“La recomendación de boca en boca es la mejor para el teatro”, es una frase que he escuchado cientos de veces; sin embargo, ¿qué se hace cuando oímos comentarios diametralmente opuestos?
Esto fue lo que me ocurrió frente a un montaje singular desde su título mismo: El hijo de puta del sombrero, pues mientras que por un lado me dijeron: “Malísima, no vale la pena; es larga y aburrida”; y por otro escuché: “Es ese tipo de teatro que no hace concesiones. Fuerte, pero muy bueno”.
Con el peso de esos puntos de vista (por cierto, todos de gente que ve mucho teatro. ¡Qué sabe!, pues) me lancé a vivir mi propia experiencia.
Llegué receloso. Una escenografía hiperrealista de Atenea Chávez ocupa el escenario del foro Shakespeare. Punto a favor. Decidí.
El montaje arranca con una música estruendosa, en vivo (compuesta y ejecutada por Carlos Mier) y una especie de danza colectiva desenfrenada. ¡Chin – pensé— creo que debí escuchar a los que me advirtieron que no viniera. Pero ya estaba ahí.
Escrita por el estadunidense Stephen Adly Guirgis, la obra que se estrenó en Broadway en 2011 y recibió siete nominaciones a los premios Tony, cuenta la vida de dos parejas: una de jóvenes veinteañeros, y la otra de gente en sus cuarenta. Ambas en momentos extremos de sus relaciones.
A los 15 minutos ya estoy totalmente metido en la trama. Las escenas son fuertes, violentas, impactantes: droga, sexo, alcohol, violencia física y verbal, insultos, golpes, desnudos… Sin ninguna concesión, como me lo dijeron.
Dirigido por Daniel Giménez Cacho, el montaje es realmente vertiginoso. Los cinco actores están todo el tiempo en el escenario, unos inmiscuidos en la trama, y los otros esperando su turno en las orillas, atisbando la acción, acechando a los otros personajes.
La acción no se detiene un segundo, una escena sucede a la anterior, y así durante las más de dos horas del montaje en un solo acto, estableciendo un ritmo acelerado y muy efectivo. Evidentemente para lograrlo, el director deposita toda su confianza en un elenco más que talentoso y arriesgado.
Al matrimonio maduro le dan vida Nailea Norvind y Francisco Rubio. A ella he tenido oportunidad de verla frecuentemente y no es ninguna sorpresa lo bien que está. A él, hacía tiempo que no le veía en teatro un trabajo tan bueno. Tengo muy fresco su excelente actuación en la película Bardo, de González Iñárritu y aquí volví a sentirlo a plenitud.
La pareja joven la forman Lucio Giménez Cacho y Lakshmi Picazo. Él, hijo de Daniel, muestra que tiene el talento para forjar su propia carrera por méritos propios; y ella, estupenda.
Completa el elenco Luis Vegas en un personaje muy divertido y excéntrico al que saca todo el provecho posible.
El productor general del montaje es Edgar Torres Mayén, quien sin duda ha hecho una apuesta fuerte y arriesgada con este montaje, que a juzgar por la función que me tocó ver, ha logrado una muy buena aceptación del público.
Recientemente hablaba con una amiga sobre cómo saber quién tiene la razón cuando se elogia o critica un trabajo artístico. Concluimos que es muy difícil, por no decir imposible, afirmar cuál de las dos posturas es la “verdadera”. El arte, el teatro, es absolutamente subjetivo. Y corresponde a cada quien “calificar” lo que recibe.
Por lo pronto los invito a ver El hijo de puta del sombrero, que a mí me gustó mucho. Se presenta de viernes a domingo hasta el 7 de enero.