Cuando se planteó el tema de cómo financiar un buen sistema de salud en el primer debate presidencial, fue lamentable ver que las mujeres que compiten por gobernar el país no tienen un interés genuino de mejorar este servicio y hacerlo más accesible a las mexicanas.
Nada de lo que decían me hacía querer votar por alguna de ellas; Claudia Sheinbaum aseguraba que iba a invertir más en salud con recursos que se generaron en el combate a la corrupción en Cuatrotelandia, y Xóchitl Gálvez se quiso ver innovadora con su tarjeta blockchain para pagar servicios de salud (ojalá tuviera idea de cuántas mujeres carecen de una cuenta bancaria).
Mientras hacían del debate un circo de dimes y diretes por el Seguro Popular, recordé que llevo más de 10 años cotizando en el IMSS, es decir, un periodo en el que se me ha descontado cada mes de mi salario para tener acceso a los servicios de salud pública, un crédito a la vivienda y un ahorro para el retiro.
Hasta ahora no tengo un expediente clínico que dé seguimiento a mi salud física y mental, tampoco tengo un crédito a la vivienda porque no me alcanza y de la pensión, mejor ni hablamos. Recordemos que por eso, este espacio se llama Desaforada.
En estos más de 10 años llevo gastando al doble en salud, por un lado se me descuenta cada mes de mi salario una parte para la seguridad social, donde nunca uso los servicios médicos públicos; y por otro lado, gasto recursos en el sector privado para poder atenderme alguna gripe o dolor de estómago.
De hecho, hace poco fui al ginecólogo, un servicio básico al que cualquier mexicana debería tener acceso desde la adolescencia. Me realizaron una colonoscopía, ultrasonido de útero, ovarios y una revisión de mamas. Me cobró 2,200 pesos. Fue un golpe para mi bolsillo, pues no es dinero que me sobre.
Lo menciono porque son este tipo de situaciones a las que se enfrentan millones de mexicanos, en la que tienen seguridad social, pero no usan los servicios públicos y gastan en servicios privados (llámense Dr. Simi, Salud Digna o Los Ángeles). Tenemos un servicio de salud deficiente que agoniza no solo en sus finanzas, sino también en los servicios.
Las candidatas desaprovecharon una oportunidad monumental para exponer a los mexicanos cómo solucionar este problema en que los mexicanos gastan el doble en salud y que una cobertura universal no puede ser realidad si sólo aportan algunos.
Me refiero a que, actualmente sólo 40% de los mexicanos realizan aportaciones para la seguridad social y el 60% restante no los tiene porque trabaja en la informalidad laboral.
Si alguna de las candidatas hubiera planteado el problema que representa tener esta barrera entre lo informal-formal en el sistema de salud, habría sido más interesante y creíble su interés por mejorar los servicios de salud desde los más básicos hasta los más especializados.
Es claro que intentar mantener un sistema de salud con las aportaciones del 40% de la población no es sostenible. Y si ambas están hablando de un sistema universal, deberían empezar por cambiar la estructura laboral de este desgastado país que lejos de está de ser Dinamarca.
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