/ jueves 17 de febrero de 2022

La geopolítica y el conflicto 

La política exterior estadounidense está retomando su papel central tanto en temas de seguridad como en la agenda global de desarrollo y la administración del presidente Joe Biden lo ha dejado claro desde la toma de posesión. Los motivos son varios pero hoy vale la pena destacar que, por un lado, esto es una forma muy clara de tomar distancia de las decisiones del expresidente Donald Trump y, por otro lado, permite reactivar un rol estratégico que le permite ampliar su zona de influencia.

Además del ya comentado conflicto en Ucrania, que le ha permitido reactivar sus alianzas militares en Europa, éste viernes el gobierno estadounidense emitió una orden ejecutiva para transferir al Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, 7 mil millones de dólares en activos provenientes del Banco Central de Afganistán (DAB). Estos recursos, que EEUU tenía congelados desde el año pasado, van a dividirse en dos y distribuirse de la siguiente forma: la mitad se usará como compensaciones a víctimas del ataque del 9/11 y la otra mitad será para ayuda humanitaria en suelo afgano.

Cabe recordar que cuando el Talibán tomó el control de Afganistán en agosto del año pasado, los recursos del banco central fueron congelados por EEUU y se activaron las sanciones antiterroristas, con el fin de limitar las operaciones y para que toda forma de financiación al Talibán, local o extranjera, sea considerada ilegal. Es decir que, al no tener acceso a fondos nacionales, ni créditos internacionales o préstamos de otros países, los únicos ingresos legales en Afganistán son los que provienen de la ayuda humanitaria, que no se otorga al gobierno sino a la población a través de servicios básicos o bienes de primera necesidad y que proviene mayoritariamente de EEUU.

Esta jugada política no es nueva en la forma de operación estadounidense, pues desde 1977 hay una ley que le permite confiscar activos cuando participa en conflictos armados. Esta decisión no está exenta de riesgos políticos, pues la opinión pública al interior de EEUU se encuentra dividida entre quienes no aprueban que caiga un solo dólar en territorio afgano y quienes piensan que esos recursos deberían destinarse en su totalidad a mejorar las condiciones de vida de la población, espacialmente de aquellos grupos que han sido los más acosados por el Talibán.

Sin embargo, en términos de posicionamiento internacional, esto fortalece a EEUU y actualiza su papel en el conflicto, lo que le permite generar alianzas con países con quienes comparte intereses en esa región, así como liderar los esfuerzos de estabilidad en Afganistán y Asia Central, lo cual en el fondo significa promocionar su seguridad nacional fuera de sus fronteras.

Aunque estos temas parezcan lejanos a la realidad de nuestro país, no podemos ignorar que las tensiones internacionales se reflejan en el terreno financiero y alcanzan a la economía real, lo cual no solo genera alzas en precios internacionales sino que reconfigura los liderazgos regionales y, tarde o temprano, obliga a países de renta media a tomar una posición, incluso a países cuya política exterior se ha visto deprimida, como es el caso de nuestro país.

La política exterior estadounidense está retomando su papel central tanto en temas de seguridad como en la agenda global de desarrollo y la administración del presidente Joe Biden lo ha dejado claro desde la toma de posesión. Los motivos son varios pero hoy vale la pena destacar que, por un lado, esto es una forma muy clara de tomar distancia de las decisiones del expresidente Donald Trump y, por otro lado, permite reactivar un rol estratégico que le permite ampliar su zona de influencia.

Además del ya comentado conflicto en Ucrania, que le ha permitido reactivar sus alianzas militares en Europa, éste viernes el gobierno estadounidense emitió una orden ejecutiva para transferir al Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, 7 mil millones de dólares en activos provenientes del Banco Central de Afganistán (DAB). Estos recursos, que EEUU tenía congelados desde el año pasado, van a dividirse en dos y distribuirse de la siguiente forma: la mitad se usará como compensaciones a víctimas del ataque del 9/11 y la otra mitad será para ayuda humanitaria en suelo afgano.

Cabe recordar que cuando el Talibán tomó el control de Afganistán en agosto del año pasado, los recursos del banco central fueron congelados por EEUU y se activaron las sanciones antiterroristas, con el fin de limitar las operaciones y para que toda forma de financiación al Talibán, local o extranjera, sea considerada ilegal. Es decir que, al no tener acceso a fondos nacionales, ni créditos internacionales o préstamos de otros países, los únicos ingresos legales en Afganistán son los que provienen de la ayuda humanitaria, que no se otorga al gobierno sino a la población a través de servicios básicos o bienes de primera necesidad y que proviene mayoritariamente de EEUU.

Esta jugada política no es nueva en la forma de operación estadounidense, pues desde 1977 hay una ley que le permite confiscar activos cuando participa en conflictos armados. Esta decisión no está exenta de riesgos políticos, pues la opinión pública al interior de EEUU se encuentra dividida entre quienes no aprueban que caiga un solo dólar en territorio afgano y quienes piensan que esos recursos deberían destinarse en su totalidad a mejorar las condiciones de vida de la población, espacialmente de aquellos grupos que han sido los más acosados por el Talibán.

Sin embargo, en términos de posicionamiento internacional, esto fortalece a EEUU y actualiza su papel en el conflicto, lo que le permite generar alianzas con países con quienes comparte intereses en esa región, así como liderar los esfuerzos de estabilidad en Afganistán y Asia Central, lo cual en el fondo significa promocionar su seguridad nacional fuera de sus fronteras.

Aunque estos temas parezcan lejanos a la realidad de nuestro país, no podemos ignorar que las tensiones internacionales se reflejan en el terreno financiero y alcanzan a la economía real, lo cual no solo genera alzas en precios internacionales sino que reconfigura los liderazgos regionales y, tarde o temprano, obliga a países de renta media a tomar una posición, incluso a países cuya política exterior se ha visto deprimida, como es el caso de nuestro país.