/ jueves 23 de julio de 2020

Impasibilidad política

La palabra impasible tiene dos acepciones, una como incapaz de padecer o sentir y otra como indiferente, imperturbable. A Benito Juárez se lo conoce como impasible, sobre todo de acuerdo con uno de los mejores libros -admirable, por cierto- que se han escrito sobre él: Juárez, el Impasible, de Héctor Pérez Martínez. Yo me quedo, apegado a la más rigurosa historia, con la acepción de imperturbable que no de indiferente o insensible; aunque padeció el “dolor histórico” de ver a su patria herida.

Se acaba de celebrar, el pasado día 18, el 148 aniversario de la muerte física de Juárez; y bien es cierto que los valores liberales de la gesta juarista son ahora defendidos con ahínco verbal traducido en importantes acciones. Me refiero a la defensa de la soberanía y a la autodeterminación de nuestro pueblo. Pero falta algo. La impasibilidad de Juárez, su imperturbabilidad, no han sido resaltados como grandes valores políticos en el México de nuestros días.

En efecto, impasibilidad no es inacción o indiferencia. No es imposibilidad política… Es dejar el yo, tan recurrido en el escenario político, por el nosotros. Es la humildad reconociendo que no se es infalible y es recurrir, en apaciguamiento de las pasiones, a la única fuente de igualdad y de respeto que es el Derecho. Es acogerse al Derecho como medio de pluralidad, es el nosotros que sin diluir el yo lo incluye en el nosotros. Juárez fue grande entre otras cosas porque entendió como pocos gobernantes, y en momentos más que dramáticos para el país, que ese nosotros equivale a una democracia en que el yo se impregna de la totalidad política, comprendiendo así la verdadera humildad también política. No dudo que haya tenido y vivido -la observación es de Pérez Martínez- momentos en que la tentación de la soberbia quisiera que el yo resaltara sobre la opinión ajena. Pero los superó con creces recurriendo al Derecho. Su sentido de la legalidad lo orientaba naturalmente hacia lo justo, y por eso le cedía el paso a la razón del Derecho. Juárez no era legislador sino acatador de la ley. No sólo homenajeaba a la ley, ya que la hacía suya. Esa era su impasibilidad y su imperturbabilidad. No obedecía servilmente a la ley sino que se dejaba guiar por ella de acuerdo con su ética y su moral. Obediencia e inspiración patriótica son cosas distintas. Era un inspirado en el Derecho que fluye sin complicaciones; y lo justo le venía de sus años de estudiante de Derecho porque lo dominaba el sentido común que caracteriza a su raza. No aconsejaba sino determinaba muy lejos del amor propio, que tan a menudo se confunde con el verdadero amor al prójimo. Por eso era de suyo humilde, sereno, tranquilo y, por supuesto, seguro de sí mismo. Decidía la incertidumbre de los demás despejándola al amparo de la ley justa. Su coraje era sereno como las aguas poderosas del mar. Él no concitaba la tempestad porque navegaba en el mar proceloso con la vista fija en una estrella orientadora. Por eso fue tan grande, lo que no se ha recordado lo suficiente. Y hay que recordarlo ahora cuando vemos que la desorientación y la altivez de ser preferidos a otros, no remedia nada sino que multiplica problemas. Hay que recordarlo más allá del homenaje al Juárez impasible políticamente hablando, nunca indiferente y siempre imperturbable en su serenidad moral adquirida en una fuerza mayor a su voluntad. Creo que es Ralph Roeder en Juárez y su México quien ve con absoluta claridad la chispa que enciende la “pasión serena” del Benemérito, al insistir en que un fuego alimentado por una ética superior -moral, no “moralería” diría Unamuno- fue el arquitecto que construyó su destino. Que nos siga guiando en su humildad creadora.

Profesor Emérito de la UNAM

@RaulCarranca

www.facebook.com/despacho.raulcarranca

La palabra impasible tiene dos acepciones, una como incapaz de padecer o sentir y otra como indiferente, imperturbable. A Benito Juárez se lo conoce como impasible, sobre todo de acuerdo con uno de los mejores libros -admirable, por cierto- que se han escrito sobre él: Juárez, el Impasible, de Héctor Pérez Martínez. Yo me quedo, apegado a la más rigurosa historia, con la acepción de imperturbable que no de indiferente o insensible; aunque padeció el “dolor histórico” de ver a su patria herida.

Se acaba de celebrar, el pasado día 18, el 148 aniversario de la muerte física de Juárez; y bien es cierto que los valores liberales de la gesta juarista son ahora defendidos con ahínco verbal traducido en importantes acciones. Me refiero a la defensa de la soberanía y a la autodeterminación de nuestro pueblo. Pero falta algo. La impasibilidad de Juárez, su imperturbabilidad, no han sido resaltados como grandes valores políticos en el México de nuestros días.

En efecto, impasibilidad no es inacción o indiferencia. No es imposibilidad política… Es dejar el yo, tan recurrido en el escenario político, por el nosotros. Es la humildad reconociendo que no se es infalible y es recurrir, en apaciguamiento de las pasiones, a la única fuente de igualdad y de respeto que es el Derecho. Es acogerse al Derecho como medio de pluralidad, es el nosotros que sin diluir el yo lo incluye en el nosotros. Juárez fue grande entre otras cosas porque entendió como pocos gobernantes, y en momentos más que dramáticos para el país, que ese nosotros equivale a una democracia en que el yo se impregna de la totalidad política, comprendiendo así la verdadera humildad también política. No dudo que haya tenido y vivido -la observación es de Pérez Martínez- momentos en que la tentación de la soberbia quisiera que el yo resaltara sobre la opinión ajena. Pero los superó con creces recurriendo al Derecho. Su sentido de la legalidad lo orientaba naturalmente hacia lo justo, y por eso le cedía el paso a la razón del Derecho. Juárez no era legislador sino acatador de la ley. No sólo homenajeaba a la ley, ya que la hacía suya. Esa era su impasibilidad y su imperturbabilidad. No obedecía servilmente a la ley sino que se dejaba guiar por ella de acuerdo con su ética y su moral. Obediencia e inspiración patriótica son cosas distintas. Era un inspirado en el Derecho que fluye sin complicaciones; y lo justo le venía de sus años de estudiante de Derecho porque lo dominaba el sentido común que caracteriza a su raza. No aconsejaba sino determinaba muy lejos del amor propio, que tan a menudo se confunde con el verdadero amor al prójimo. Por eso era de suyo humilde, sereno, tranquilo y, por supuesto, seguro de sí mismo. Decidía la incertidumbre de los demás despejándola al amparo de la ley justa. Su coraje era sereno como las aguas poderosas del mar. Él no concitaba la tempestad porque navegaba en el mar proceloso con la vista fija en una estrella orientadora. Por eso fue tan grande, lo que no se ha recordado lo suficiente. Y hay que recordarlo ahora cuando vemos que la desorientación y la altivez de ser preferidos a otros, no remedia nada sino que multiplica problemas. Hay que recordarlo más allá del homenaje al Juárez impasible políticamente hablando, nunca indiferente y siempre imperturbable en su serenidad moral adquirida en una fuerza mayor a su voluntad. Creo que es Ralph Roeder en Juárez y su México quien ve con absoluta claridad la chispa que enciende la “pasión serena” del Benemérito, al insistir en que un fuego alimentado por una ética superior -moral, no “moralería” diría Unamuno- fue el arquitecto que construyó su destino. Que nos siga guiando en su humildad creadora.

Profesor Emérito de la UNAM

@RaulCarranca

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