte, incluida la familia. Sin argumentos se ataca.

Un ambiente que me hace recordar la persecución en contra del escritor Indio-británico, Salman Rushdie, en 1989, a raíz de la publicación de su libro, “Versos Satánicos”. Grupos radicales del Islam decidieron que ofendía al Corán y durante años tuvo que vivir en la sombra, bajo protección constante y el temor de la muerte juramentada.

Hace dos años y pico, el semanario satírico francés, “Charlie Hebdó”, sufrió un atentado que costó la vida de 12 personas, a manos del estado islámico.

Se puede o no estar de acuerdo con estas publicaciones, pero las ampara la libertad de expresión y tienen derecho a existir, guste o no. Quienes disienten de ellas pueden ignorarlas. A quien le molesta equis escritor o un equis periodista, puede obviar sus escritos y su voz.

La línea de la libertad de expresión es sutil y se rompe con facilidad. Se bloquea la proyección de una serie sobre el populismo, cuando hace seis años se exhibió en cine, un documental de López Obrador, de Luis Mandoki. Se hacen oídos sordos a las barbaridades de Paco Ignacio Taibo, pero se quema en leña verde a Ricardo Alemán, por un retuit, ciertamente condenable, pero hecho desde su cuenta en la red y no desde sus tribunas televisivas.

Tampoco se dice de las fuertes amenazas en su contra y se le destroza, como si sus detractores fueran un dechado de ética. Ni comparto su ideología ni sus escritos, pero, mucho menos el linchamiento, en particular a cargo de supuestos “colegas”. Y si de violencia hablamos, de más de uno la he leído y escuchado: sepulcros blanqueados, ¿o intereses creados?

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq