/ sábado 7 de agosto de 2021

Disco duro | “Que se vayan todos”

“Que se vayan todos los ministros del Tribunal Electoral, no sólo el destituido presidente José Luis Vargas”, dijo Andrés Manuel López Obrador. Que renuncien por inmorales, remató, al comentar la crisis que vive esa instancia jurisdiccional en su interior.

Pero el llamado presidencial en realidad es más amplio, se extiende al INE, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (donde sólo un ministro es confiable), a la Cofece, a la CRE, a los think tank de la sociedad civil, a la oposición, a los empresarios, a los medios de comunicación, a la clase media aspiracionista, a los 70 millones de mexicanos que no votaron por él, a los científicos del SNI, a los intelectuales con posgrado, etcétera.

Es decir, a la inmensa mayoría de los mexicanos que no constituyen el pueblo bueno, compuesto por los 30 millones que votaron por él, que son los únicos que valen la pena. Desde su óptica, 70% de los mexicanos sobramos. Deberíamos esfumarnos. Desaparecer.

Todos los días desde su púlpito nos lo hace saber. Unos días se refiere a unos, otro día a otros.

Lo ideal, siguiendo esa línea de pensamiento, sería comenzar de cero la patria de Cuauhtémoc y Moctezuma, con un sistema de producción que no fuera más allá de lo ejidal, sin tecnología enajenante, sin viajes al exterior para no contaminarnos, sin educación superior que aliene a los individuos.

Con un Estado benefactor que regule desde las alturas las contradicciones sociales. Un Estado que provea todo lo que los individuos necesiten y éstos se lo agradezcan constantemente, con un pensamiento único que permee en los medios de comunicación felices por ser considerados parte del proyecto del Nuevo México; donde todos ganen lo justo (concepto que el gobierno definirá en función de cada ciudadano); donde no haya excesos ni excentricidades; donde nadie aspire a ser nada más de lo que es; donde las mujeres no salgan de su casa a trabajar y se queden a cuidar a los enfermos y ancianos; donde los criminales sufran, en lugar de penas de cárcel, el repudio de sus madres, lo que los hará regresar al buen redil.

Un lugar donde los militares sean 100% puros, pues son incapaces de robar o violar derechos humanos, ya que son del pueblo, vienen de él, lo que los incapacita para hacer el mal.

Que se vayan todos y se queden unos cuantos con los cuales rehacer la nación podrida que hoy somos.

Y pues nada: debe ser frustrante abrir los ojos y comprobar que ese México sólo existe en la cabeza de un solo hombre, que en los hechos el país es pujante, heterogéneo, plural, que está plagado de contradicciones, capaz de ser solidario aun entre clases sociales, con problemas añejados por décadas de malos gobiernos, con mexicanos buenos y malos, la mayoría pecadores promedio, con ricos y pobres capaces de cometer, por igual, actos nobles y criminales.

Quizá por eso el enojo diario del Presidente, que quisiera unanimidad y no mayorías, al que le estorbamos 70 millones de mexicanos para su proyecto de nación. Millones que no nos vamos a ir, que vamos a seguir aquí después de su mandato, que no le compramos el despropósito de que por el solo hecho de no aprobar todas sus políticas somos mexicanos de segunda.

Hacía mucho que no gobernaba un presidente con tan altos niveles de popularidad, enarbolando un proyecto de país con acendrado carácter social. ¿Por qué entonces tirar todo por la borda odiando a las mayorías que no están con él?

Lo único cierto es que no nos vamos a ir, aunque él quiera.

“Que se vayan todos los ministros del Tribunal Electoral, no sólo el destituido presidente José Luis Vargas”, dijo Andrés Manuel López Obrador. Que renuncien por inmorales, remató, al comentar la crisis que vive esa instancia jurisdiccional en su interior.

Pero el llamado presidencial en realidad es más amplio, se extiende al INE, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (donde sólo un ministro es confiable), a la Cofece, a la CRE, a los think tank de la sociedad civil, a la oposición, a los empresarios, a los medios de comunicación, a la clase media aspiracionista, a los 70 millones de mexicanos que no votaron por él, a los científicos del SNI, a los intelectuales con posgrado, etcétera.

Es decir, a la inmensa mayoría de los mexicanos que no constituyen el pueblo bueno, compuesto por los 30 millones que votaron por él, que son los únicos que valen la pena. Desde su óptica, 70% de los mexicanos sobramos. Deberíamos esfumarnos. Desaparecer.

Todos los días desde su púlpito nos lo hace saber. Unos días se refiere a unos, otro día a otros.

Lo ideal, siguiendo esa línea de pensamiento, sería comenzar de cero la patria de Cuauhtémoc y Moctezuma, con un sistema de producción que no fuera más allá de lo ejidal, sin tecnología enajenante, sin viajes al exterior para no contaminarnos, sin educación superior que aliene a los individuos.

Con un Estado benefactor que regule desde las alturas las contradicciones sociales. Un Estado que provea todo lo que los individuos necesiten y éstos se lo agradezcan constantemente, con un pensamiento único que permee en los medios de comunicación felices por ser considerados parte del proyecto del Nuevo México; donde todos ganen lo justo (concepto que el gobierno definirá en función de cada ciudadano); donde no haya excesos ni excentricidades; donde nadie aspire a ser nada más de lo que es; donde las mujeres no salgan de su casa a trabajar y se queden a cuidar a los enfermos y ancianos; donde los criminales sufran, en lugar de penas de cárcel, el repudio de sus madres, lo que los hará regresar al buen redil.

Un lugar donde los militares sean 100% puros, pues son incapaces de robar o violar derechos humanos, ya que son del pueblo, vienen de él, lo que los incapacita para hacer el mal.

Que se vayan todos y se queden unos cuantos con los cuales rehacer la nación podrida que hoy somos.

Y pues nada: debe ser frustrante abrir los ojos y comprobar que ese México sólo existe en la cabeza de un solo hombre, que en los hechos el país es pujante, heterogéneo, plural, que está plagado de contradicciones, capaz de ser solidario aun entre clases sociales, con problemas añejados por décadas de malos gobiernos, con mexicanos buenos y malos, la mayoría pecadores promedio, con ricos y pobres capaces de cometer, por igual, actos nobles y criminales.

Quizá por eso el enojo diario del Presidente, que quisiera unanimidad y no mayorías, al que le estorbamos 70 millones de mexicanos para su proyecto de nación. Millones que no nos vamos a ir, que vamos a seguir aquí después de su mandato, que no le compramos el despropósito de que por el solo hecho de no aprobar todas sus políticas somos mexicanos de segunda.

Hacía mucho que no gobernaba un presidente con tan altos niveles de popularidad, enarbolando un proyecto de país con acendrado carácter social. ¿Por qué entonces tirar todo por la borda odiando a las mayorías que no están con él?

Lo único cierto es que no nos vamos a ir, aunque él quiera.