/ miércoles 15 de julio de 2020

Medio Oriente refleja los cambios geopolíticos

Por: Enrique Raijman

Previo a la pandemia, el mundo ya comenzaba a mostrar cambios profundos en los equilibrios geopolíticos. Lo cierto es que, en este momento, lejos de que exista una ruptura con el pasado, se han acelerado los procesos de cambio que habían comenzado anteriormente. De esta manera, a pesar de que aparentemente los conflictos internacionales se pausaron para atender la crisis sanitaria global, los factores estructurales irresueltos, tarde o temprano se manifestarán con gran intensidad, sobre todo en las regiones más convulsas del globo. En este contexto, si deseamos identificar una región que marca la pauta en los movimientos de la arena internacional, debemos de centrar nuestra atención y poner la lupa en el Medio Oriente.


En este marco, hay varias lecturas que se pueden hacer en torno a la región. En primer lugar, la pandemia ha acentuado dónde hay influencia y de quién. En este orden de ideas, Estados Unidos está viviendo una crisis de identidad al interior y de referencia mundial al exterior, es decir, esa capacidad del gran comisario de marcar la pauta, la agenda y el relato ya no es tan evidente como lo era hace unos años. Recordemos que Estados Unidos lleva mostrando un rol decreciente en su involucramiento en temas internacionales que no considera prioritarios, ya que, durante la transición de Obama a Trump, aunado a las fuertes consecuencias del Covid-19 en el país, hemos presenciado una fase de repliegue.

Están sumamente ocupados con sus problemas internos y no hay suficiente atención, recursos y voluntad política para desplegar esfuerzos en otras regiones, dejando como consecuencia vacíos de poder con consecuencias palpables.


En esta lógica, Rusia ha percibido este vacío de poder y ha aprovechado la coyuntura para influir con solidez en el Medio Oriente. Esto ha sucedido en gran medida por la poca capacidad de EE.UU. de tener una política organizada en la región, por la ineficacia de la Unión Europea al intentar unificar criterio y la existencia de un impasse a salidas negociadas. Por esta razón, Rusia se ha consolidado como ganador en Siria, ha aparecido en Irak, ha encontrado espacios para influir en zonas de importancia energética en Libia y ha conseguido reforzar sus lazos militares y comerciales, blindando el eje ruso-sirio-iraní.


En segundo lugar, dentro la contienda política e ideológica por el liderazgo regional, encontramos por un lado a Arabia Saudita, quien busca moldear el Medio Oriente a su imagen y semejanza. Por el otro lado está Irán, que se ha caracterizado por ser un agente desestabilizador y que busca afianzar su influencia regional a través de un eje de resistencia, logrando cohesionar todas sus actividades en los conflictos activos de la región. Sin embargo, no toda la atención se debe centrar en las luchas más visibles, ya que para el día de hoy debemos estar pendientes de otras dos situaciones. Primero, la aparición de una Turquía con una agenda que ha complicado las dinámicas en el Mediterráneo a través del conflicto en Chipre y en Libia, y que, además, busca convertir a Europa en rehén de sus intereses a través de amenazas constantes en materia de refugiados. Segundo, la capacidad y voluntad política de las monarquías del Consejo del Golfo, sobretodo de los Emiratos Árabes Unidos, en afianzar una tregua solvente con el Estado de Israel a través de espacios de cooperación y diálogo sumamente interesantes.


En tercer lugar, durante la pandemia, los gobiernos más autoritarios y represivos en la región, han afianzado su poder con un modelo vertical similar al de China. Dicho esto, a pesar de que China continúa siendo un agente silencioso en el Medio Oriente, poco a poco va demostrando mayor presencia a través de una agenda pragmática muy bien recibida en la región.


Por consiguiente, tomando el Medio Oriente como microcosmos, nos podemos aproximar a una idea de lo que sucede globalmente, sobre todo cuando identificamos que existe el riesgo de un cambio de paradigma internacional, donde los modelos autoritarios, amparados en la idea del “Papá Estado” como único capaz de apaciguar los miedos de la población, se conviertan en referentes a seguir.

Este afianzamiento del poder seguramente tendrá fecha de vencimiento, ya que, cuando los factores estructurales, los cuales trascienden la pandemia, no se resuelven de raíz, tienden a resurgir normalmente con fuerza.


La pandemia ha permitido el oscurecimiento temporal de asuntos irresueltos en la realidad política, económica y social en la región. Sin embargo, también ha permitido que ciertos actores no estatales violentos y no violentos, aprovechen la coyuntura para pausar sus actividades, reorganizarse y sacar provecho de la distracción de sus enemigos.




Asociado Joven COMEXI

@kikeraijman



Te recomendamos el podcast ⬇️

Spotify

Apple Podcasts

Google Podcasts

Acast

Por: Enrique Raijman

Previo a la pandemia, el mundo ya comenzaba a mostrar cambios profundos en los equilibrios geopolíticos. Lo cierto es que, en este momento, lejos de que exista una ruptura con el pasado, se han acelerado los procesos de cambio que habían comenzado anteriormente. De esta manera, a pesar de que aparentemente los conflictos internacionales se pausaron para atender la crisis sanitaria global, los factores estructurales irresueltos, tarde o temprano se manifestarán con gran intensidad, sobre todo en las regiones más convulsas del globo. En este contexto, si deseamos identificar una región que marca la pauta en los movimientos de la arena internacional, debemos de centrar nuestra atención y poner la lupa en el Medio Oriente.


En este marco, hay varias lecturas que se pueden hacer en torno a la región. En primer lugar, la pandemia ha acentuado dónde hay influencia y de quién. En este orden de ideas, Estados Unidos está viviendo una crisis de identidad al interior y de referencia mundial al exterior, es decir, esa capacidad del gran comisario de marcar la pauta, la agenda y el relato ya no es tan evidente como lo era hace unos años. Recordemos que Estados Unidos lleva mostrando un rol decreciente en su involucramiento en temas internacionales que no considera prioritarios, ya que, durante la transición de Obama a Trump, aunado a las fuertes consecuencias del Covid-19 en el país, hemos presenciado una fase de repliegue.

Están sumamente ocupados con sus problemas internos y no hay suficiente atención, recursos y voluntad política para desplegar esfuerzos en otras regiones, dejando como consecuencia vacíos de poder con consecuencias palpables.


En esta lógica, Rusia ha percibido este vacío de poder y ha aprovechado la coyuntura para influir con solidez en el Medio Oriente. Esto ha sucedido en gran medida por la poca capacidad de EE.UU. de tener una política organizada en la región, por la ineficacia de la Unión Europea al intentar unificar criterio y la existencia de un impasse a salidas negociadas. Por esta razón, Rusia se ha consolidado como ganador en Siria, ha aparecido en Irak, ha encontrado espacios para influir en zonas de importancia energética en Libia y ha conseguido reforzar sus lazos militares y comerciales, blindando el eje ruso-sirio-iraní.


En segundo lugar, dentro la contienda política e ideológica por el liderazgo regional, encontramos por un lado a Arabia Saudita, quien busca moldear el Medio Oriente a su imagen y semejanza. Por el otro lado está Irán, que se ha caracterizado por ser un agente desestabilizador y que busca afianzar su influencia regional a través de un eje de resistencia, logrando cohesionar todas sus actividades en los conflictos activos de la región. Sin embargo, no toda la atención se debe centrar en las luchas más visibles, ya que para el día de hoy debemos estar pendientes de otras dos situaciones. Primero, la aparición de una Turquía con una agenda que ha complicado las dinámicas en el Mediterráneo a través del conflicto en Chipre y en Libia, y que, además, busca convertir a Europa en rehén de sus intereses a través de amenazas constantes en materia de refugiados. Segundo, la capacidad y voluntad política de las monarquías del Consejo del Golfo, sobretodo de los Emiratos Árabes Unidos, en afianzar una tregua solvente con el Estado de Israel a través de espacios de cooperación y diálogo sumamente interesantes.


En tercer lugar, durante la pandemia, los gobiernos más autoritarios y represivos en la región, han afianzado su poder con un modelo vertical similar al de China. Dicho esto, a pesar de que China continúa siendo un agente silencioso en el Medio Oriente, poco a poco va demostrando mayor presencia a través de una agenda pragmática muy bien recibida en la región.


Por consiguiente, tomando el Medio Oriente como microcosmos, nos podemos aproximar a una idea de lo que sucede globalmente, sobre todo cuando identificamos que existe el riesgo de un cambio de paradigma internacional, donde los modelos autoritarios, amparados en la idea del “Papá Estado” como único capaz de apaciguar los miedos de la población, se conviertan en referentes a seguir.

Este afianzamiento del poder seguramente tendrá fecha de vencimiento, ya que, cuando los factores estructurales, los cuales trascienden la pandemia, no se resuelven de raíz, tienden a resurgir normalmente con fuerza.


La pandemia ha permitido el oscurecimiento temporal de asuntos irresueltos en la realidad política, económica y social en la región. Sin embargo, también ha permitido que ciertos actores no estatales violentos y no violentos, aprovechen la coyuntura para pausar sus actividades, reorganizarse y sacar provecho de la distracción de sus enemigos.




Asociado Joven COMEXI

@kikeraijman



Te recomendamos el podcast ⬇️

Spotify

Apple Podcasts

Google Podcasts

Acast