/ jueves 21 de noviembre de 2019

Los verdaderos dueños de México

“Los verdaderos dueños de México son ahora los más pobres, los más marginados, los más ofendidos, humillados, porque sigue habiendo racismo; se esconde por hipocresía, no se expresa, no se manifiesta, pero sí hay racismo en México y por eso decidí recorrer las regiones indígenas”, dijo desde La Yesca, Nayarit, el Presidente Andrés Manuel López Obrador. Palabras que reflejan un fuerte impacto emocional y político ante la pobreza, la miseria y la desigualdad social. Sin embargo lo de dueños lo hace pensar a uno. Dueño es la persona que tiene dominio sobre alguien o algo. Yo no dudo que los marginados indígenas, no integrados de lleno a la sociedad, hayan tenido poder sobre lo que hoy llamamos México; aunque a partir de la Colonia y hasta la fecha se ha ido construyendo el México mestizo y criollo diferente del precortesiano. Ni tampoco dudo que los pobres, los ofendidos, los humillados, sean tan dueños de México como los pudientes. Nada más que dueños relativos, porque sus ganancias físicas y morales son mínimas en comparación con las de quienes detentan el poder económico mal distribuido en su beneficio.


Ahora bien, los verdaderos dueños de México somos todos los mexicanos. La verdad es que el racismo va de la mano de la discriminación y poco importa que el artículo 1º de la Constitución lo condene ya que una injusta selección antinatural distribuye inequitativamente el dominio sobre el país. Dueños de México somos todos los mexicanos, pero de palabra constitucional. Nada más. Lo que pasa es que el tema es tan delicado que el discurso oficial lo puede desviar de su curso razonable. Y tan mala es la exclusividad del dominio de México en un sentido como en otro; aparte de que ella puede llevar a un enfrentamiento social. En tal virtud es necesario fortalecer la conciencia de lo nuestro, de lo propio. Somos un país con una rica historia. Algunos de sus capítulos podrán gustarnos o no, pero ya están escritos y dar marcha sería absurdo. El texto constitucional es claro al efecto y parte de la base de que “la Nación Mexicana es única e indivisible”, en los términos del artículo 2º de la Carta Magna donde se precisa nuestra “composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio actual del país al iniciarse la colonización”. No obstante, la identidad indígena la define así el citado artículo: “El derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación se ejercerá en un marco constitucional de autonomía que asegure la unidad nacional”. Es decir, la libre determinación de cada mexicano -su autonomía- no puede romper esa unidad porque dueños de México somos todos los mexicanos, pobres o no, marginados o no, ofendidos o no, humillados o no, indígenas o no. Unidad que reclama igualdad en el más amplio concepto físico, moral y espiritual. Otra cosa es quebrantar la conciencia del país, lastimarlo en su entraña y debilitar su progreso. México debe rescatar esa conciencia que brilló magnífica en períodos clave de nuestra evolución histórica, como por ejemplo en la Reforma. Lo evidente es que no hay justicia, ni libertad, ni democracia, sin una identidad nacional bien consolidada. No olvidemos que hay ojos voraces mirándonos allende el Bravo. No preparemos el caldo de cultivo para su insaciable apetito. No somos para ellos una manzana de la discordia sino un fruto jugoso que les pertenece y que hoy por hoy se anhela en los corredores más sombríos de la Casa Blanca.


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“Los verdaderos dueños de México son ahora los más pobres, los más marginados, los más ofendidos, humillados, porque sigue habiendo racismo; se esconde por hipocresía, no se expresa, no se manifiesta, pero sí hay racismo en México y por eso decidí recorrer las regiones indígenas”, dijo desde La Yesca, Nayarit, el Presidente Andrés Manuel López Obrador. Palabras que reflejan un fuerte impacto emocional y político ante la pobreza, la miseria y la desigualdad social. Sin embargo lo de dueños lo hace pensar a uno. Dueño es la persona que tiene dominio sobre alguien o algo. Yo no dudo que los marginados indígenas, no integrados de lleno a la sociedad, hayan tenido poder sobre lo que hoy llamamos México; aunque a partir de la Colonia y hasta la fecha se ha ido construyendo el México mestizo y criollo diferente del precortesiano. Ni tampoco dudo que los pobres, los ofendidos, los humillados, sean tan dueños de México como los pudientes. Nada más que dueños relativos, porque sus ganancias físicas y morales son mínimas en comparación con las de quienes detentan el poder económico mal distribuido en su beneficio.


Ahora bien, los verdaderos dueños de México somos todos los mexicanos. La verdad es que el racismo va de la mano de la discriminación y poco importa que el artículo 1º de la Constitución lo condene ya que una injusta selección antinatural distribuye inequitativamente el dominio sobre el país. Dueños de México somos todos los mexicanos, pero de palabra constitucional. Nada más. Lo que pasa es que el tema es tan delicado que el discurso oficial lo puede desviar de su curso razonable. Y tan mala es la exclusividad del dominio de México en un sentido como en otro; aparte de que ella puede llevar a un enfrentamiento social. En tal virtud es necesario fortalecer la conciencia de lo nuestro, de lo propio. Somos un país con una rica historia. Algunos de sus capítulos podrán gustarnos o no, pero ya están escritos y dar marcha sería absurdo. El texto constitucional es claro al efecto y parte de la base de que “la Nación Mexicana es única e indivisible”, en los términos del artículo 2º de la Carta Magna donde se precisa nuestra “composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio actual del país al iniciarse la colonización”. No obstante, la identidad indígena la define así el citado artículo: “El derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación se ejercerá en un marco constitucional de autonomía que asegure la unidad nacional”. Es decir, la libre determinación de cada mexicano -su autonomía- no puede romper esa unidad porque dueños de México somos todos los mexicanos, pobres o no, marginados o no, ofendidos o no, humillados o no, indígenas o no. Unidad que reclama igualdad en el más amplio concepto físico, moral y espiritual. Otra cosa es quebrantar la conciencia del país, lastimarlo en su entraña y debilitar su progreso. México debe rescatar esa conciencia que brilló magnífica en períodos clave de nuestra evolución histórica, como por ejemplo en la Reforma. Lo evidente es que no hay justicia, ni libertad, ni democracia, sin una identidad nacional bien consolidada. No olvidemos que hay ojos voraces mirándonos allende el Bravo. No preparemos el caldo de cultivo para su insaciable apetito. No somos para ellos una manzana de la discordia sino un fruto jugoso que les pertenece y que hoy por hoy se anhela en los corredores más sombríos de la Casa Blanca.


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