/ sábado 19 de febrero de 2022

Disco duro | Un México donde quepamos todos

En su afán de desagraviar y respaldar al Presidente de la República, por el pleito que se trae con la prensa que lo critica, los gobernadores y senadores de Morena incurrieron en excesos verbales preocupantes, porque más que defender a su líder, mostraron un talante autoritario que deja muy poco espacio a la pluralidad, a la diversidad, al debate de ideas y, a final de cuentas, descarta a la democracia como forma de gobierno.

Unos dijeron que el presidente “encarna a la Patria y al Pueblo”, los otros, que quien osa criticar al presidente es “traidor a la patria”. Es decir, no hay margen para disentir, para manejar ideas propias diferentes a las del poder, o es todo o nada. Es el borde de una guerra civil.

Por más de 30 años he trabajado en espacios de opinión de medios que han privilegiado el debate plural de ideas, el disenso civilizado, abarcando todo el espectro plural y heterógeneo que hay en México, de la izquierda a la derecha.

La enseñanza de que la vida tiene matices ha sido enriquecedora. He aprendido que no hay ni villanos ni héroes absolutos, sino hombres de carne y hueso con convicciones, altura de miras y todos, todos, con debilidades de carácter, con defectos que siempre los humanizaron. Leyendo a Esteban Illades o Roger Bartra aprendí, por ejemplo, de la infinidad de matices de la izquierda mexicana a lo largo del siglo XX.

Años de maduración democrática que esta semana nos dijeron que ya no existen: o se es incondicional de poder o se es un delincuente político. O amas al líder o eres un traidor, al mejor estilo de la era de la revolución cultural de Mao. El culto a la personalidad por encima de la reflexión política seria. Luis XV, “el Estado soy yo”.

Quiero pensar que estos excesos retóricos responden más a una coyuntura estridente que a una real convicción de que la pluralidad del país se ha acabado por decreto. Conozco y dialogo seguido con legisladores y funcionarios de Morena a quienes respeto y en no pocos casos admiro; han procurado que entienda los matices sociales de un gobierno que ha venido a llenar huecos dejados por el neoliberalismo que fue plaga en el mundo.

He pasado también horas de café con ellos disintiendo de algunas políticas públicas. Y al final acabamos siempre como amigos, riéndonos de las cosas que nos unen. Igual con panistas y priístas que me acercan sus puntos de vista y a los que igual celebro y respeto.

Todos entienden esta necesidad de que el debate nacional sea así, civilizado, no como en tuiter donde todo es odio. Y me han reconocido que el país es muy grande, plural y heterogéneo.

¿Por qué venir ahora con ese desplante autoritario de que no caben los que no estén incondicional y ciegamente con el presidente”?

Necesitamos serenarnos y entender que requerimos un México donde quepamos todos. Donde se pueda disentir sin tener miedo a represalias y donde podamos comparar puntos de vista. Donde al hablar del pueblo no sea para marcar una división social con las clases medias y altas, o con el empresariado, que por eliminación no son pueblo, ni siquiera mexicanos por los que se deba también gobernar. Absurdo.

Se entiende la lucha por cerrar las brechas de desigualdad, pero no tendría que ser a costa de balcanizar al país. Gobernadores y senadores han de recordar que la violencia física siempre comienza por la violencia verbal.

En su afán de desagraviar y respaldar al Presidente de la República, por el pleito que se trae con la prensa que lo critica, los gobernadores y senadores de Morena incurrieron en excesos verbales preocupantes, porque más que defender a su líder, mostraron un talante autoritario que deja muy poco espacio a la pluralidad, a la diversidad, al debate de ideas y, a final de cuentas, descarta a la democracia como forma de gobierno.

Unos dijeron que el presidente “encarna a la Patria y al Pueblo”, los otros, que quien osa criticar al presidente es “traidor a la patria”. Es decir, no hay margen para disentir, para manejar ideas propias diferentes a las del poder, o es todo o nada. Es el borde de una guerra civil.

Por más de 30 años he trabajado en espacios de opinión de medios que han privilegiado el debate plural de ideas, el disenso civilizado, abarcando todo el espectro plural y heterógeneo que hay en México, de la izquierda a la derecha.

La enseñanza de que la vida tiene matices ha sido enriquecedora. He aprendido que no hay ni villanos ni héroes absolutos, sino hombres de carne y hueso con convicciones, altura de miras y todos, todos, con debilidades de carácter, con defectos que siempre los humanizaron. Leyendo a Esteban Illades o Roger Bartra aprendí, por ejemplo, de la infinidad de matices de la izquierda mexicana a lo largo del siglo XX.

Años de maduración democrática que esta semana nos dijeron que ya no existen: o se es incondicional de poder o se es un delincuente político. O amas al líder o eres un traidor, al mejor estilo de la era de la revolución cultural de Mao. El culto a la personalidad por encima de la reflexión política seria. Luis XV, “el Estado soy yo”.

Quiero pensar que estos excesos retóricos responden más a una coyuntura estridente que a una real convicción de que la pluralidad del país se ha acabado por decreto. Conozco y dialogo seguido con legisladores y funcionarios de Morena a quienes respeto y en no pocos casos admiro; han procurado que entienda los matices sociales de un gobierno que ha venido a llenar huecos dejados por el neoliberalismo que fue plaga en el mundo.

He pasado también horas de café con ellos disintiendo de algunas políticas públicas. Y al final acabamos siempre como amigos, riéndonos de las cosas que nos unen. Igual con panistas y priístas que me acercan sus puntos de vista y a los que igual celebro y respeto.

Todos entienden esta necesidad de que el debate nacional sea así, civilizado, no como en tuiter donde todo es odio. Y me han reconocido que el país es muy grande, plural y heterogéneo.

¿Por qué venir ahora con ese desplante autoritario de que no caben los que no estén incondicional y ciegamente con el presidente”?

Necesitamos serenarnos y entender que requerimos un México donde quepamos todos. Donde se pueda disentir sin tener miedo a represalias y donde podamos comparar puntos de vista. Donde al hablar del pueblo no sea para marcar una división social con las clases medias y altas, o con el empresariado, que por eliminación no son pueblo, ni siquiera mexicanos por los que se deba también gobernar. Absurdo.

Se entiende la lucha por cerrar las brechas de desigualdad, pero no tendría que ser a costa de balcanizar al país. Gobernadores y senadores han de recordar que la violencia física siempre comienza por la violencia verbal.