/ miércoles 22 de noviembre de 2023

Mexshoring, ¿moda o realidad? 

Por Claudia Avila Connelly

Cada vez más escuchamos que México tiene una gran oportunidad ante el “nearshoring”, el “friendshoring” o el “allyshoring”, términos recientes en inglés que se refieren básicamente a los motivos de una empresa que desea internacionalizarse, para decidir en qué lugar abrirá nuevas operaciones fuera de su país de origen.

Esto es a lo que llamamos Inversión Extranjera Directa (IED), hecha por las llamadas “empresas multinacionales”, cuyos criterios de decisión sobre el lugar en dónde invertir han venido evolucionando. Históricamente, la IED tendía a ubicarse en lugares con mano de obra barata. Sin importar la distancia geográfica, lo sustancial era bajar costos de producción para generar atractivos márgenes de utilidad.

Conforme el mundo fue evolucionando y la globalización se hizo presente, la IED se enfocó en buscar lugares con disponibilidad abundante de mano de obra barata y calificada, infraestructura de calidad, incentivos fiscales, ambiente de negocios amigable y facilidades de acceso a nuevos mercados, entre otras variables.

Fue cuando el mundo experimentó la fragmentación de los procesos productivos en diferentes lugares, lo que hoy conocemos como “cadenas globales de suministro”. Es decir, fabricar unas piezas en un país, comprar los insumos en otros, y ensamblar el producto final en una tercera ubicación. Así ganaron competitividad industrias como la textil y de la confección, surtiendo el algodón en Egipto, haciendo la tela en Bangladesh, fabricando el vestido en China y vendiéndolo en Estados Unidos.

Los académicos y aún lo políticos llegaron a oponerse a la IED, argumentando que ésta solo buscaba explotar a su favor el bajo costo de mano de obra en los países receptores, sin dejar algún valor agregado a nivel local. Fue cuando la IED se insertó en el ámbito ideológico del capitalismo voraz.

A la inversa, los defensores de la IED afirmaban que estas operaciones transferían tecnología y mejores prácticas a los países sede, impulsando su desarrollo económico, entre otros beneficios.

Pero dispersar la producción en varios países para bajar costos trajo consigo nuevos riesgos. Fenómenos naturales como el tsunami en Japón en 2012, provocó el cierre inesperado de empresas proveedoras de autopartes para la industria automotriz en otros países; o la guerra comercial entre China y Estados Unidos en 2018 que generó más costos para las empresas por el aumento de los aranceles; y más recientemente la pandemia por COVID-19, que paralizó la producción por el confinamiento en las fábricas para evitar contagios. Esta nueva realidad evidenció que la producción a larga distancia es vulnerable por la posibilidad de quedar interrumpida, lo cual representa una gran desventaja.

Los bajos costos siguen determinando el destino de la IED, pero ahora se combinan con el factor “riesgo”, el cual ha tomado un mayor peso en las decisiones de los inversionistas. De ahí la relevancia del “nearshoring”, fenómeno enfocado a tener cerca a los proveedores para restar la fragilidad de las cadenas de suministro a la distancia; o del “friendshoring” o “allyshoring”, refiriéndose a países amigos o aliados que no representen amenazas por razones ideológicas o geopolíticas.

México es campeón en la atracción de IED por muchas razones, entre las que destacan la mano de obra barata, su vecindad y alianza con Estados Unidos como su principal socio comercial, y su acceso al mercado de Norteamérica de manera preferencial, a través del Tratado de Libre Comercio con Estados unidos y Canadá (T-MEC). De ahí que todos los “shoring” apliquen al mercado mexicano, resumiendo este nuevo fenómeno como el “Mexshoring”.

Y todos estamos felices por la llegada de nuevas empresas al país, celebrando el protagonismo de México en este nuevo escenario global. Pero qué pasa con la industria nacional. No todos los esfuerzos deben canalizarse hacia la IED. Es necesario tomar conciencia sobre qué es lo que buscan estas nuevas empresas en el país: ¿sólo utilidades o también impacto social? Como país, debemos cuidar a las empresas que desde mucho antes han apostado por México, generando empleos y contribuyendo al erario, sobre todo a las pequeñas y medianas empresas (pymes) formales, que son las más vulnerables a los vaivenes del mercado. La igualdad que hoy defendemos como parte de los derechos humanos, también debe profesarse entre empresas nacionales y extranjeras, en términos de facilidades e incentivos, más allá de su tamaño, ubicación o el sector en el que participen. Éste será un gran reto para las políticas públicas de las nuevas administraciones.


Desde 2006 es miembro activo del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales, COMEXI. Es Directora General de Asuntos Internacionales en la Agencia Nacional de Aduanas de México, ANAM. Por 17 años dirigió la Asociación Mexicana de Parques Industriales, AMPIP. Antes fue Secretaria de Desarrollo Económico en el gobierno de Hidalgo, y Consejera Comercial de México en Canadá y Suecia. @ClaudiaAvilaC


Por Claudia Avila Connelly

Cada vez más escuchamos que México tiene una gran oportunidad ante el “nearshoring”, el “friendshoring” o el “allyshoring”, términos recientes en inglés que se refieren básicamente a los motivos de una empresa que desea internacionalizarse, para decidir en qué lugar abrirá nuevas operaciones fuera de su país de origen.

Esto es a lo que llamamos Inversión Extranjera Directa (IED), hecha por las llamadas “empresas multinacionales”, cuyos criterios de decisión sobre el lugar en dónde invertir han venido evolucionando. Históricamente, la IED tendía a ubicarse en lugares con mano de obra barata. Sin importar la distancia geográfica, lo sustancial era bajar costos de producción para generar atractivos márgenes de utilidad.

Conforme el mundo fue evolucionando y la globalización se hizo presente, la IED se enfocó en buscar lugares con disponibilidad abundante de mano de obra barata y calificada, infraestructura de calidad, incentivos fiscales, ambiente de negocios amigable y facilidades de acceso a nuevos mercados, entre otras variables.

Fue cuando el mundo experimentó la fragmentación de los procesos productivos en diferentes lugares, lo que hoy conocemos como “cadenas globales de suministro”. Es decir, fabricar unas piezas en un país, comprar los insumos en otros, y ensamblar el producto final en una tercera ubicación. Así ganaron competitividad industrias como la textil y de la confección, surtiendo el algodón en Egipto, haciendo la tela en Bangladesh, fabricando el vestido en China y vendiéndolo en Estados Unidos.

Los académicos y aún lo políticos llegaron a oponerse a la IED, argumentando que ésta solo buscaba explotar a su favor el bajo costo de mano de obra en los países receptores, sin dejar algún valor agregado a nivel local. Fue cuando la IED se insertó en el ámbito ideológico del capitalismo voraz.

A la inversa, los defensores de la IED afirmaban que estas operaciones transferían tecnología y mejores prácticas a los países sede, impulsando su desarrollo económico, entre otros beneficios.

Pero dispersar la producción en varios países para bajar costos trajo consigo nuevos riesgos. Fenómenos naturales como el tsunami en Japón en 2012, provocó el cierre inesperado de empresas proveedoras de autopartes para la industria automotriz en otros países; o la guerra comercial entre China y Estados Unidos en 2018 que generó más costos para las empresas por el aumento de los aranceles; y más recientemente la pandemia por COVID-19, que paralizó la producción por el confinamiento en las fábricas para evitar contagios. Esta nueva realidad evidenció que la producción a larga distancia es vulnerable por la posibilidad de quedar interrumpida, lo cual representa una gran desventaja.

Los bajos costos siguen determinando el destino de la IED, pero ahora se combinan con el factor “riesgo”, el cual ha tomado un mayor peso en las decisiones de los inversionistas. De ahí la relevancia del “nearshoring”, fenómeno enfocado a tener cerca a los proveedores para restar la fragilidad de las cadenas de suministro a la distancia; o del “friendshoring” o “allyshoring”, refiriéndose a países amigos o aliados que no representen amenazas por razones ideológicas o geopolíticas.

México es campeón en la atracción de IED por muchas razones, entre las que destacan la mano de obra barata, su vecindad y alianza con Estados Unidos como su principal socio comercial, y su acceso al mercado de Norteamérica de manera preferencial, a través del Tratado de Libre Comercio con Estados unidos y Canadá (T-MEC). De ahí que todos los “shoring” apliquen al mercado mexicano, resumiendo este nuevo fenómeno como el “Mexshoring”.

Y todos estamos felices por la llegada de nuevas empresas al país, celebrando el protagonismo de México en este nuevo escenario global. Pero qué pasa con la industria nacional. No todos los esfuerzos deben canalizarse hacia la IED. Es necesario tomar conciencia sobre qué es lo que buscan estas nuevas empresas en el país: ¿sólo utilidades o también impacto social? Como país, debemos cuidar a las empresas que desde mucho antes han apostado por México, generando empleos y contribuyendo al erario, sobre todo a las pequeñas y medianas empresas (pymes) formales, que son las más vulnerables a los vaivenes del mercado. La igualdad que hoy defendemos como parte de los derechos humanos, también debe profesarse entre empresas nacionales y extranjeras, en términos de facilidades e incentivos, más allá de su tamaño, ubicación o el sector en el que participen. Éste será un gran reto para las políticas públicas de las nuevas administraciones.


Desde 2006 es miembro activo del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales, COMEXI. Es Directora General de Asuntos Internacionales en la Agencia Nacional de Aduanas de México, ANAM. Por 17 años dirigió la Asociación Mexicana de Parques Industriales, AMPIP. Antes fue Secretaria de Desarrollo Económico en el gobierno de Hidalgo, y Consejera Comercial de México en Canadá y Suecia. @ClaudiaAvilaC