/ jueves 3 de febrero de 2022

Entre la economía y la política, no hay casualidades 

Las decisiones políticas son la diferencia entre el triunfo y el fracasos de los países, idealmente son el freno que requieren las “invisibles fuerzas del mercado”, pero también el acelerador del desarrollo y el fiel que permite equilibrar la balanza entre la sociedad. La mayoría de los países fincan su estatus en decisiones políticas con trasfondo económico y medidas económicas impulsadas por su corte político.

Desafortunadamente, en ocasiones, dichas decisiones son tomadas desde ideologías, tanto de derecha como de izquierda, que ignoran los preceptos económicos más básicos y sin la responsabilidad que implica tener en sus manos el destino de los habitantes de un país entero y la ola de consecuencias regionales e internacionales que pueden desencadenarse. Y en América Latina vaya que sabemos de esto.

La volatilidad del mundo moderno implica que hay cosas en las que un país de renta media como México no tiene mucho por hacer: no decidimos los precios internacionales de los insumos más importantes y nuestras decisiones geopolíticas no reconfiguran al mundo. Pero sí hay una serie de cosas que están completamente en nuestras manos: nuestras leyes, la preservación del Estado de Derecho, los planes nacionales de desarrollo y los presupuestos asignados.

Esto debería bastar para mantenerse a flote en tiempos complicados, donde los extremos políticos son la tendencia y donde la esperanza del desarrollo parece estancarse en las turbulentas aguas de la incertidumbre global. La amenaza más reciente es la creciente tensión entre Estados Unidos y Rusia, a causa del envío de 100 mil tropas rusas a la frontera con Ucrania (de acuerdo con Antony Blinken, Secretario de Estado de Ucrania) y las maniobras militares conjuntas con Bielorrusia, planeadas para febrero.

Las alarmas rojas se encendieron porque, de por sí la inflación global ya nos tiene preocupados y la pandemia de COVID-19 lleva dos años sin darnos tregua, ahora vemos que los precios del petróleo podrían dispararse y, con ello, el gas natural, los combustibles fósiles y muchos otros insumos básicos. Además, la amenaza del conflicto en sí misma ya es terrible porque hay vidas en juego.

Esta columna sugiere en su título que las decisiones políticas suelen tener un trasfondo económico, que no hay casualidades. Le invito a ver con esos ojos éste nuevo conflicto impulsado por Estados Unidos, que de momento ha dejado en paz a China y hoy parece descongelar los viejos rencores con Rusia en nombre de la “seguridad global”, lo cual puede involucrar a sus aliados militares de la OTAN.

Sobre el conflicto de fondo, el que persiste entre Ucrania y Rusia, es tan añejo como la presidencia de Vladimir Putin, solo que hoy Estados Unidos ha dirigido la atención global hacia allá y pasará de ser un problema regional a convertirse en uno global.

Punto y aparte, no podemos dejar de comentar la coyuntura más álgida que hoy vive nuestro país: la reforma eléctrica, que de aprobarse tal y como está el texto hoy, acentuaría la desconfianza de los inversionistas de diversos sectores, no solo del energético. De nuevo, detrás de una decisión política como ésta reforma, no hay casualidades sino que hay una directriz económica muy clara: regresar a la centralización, donde el Estado (y el gobierno en turno), tienen la sartén por el mango.

Las decisiones políticas son la diferencia entre el triunfo y el fracasos de los países, idealmente son el freno que requieren las “invisibles fuerzas del mercado”, pero también el acelerador del desarrollo y el fiel que permite equilibrar la balanza entre la sociedad. La mayoría de los países fincan su estatus en decisiones políticas con trasfondo económico y medidas económicas impulsadas por su corte político.

Desafortunadamente, en ocasiones, dichas decisiones son tomadas desde ideologías, tanto de derecha como de izquierda, que ignoran los preceptos económicos más básicos y sin la responsabilidad que implica tener en sus manos el destino de los habitantes de un país entero y la ola de consecuencias regionales e internacionales que pueden desencadenarse. Y en América Latina vaya que sabemos de esto.

La volatilidad del mundo moderno implica que hay cosas en las que un país de renta media como México no tiene mucho por hacer: no decidimos los precios internacionales de los insumos más importantes y nuestras decisiones geopolíticas no reconfiguran al mundo. Pero sí hay una serie de cosas que están completamente en nuestras manos: nuestras leyes, la preservación del Estado de Derecho, los planes nacionales de desarrollo y los presupuestos asignados.

Esto debería bastar para mantenerse a flote en tiempos complicados, donde los extremos políticos son la tendencia y donde la esperanza del desarrollo parece estancarse en las turbulentas aguas de la incertidumbre global. La amenaza más reciente es la creciente tensión entre Estados Unidos y Rusia, a causa del envío de 100 mil tropas rusas a la frontera con Ucrania (de acuerdo con Antony Blinken, Secretario de Estado de Ucrania) y las maniobras militares conjuntas con Bielorrusia, planeadas para febrero.

Las alarmas rojas se encendieron porque, de por sí la inflación global ya nos tiene preocupados y la pandemia de COVID-19 lleva dos años sin darnos tregua, ahora vemos que los precios del petróleo podrían dispararse y, con ello, el gas natural, los combustibles fósiles y muchos otros insumos básicos. Además, la amenaza del conflicto en sí misma ya es terrible porque hay vidas en juego.

Esta columna sugiere en su título que las decisiones políticas suelen tener un trasfondo económico, que no hay casualidades. Le invito a ver con esos ojos éste nuevo conflicto impulsado por Estados Unidos, que de momento ha dejado en paz a China y hoy parece descongelar los viejos rencores con Rusia en nombre de la “seguridad global”, lo cual puede involucrar a sus aliados militares de la OTAN.

Sobre el conflicto de fondo, el que persiste entre Ucrania y Rusia, es tan añejo como la presidencia de Vladimir Putin, solo que hoy Estados Unidos ha dirigido la atención global hacia allá y pasará de ser un problema regional a convertirse en uno global.

Punto y aparte, no podemos dejar de comentar la coyuntura más álgida que hoy vive nuestro país: la reforma eléctrica, que de aprobarse tal y como está el texto hoy, acentuaría la desconfianza de los inversionistas de diversos sectores, no solo del energético. De nuevo, detrás de una decisión política como ésta reforma, no hay casualidades sino que hay una directriz económica muy clara: regresar a la centralización, donde el Estado (y el gobierno en turno), tienen la sartén por el mango.