/ jueves 25 de noviembre de 2021

El agua del molino | Educación y laicismo

Se celebró hace unos días el 104 aniversario de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, cuyos ideales no acaban aún de verse realidad social. Capítulo importantísimo de enorme actualidad por los tiempos tan complejos que corren es el de la educación, que culmina obviamente en los estudios universitarios y en los de postgrado. Vale la pena, para meditarlo muy seriamente, recordar el artículo 3º constitucional. La educación que imparta el Estado buscará en primer lugar “desarrollar armónicamente, todas las facultades del ser humano”. Detengámonos aquí un momento. El adjetivo “todas” indica entero o en su totalidad, lo que ameritaría un tratado para desmenuzar intelectualmente la idea. Facultades aquéllas innumerables, inmensas, enormes, cuyo desarrollo armónico se lleva o llevaría de suyo una vida entera que no se agota ni siquiera concluida la licenciatura ni tampoco un postgrado o especialidad. Sin duda alguna apuntó muy alto el constituyente. Me importa señalar con toda claridad lo que digo porque la educación laica garantizada por el artículo 24 “se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”, es decir, “se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”. En consecuencia desarrollará todas las facultades del ser humano. siendo éste el deber ser de la educación laica. Lo que significa que tal educación resuelve la pretensión de totalidad, o sea, de abarcar todas aquéllas.

Ahora bien, para abatir la ignorancia y sus efectos, para abatir los fanatismos, se deben abrir las puertas del conocimiento a la enorme variedad de ideas que hay. Los fanáticos creen tener la razón, y conocer la verdad, con exclusión de las deducciones que las mentes de otros manejan. La inteligencia humana deduce de suyo, infiere y concluye; por lo que enseñar a hacerlo al alumno ha de ser el propósito y fin fundamental de la educación laica. El laicismo no es enemigo de nada ni de nadie. Hemos dicho mil veces que incluye y no excluye. Hay que dejar al alumno -bajo el impulso pedagógico del profesor- que indague y que con el poder de su inteligencia vaya abriendo brechas en un camino obscuro, que con el fanatismo no obstaculice el conocimiento del progreso científico. Y es que el fanatismo es o puede ser múltiple. Me explico. La tenacidad desmedida en la defensa de ciertas creencias u opiniones, cerrándose a las contrarias, es el enemigo número uno del progreso científico. El fanático es soberbio, pagado de sí mismo, arrogante, vanidoso. Algunos creen que el fanatismo es exclusivo de las humanidades, pero lo cierto es que hay un fanatismo que cierra las puertas a todo progreso científico. Un ejemplo al respeto es el de Giordano Bruno, llevado a la hoguera porque se atrevió a disentir (opinar, pensar) distinto de los que ante la infinitud de galaxias deducen categóricamente que sólo hay vida o inteligencia en nuestro planeta. Estos son de suyo soberbios, supuesto poseedores de la verdad (la suya). En tal virtud el auténtico laicismo universitario, el de la UNAM, abarca a todas las ciencias, a las duras, a las blandas, a las intermedias, e impulsa obviamente su progreso dejando a un lado la soberbia científica, sólo comparable con la soberbia política por su potencial de daño. Ambas, pues, impiden que el espíritu abra sus alas. Por eso nuestra Universidad es un espacio privilegiado e insubstituible de México.


PROFESOSR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIO UNIVERSISDAD NACIONAL


Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho raulcarranca



Se celebró hace unos días el 104 aniversario de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, cuyos ideales no acaban aún de verse realidad social. Capítulo importantísimo de enorme actualidad por los tiempos tan complejos que corren es el de la educación, que culmina obviamente en los estudios universitarios y en los de postgrado. Vale la pena, para meditarlo muy seriamente, recordar el artículo 3º constitucional. La educación que imparta el Estado buscará en primer lugar “desarrollar armónicamente, todas las facultades del ser humano”. Detengámonos aquí un momento. El adjetivo “todas” indica entero o en su totalidad, lo que ameritaría un tratado para desmenuzar intelectualmente la idea. Facultades aquéllas innumerables, inmensas, enormes, cuyo desarrollo armónico se lleva o llevaría de suyo una vida entera que no se agota ni siquiera concluida la licenciatura ni tampoco un postgrado o especialidad. Sin duda alguna apuntó muy alto el constituyente. Me importa señalar con toda claridad lo que digo porque la educación laica garantizada por el artículo 24 “se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”, es decir, “se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”. En consecuencia desarrollará todas las facultades del ser humano. siendo éste el deber ser de la educación laica. Lo que significa que tal educación resuelve la pretensión de totalidad, o sea, de abarcar todas aquéllas.

Ahora bien, para abatir la ignorancia y sus efectos, para abatir los fanatismos, se deben abrir las puertas del conocimiento a la enorme variedad de ideas que hay. Los fanáticos creen tener la razón, y conocer la verdad, con exclusión de las deducciones que las mentes de otros manejan. La inteligencia humana deduce de suyo, infiere y concluye; por lo que enseñar a hacerlo al alumno ha de ser el propósito y fin fundamental de la educación laica. El laicismo no es enemigo de nada ni de nadie. Hemos dicho mil veces que incluye y no excluye. Hay que dejar al alumno -bajo el impulso pedagógico del profesor- que indague y que con el poder de su inteligencia vaya abriendo brechas en un camino obscuro, que con el fanatismo no obstaculice el conocimiento del progreso científico. Y es que el fanatismo es o puede ser múltiple. Me explico. La tenacidad desmedida en la defensa de ciertas creencias u opiniones, cerrándose a las contrarias, es el enemigo número uno del progreso científico. El fanático es soberbio, pagado de sí mismo, arrogante, vanidoso. Algunos creen que el fanatismo es exclusivo de las humanidades, pero lo cierto es que hay un fanatismo que cierra las puertas a todo progreso científico. Un ejemplo al respeto es el de Giordano Bruno, llevado a la hoguera porque se atrevió a disentir (opinar, pensar) distinto de los que ante la infinitud de galaxias deducen categóricamente que sólo hay vida o inteligencia en nuestro planeta. Estos son de suyo soberbios, supuesto poseedores de la verdad (la suya). En tal virtud el auténtico laicismo universitario, el de la UNAM, abarca a todas las ciencias, a las duras, a las blandas, a las intermedias, e impulsa obviamente su progreso dejando a un lado la soberbia científica, sólo comparable con la soberbia política por su potencial de daño. Ambas, pues, impiden que el espíritu abra sus alas. Por eso nuestra Universidad es un espacio privilegiado e insubstituible de México.


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