/ jueves 27 de mayo de 2021

Mi estirpe

Una clienta me consultó sobre el papel del albacea en una sucesión testamentaria, consulta ésta que me ha hecho pensar en el amplio sentido de una herencia. En efecto, me detengo en los rasgos morales, ideológicos y profesionales que caracterizaron al doctor Raúl Carrancá y Trujillo, mismos que se continúan advirtiendo en sus descendientes directos y que se deberían advertir, como ejemplo sobresaliente y notable, en todo aquel que incursiona en el terreno universitario y profesional.

Esta es la herencia que en el caso me interesa. Concluido el proceso en primera instancia seguido a Ramón Mercader del Río por el asesinato de León Trotsky y del que se hizo cargo como juez Carrancá y Trujillo, responsabilidad altísima cargada de una y mil peripecias, el Presidente Manuel Ávila Camacho lo invitó a ser candidato al gobierno de Yucatán, o a ser embajador de México en el extranjero, o a asumir cualquier cargo que estaba el Presidente dispuesto a ofrecerle, a lo que el susodicho respondió que él era oriundo de Campeche, que su madre tenía una edad muy avanzada y que yo estudiaba apenas la secundaria; lo que adujo pasando por alto los posibles medios para ser gobernador, en una época en que la voluntad del Presidente era omnímoda. Y dándose un fuerte apretón de manos el “Presidente Caballero” y él quedaron como cordiales amigos.

A lo anterior, que es notable y sobresaliente, señalo que Carrancá y Trujillo hizo sus estudios en Madrid, en su Universidad Central, de Licenciatura y Doctorado. Huérfano de padre y becado por la colonia española, pues su padre -mi abuelo- era catalán, fue alumno de grandes profesores de la época, Luis Jiménez de Asúa, Rafael Altamira y Crevea, Miguel de Unamuno, entre otros, ganándose la envidia, la admiración o el respeto de aquellos que en México formaban una generación de abogados universitarios. No era de los “suyos”, aunque sí una luz que brillaba poderosamente. Sabio, cultísimo, digno, enhiesto, con una moral impecable, jamás se prestó al juego de las circunstancias y condiciones que suelen encumbrar a sus jugadores. Él no le guiñaba el ojo a la política, coqueteándole, ni tampoco ella lo buscaba. La simulación no era su bandera ni su lanza en ristre, por lo cual la política no lo tuvo entre los suyos. Su sitio fue la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en larga y luminosa carrera que lo ha esculpido como uno de los iconos del Derecho Penal en México y en varias partes del mundo. Fue la encarnación del Derecho humanista, sin los prejuicios y juicios de los “ismos” que encasillan rutinariamente al talento. En tal virtud creo que mi estirpe debe ser compartida y por eso he escrito estas líneas en momentos en que México y la humanidad están ayunos de la cultura auténtica, de la espiritualidad que se confunde con una batahola sin rumbo ni fin. Carrancá y Trujillo fue y es un ejemplo que tengo la necesidad de compartir como hijo y discípulo, por lo cual espero que el amable lector me comprenda.

La nuestra es una época de sombras, de amenazadoras nubes pandémicas, y si uno ha tenido el privilegio de conocer la luz, de ser iluminado por ella, es imprescindible dejar a un lado el egoísmo, la timidez o la falsa modestia, para iluminar el camino de los demás. Que no se califiquen mis líneas por el parentesco sino por el anhelo de venerar y practicar los mismos valores que veneró, cultivó y vivió Carrancá y Trujillo. Nubes pandémicas, aquéllas, que comparten territorio sombrío con la pobreza, la inseguridad, la violencia y la educación malbaratada, sobre todo la universitaria, por los que no ven en ella el templo sagrado de los valores positivos más elevados de México y del mundo; herencia que sin dejar su huella del pasado se debe transformar en presente y en futuro. Concluyo: hay quien deja hablar al espíritu y quien lo silencia. Yo soy, como hijo de la Universidad, de los que dejan que hable con el propósito de sentir, razonar y convencer.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNIVERSIDAD

@RaulCarranca

www.facebook.com/despacho.raulcarranca

Una clienta me consultó sobre el papel del albacea en una sucesión testamentaria, consulta ésta que me ha hecho pensar en el amplio sentido de una herencia. En efecto, me detengo en los rasgos morales, ideológicos y profesionales que caracterizaron al doctor Raúl Carrancá y Trujillo, mismos que se continúan advirtiendo en sus descendientes directos y que se deberían advertir, como ejemplo sobresaliente y notable, en todo aquel que incursiona en el terreno universitario y profesional.

Esta es la herencia que en el caso me interesa. Concluido el proceso en primera instancia seguido a Ramón Mercader del Río por el asesinato de León Trotsky y del que se hizo cargo como juez Carrancá y Trujillo, responsabilidad altísima cargada de una y mil peripecias, el Presidente Manuel Ávila Camacho lo invitó a ser candidato al gobierno de Yucatán, o a ser embajador de México en el extranjero, o a asumir cualquier cargo que estaba el Presidente dispuesto a ofrecerle, a lo que el susodicho respondió que él era oriundo de Campeche, que su madre tenía una edad muy avanzada y que yo estudiaba apenas la secundaria; lo que adujo pasando por alto los posibles medios para ser gobernador, en una época en que la voluntad del Presidente era omnímoda. Y dándose un fuerte apretón de manos el “Presidente Caballero” y él quedaron como cordiales amigos.

A lo anterior, que es notable y sobresaliente, señalo que Carrancá y Trujillo hizo sus estudios en Madrid, en su Universidad Central, de Licenciatura y Doctorado. Huérfano de padre y becado por la colonia española, pues su padre -mi abuelo- era catalán, fue alumno de grandes profesores de la época, Luis Jiménez de Asúa, Rafael Altamira y Crevea, Miguel de Unamuno, entre otros, ganándose la envidia, la admiración o el respeto de aquellos que en México formaban una generación de abogados universitarios. No era de los “suyos”, aunque sí una luz que brillaba poderosamente. Sabio, cultísimo, digno, enhiesto, con una moral impecable, jamás se prestó al juego de las circunstancias y condiciones que suelen encumbrar a sus jugadores. Él no le guiñaba el ojo a la política, coqueteándole, ni tampoco ella lo buscaba. La simulación no era su bandera ni su lanza en ristre, por lo cual la política no lo tuvo entre los suyos. Su sitio fue la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en larga y luminosa carrera que lo ha esculpido como uno de los iconos del Derecho Penal en México y en varias partes del mundo. Fue la encarnación del Derecho humanista, sin los prejuicios y juicios de los “ismos” que encasillan rutinariamente al talento. En tal virtud creo que mi estirpe debe ser compartida y por eso he escrito estas líneas en momentos en que México y la humanidad están ayunos de la cultura auténtica, de la espiritualidad que se confunde con una batahola sin rumbo ni fin. Carrancá y Trujillo fue y es un ejemplo que tengo la necesidad de compartir como hijo y discípulo, por lo cual espero que el amable lector me comprenda.

La nuestra es una época de sombras, de amenazadoras nubes pandémicas, y si uno ha tenido el privilegio de conocer la luz, de ser iluminado por ella, es imprescindible dejar a un lado el egoísmo, la timidez o la falsa modestia, para iluminar el camino de los demás. Que no se califiquen mis líneas por el parentesco sino por el anhelo de venerar y practicar los mismos valores que veneró, cultivó y vivió Carrancá y Trujillo. Nubes pandémicas, aquéllas, que comparten territorio sombrío con la pobreza, la inseguridad, la violencia y la educación malbaratada, sobre todo la universitaria, por los que no ven en ella el templo sagrado de los valores positivos más elevados de México y del mundo; herencia que sin dejar su huella del pasado se debe transformar en presente y en futuro. Concluyo: hay quien deja hablar al espíritu y quien lo silencia. Yo soy, como hijo de la Universidad, de los que dejan que hable con el propósito de sentir, razonar y convencer.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNIVERSIDAD

@RaulCarranca

www.facebook.com/despacho.raulcarranca