/ jueves 9 de junio de 2022

El agua del molino | Eliminar el pleito

En los próximos días se celebrará el Día del Abogado, lo que me hace meditar en la razón y sentido de esta profesión. Al efecto hago una comparación que me parece un buen ejemplo, la del médico que tiene como fin de su ejercicio profesional eliminar la enfermedad. Nosotros, los abogados, hemos tenido como meta recurrir al pleito procesal para resolver el problema. De tal manera que pleiteamos, contendemos judicialmente, con el objeto de pactar, concertar o ajustar. Pero los tiempos van cambiando y el pleito procesal, la contienda judicial, va cediendo sitio a la que se llama concertación, que de suyo elimina el pleito y lo substituye por un acuerdo. Ahora bien, al margen que de lo que diga la ley la verdad es que el acuerdo representa, como concertación que es de las partes en pugna, buscar ese ángulo de la justicia que durante siglos ha evadido su presencia en los tribunales.

Me explico. En la filosofía clásica del Derecho, en la edad de oro del pensamiento jurídico, la justicia era acordar convenios entre las partes mediante los cuales se pretendía llegar a la equidad. Ponerse de acuerdo no es llegar de ninguna manera al pleito, al “conflicto procesal”, sino entender algo muy importante y vital, a saber, que la razón no es única sino compartida y compartible. Es decir, que en cierto sentido cada quien tiene la razón, o sea, le asiste la justicia. Por lo tanto, aquí el juez se debe convertir en una especie de árbitro. Y sólo las partes, exclusivamente ellas, conocen los pormenores del asunto y sus detalles más recónditos. Esto no disminuye o diluye el papel y función del juez. Al contrario, lo vuelve un atento servidor, y hasta coordinador, de esa “deidad” que no reparte, digamos. justicia al por mayor, sumariamente y sin especificar las circunstancias del caso. Piero Calamandrei, sorprendido, comentaba que después de escuchar dos grandes discursos, el de acusación y el de defensa, quedaba absorto ante la duda de quién tendría la razón; concluyendo que ambas partes, lo que parecerá una aberración a los “puristas” del proceso, acostumbrados a negar justicia donde puede ser que la haya. Ignoran, pues, que dar a cada quien lo suyo es dar justicia, o sea, que en una llamada contienda judicial la justicia les asiste a los dos que pleitean: cada quien su justicia. Porque es frecuente el caso en que se le hace justicia, “su” justicia, a uno negándosela al otro. ¿Consecuencia de ello? Que el proceso se ha mecanizado. Una prueba clara y evidente de lo que digo es el error judicial, donde el tiempo hace aparecer la verdad. Sin embargo sucede que cada quien tiene su tiempo, su porción de justicia, que no suele estar sujeta al tiempo procesal. Lo indiscutible es que tal pareciera que en los tribunales sólo se busca alentar el conflicto, la litis, el pleito, para que se haga justicia. En suma, el Derecho Procesal está cambiando para que sin hacerse justicia ellos mismos, los contendientes digan su verdad y mediante un acuerdo convengan en lo que es justo para ellos. Y eso es la Justicia. De aquí que sea tan importante que en la Facultad de Derecho de la UNAM, a cuyo frente hoy se encuentra en doctor Raúl Contreras Bustamante, se impulsen las mediaciones como instrumento imprescindible para que se haga verdadera justicia. El abogado mediador que saldrá de nuestras aulas no negará una razón a costa de otra -claro, todo perfectamente probado- sino que eliminando el pleito procesal de cabida a la justicia en que en la realidad ha solido escapar al ojo poco agudo de la costumbre procesal.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIIO UNIVERSIDAD NACIONAL.


Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho raulcarranca


En los próximos días se celebrará el Día del Abogado, lo que me hace meditar en la razón y sentido de esta profesión. Al efecto hago una comparación que me parece un buen ejemplo, la del médico que tiene como fin de su ejercicio profesional eliminar la enfermedad. Nosotros, los abogados, hemos tenido como meta recurrir al pleito procesal para resolver el problema. De tal manera que pleiteamos, contendemos judicialmente, con el objeto de pactar, concertar o ajustar. Pero los tiempos van cambiando y el pleito procesal, la contienda judicial, va cediendo sitio a la que se llama concertación, que de suyo elimina el pleito y lo substituye por un acuerdo. Ahora bien, al margen que de lo que diga la ley la verdad es que el acuerdo representa, como concertación que es de las partes en pugna, buscar ese ángulo de la justicia que durante siglos ha evadido su presencia en los tribunales.

Me explico. En la filosofía clásica del Derecho, en la edad de oro del pensamiento jurídico, la justicia era acordar convenios entre las partes mediante los cuales se pretendía llegar a la equidad. Ponerse de acuerdo no es llegar de ninguna manera al pleito, al “conflicto procesal”, sino entender algo muy importante y vital, a saber, que la razón no es única sino compartida y compartible. Es decir, que en cierto sentido cada quien tiene la razón, o sea, le asiste la justicia. Por lo tanto, aquí el juez se debe convertir en una especie de árbitro. Y sólo las partes, exclusivamente ellas, conocen los pormenores del asunto y sus detalles más recónditos. Esto no disminuye o diluye el papel y función del juez. Al contrario, lo vuelve un atento servidor, y hasta coordinador, de esa “deidad” que no reparte, digamos. justicia al por mayor, sumariamente y sin especificar las circunstancias del caso. Piero Calamandrei, sorprendido, comentaba que después de escuchar dos grandes discursos, el de acusación y el de defensa, quedaba absorto ante la duda de quién tendría la razón; concluyendo que ambas partes, lo que parecerá una aberración a los “puristas” del proceso, acostumbrados a negar justicia donde puede ser que la haya. Ignoran, pues, que dar a cada quien lo suyo es dar justicia, o sea, que en una llamada contienda judicial la justicia les asiste a los dos que pleitean: cada quien su justicia. Porque es frecuente el caso en que se le hace justicia, “su” justicia, a uno negándosela al otro. ¿Consecuencia de ello? Que el proceso se ha mecanizado. Una prueba clara y evidente de lo que digo es el error judicial, donde el tiempo hace aparecer la verdad. Sin embargo sucede que cada quien tiene su tiempo, su porción de justicia, que no suele estar sujeta al tiempo procesal. Lo indiscutible es que tal pareciera que en los tribunales sólo se busca alentar el conflicto, la litis, el pleito, para que se haga justicia. En suma, el Derecho Procesal está cambiando para que sin hacerse justicia ellos mismos, los contendientes digan su verdad y mediante un acuerdo convengan en lo que es justo para ellos. Y eso es la Justicia. De aquí que sea tan importante que en la Facultad de Derecho de la UNAM, a cuyo frente hoy se encuentra en doctor Raúl Contreras Bustamante, se impulsen las mediaciones como instrumento imprescindible para que se haga verdadera justicia. El abogado mediador que saldrá de nuestras aulas no negará una razón a costa de otra -claro, todo perfectamente probado- sino que eliminando el pleito procesal de cabida a la justicia en que en la realidad ha solido escapar al ojo poco agudo de la costumbre procesal.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIIO UNIVERSIDAD NACIONAL.


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