/ jueves 26 de abril de 2018

El agua del molino | El primer debate

Sin duda repuntó Meade en medio de un esquema de debate muy defectuoso. Los moderadores a su vez impidieron que la palabra fluyera democráticamente, interrogando y hasta interrumpiendo a los candidatos, aunque sin mayor representación precisamente democrática. Incluso hubo preguntas que se quedaron sin una satisfactoria respuesta, cortándoles abruptamente el tiempo a los aspirantes presidenciales. Faltan aún dos debates y ojalá en ellos podamos escuchar la palabra de los candidatos en un espacio imprescindible de unidad y continuidad que permita razonar y elegir. Lástima, por otra parte, que en un elevado índice prevalecieron los ataques personales que opacaron el discurso esperado y con propuestas.

Ahora bien, puntos del debate que llamaron mi atención son los siguientes. Anaya enseñó la copia de una resolución ministerial, según tengo entendido, para demostrar su inocencia en la comisión de un probable delito de lavado de dinero. Sin embargo pasó por alto que una resolución de esa clase puede estar sujeta a revisión o impugnación. Rodríguez Calderón conocido como El Bronco dijo algo que sorprende, a saber, cortarles la mano a los ladrones, a los que roben en cargos públicos, queriendo revivir épocas absolutamente superadas en el Derecho Penal. Eso es primitivismo penal. Meade se refirió acertadamente a un posible código penal único, idea que persistentemente defendió Carrancá y Trujillo (se lo llamó el campeón de la unificación penal) en su Derecho Penal Mexicano, del que hoy soy coautor, y en la que insistí como hasta la fecha lo hago en mi cátedra de Derecho Penal en la Facultad de Derecho de la UNAM, y de la que Meade fue alumno destacado. Código penal único, fundamental, para contar con una base legal que permita enfrentarse a la delincuencia sin la disparidad de tipos penales, de delitos, que deriva de que cada Estado del país tiene su propia legislación en la materia, la que genera obviamente impunidad.

Pero en términos generales y desde mi perspectiva lo lamentable del debate estuvo en que no satisfizo las principales inquietudes y dudas del elector. ¿La causa? Insisto en que fue el deficiente esquema del INE. Debatir es en síntesis discutir un tema con opiniones diferentes. ¿Reglas para hacerlo? Son muy simples. No sobrepasar un tiempo razonable para que no se escape la atención del auditorio, del elector, ni incurrir en injurias, ofensas o agravios al oponente. Y dejar que los debatientes expongan su pensamiento sin cortapisas de ninguna especie. Yo sostengo que los moderadores en un debate electoral no representan a nadie, salvo a sí mismos. ¿Son el elector preguntando? No. La libertad de éste debe ser absoluta sin que se seleccionen o resuman sus inquietudes. ¿Por qué no se ha pensado en un buzón electoral en Internet donde el elector plantee sus interrogantes y preguntas? Con los medios con que hoy se cuenta en las redes sociales sería algo eficaz, rápido y expedito. Se clasificarían las preguntas para que los candidatos las respondieran previa exposición de sus proyectos y planes. Pero sin la presencia de preguntas -que inevitablemente encierran una opinión, aunque sea inteligente- y condicionan, quiérase que no, al candidato. Y todo en beneficio del discurso político y electoral, que de eso se trata: pensar, exponer y concluir con lógica y fluidez y, de ser posible, con elegancia verbal. Para terminar, Disraeli decía que la política es palabra bien pensada y bien dicha. Otra cosa es politiquería.

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Sin duda repuntó Meade en medio de un esquema de debate muy defectuoso. Los moderadores a su vez impidieron que la palabra fluyera democráticamente, interrogando y hasta interrumpiendo a los candidatos, aunque sin mayor representación precisamente democrática. Incluso hubo preguntas que se quedaron sin una satisfactoria respuesta, cortándoles abruptamente el tiempo a los aspirantes presidenciales. Faltan aún dos debates y ojalá en ellos podamos escuchar la palabra de los candidatos en un espacio imprescindible de unidad y continuidad que permita razonar y elegir. Lástima, por otra parte, que en un elevado índice prevalecieron los ataques personales que opacaron el discurso esperado y con propuestas.

Ahora bien, puntos del debate que llamaron mi atención son los siguientes. Anaya enseñó la copia de una resolución ministerial, según tengo entendido, para demostrar su inocencia en la comisión de un probable delito de lavado de dinero. Sin embargo pasó por alto que una resolución de esa clase puede estar sujeta a revisión o impugnación. Rodríguez Calderón conocido como El Bronco dijo algo que sorprende, a saber, cortarles la mano a los ladrones, a los que roben en cargos públicos, queriendo revivir épocas absolutamente superadas en el Derecho Penal. Eso es primitivismo penal. Meade se refirió acertadamente a un posible código penal único, idea que persistentemente defendió Carrancá y Trujillo (se lo llamó el campeón de la unificación penal) en su Derecho Penal Mexicano, del que hoy soy coautor, y en la que insistí como hasta la fecha lo hago en mi cátedra de Derecho Penal en la Facultad de Derecho de la UNAM, y de la que Meade fue alumno destacado. Código penal único, fundamental, para contar con una base legal que permita enfrentarse a la delincuencia sin la disparidad de tipos penales, de delitos, que deriva de que cada Estado del país tiene su propia legislación en la materia, la que genera obviamente impunidad.

Pero en términos generales y desde mi perspectiva lo lamentable del debate estuvo en que no satisfizo las principales inquietudes y dudas del elector. ¿La causa? Insisto en que fue el deficiente esquema del INE. Debatir es en síntesis discutir un tema con opiniones diferentes. ¿Reglas para hacerlo? Son muy simples. No sobrepasar un tiempo razonable para que no se escape la atención del auditorio, del elector, ni incurrir en injurias, ofensas o agravios al oponente. Y dejar que los debatientes expongan su pensamiento sin cortapisas de ninguna especie. Yo sostengo que los moderadores en un debate electoral no representan a nadie, salvo a sí mismos. ¿Son el elector preguntando? No. La libertad de éste debe ser absoluta sin que se seleccionen o resuman sus inquietudes. ¿Por qué no se ha pensado en un buzón electoral en Internet donde el elector plantee sus interrogantes y preguntas? Con los medios con que hoy se cuenta en las redes sociales sería algo eficaz, rápido y expedito. Se clasificarían las preguntas para que los candidatos las respondieran previa exposición de sus proyectos y planes. Pero sin la presencia de preguntas -que inevitablemente encierran una opinión, aunque sea inteligente- y condicionan, quiérase que no, al candidato. Y todo en beneficio del discurso político y electoral, que de eso se trata: pensar, exponer y concluir con lógica y fluidez y, de ser posible, con elegancia verbal. Para terminar, Disraeli decía que la política es palabra bien pensada y bien dicha. Otra cosa es politiquería.

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