/ miércoles 14 de febrero de 2018

No por mucho hablar amanece más temprano

Es lamentable que en el cierre de su precampaña como precandidato a la Presidencia de la República Ricardo Anaya, del PAN, haya caído en las descalificaciones, ataques personales y contradicciones. A mi juicio no hizo sino exhibirse. Al cerrar los sesenta días de su precampaña sostuvo que la campaña de López Obrador se halla estancada y que la de Meade se desfondó y está en ruinas; afirmaciones que nada tienen que ver con la argumentación, con el razonamiento. Mala señal que presagia incapacidad intelectual para debatir. Y luego para colmo sostuvo que ya empató -contradicción evidente- a López Obrador (por lo que no lo ha de ver tan estancado). ¿Y comparar a Meade Kuribreña con Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz, no es un ataque personal? Poco favor le hace Anaya a la democracia y a la inteligencia del elector al repetir y repetir el estribillo de que él va a ganar la presidencia. No es suficiente.

Ahora bien, ojalá aparezcan pronto en el escenario político los razonamientos y los argumentos, que son medulares en una campaña política y más en las condiciones actuales por las que atraviesa el país. No es argumento decir que me atacan y descalifican porque “voy a ganar”, ya que esto es atribuible a los tres candidatos a la presidencia. Por otra parte el elector decidirá entre dos o tres opciones políticas de naturaleza muy clara, siendo la responsabilidad de los candidatos exponerlas y analizarlas. Se trata, resumiendo, de la izquierda (López Obrador), del centro derecha (Meade) (y de la derecha (Anaya). Ya se sabe que en el mundo contemporáneo no hay procesos electorales inmaculados -sueño dorado de la democracia-; sin embargo molesta, por decir lo menos, la intromisión de la Secretaría de Hacienda al señalar que desde su óptica hay tres peligros en 2018: las elecciones habida cuenta de la incertidumbre del vencedor, el tratado de libre comercio y la reforma fiscal en los Estados Unidos. Cualquiera puede leer el contenido de lo anterior, a saber: la incertidumbre será mucho menor si se elige a Meade. Tal vez lo sea, lo que no le quita relevancia a aquélla intromisión que omite algo de elemental sentido común, o sea, que las fuerzas populares de izquierda, y no me refiero a los revoltosos e improvisados sino a los progresistas, ocupan un número muy importante en el padrón electoral esgrimiendo la bandera de un gran descontento nacional (aglutinan descontento). Descontento éste que clama por un cambio en la conducción y gobierno de la República. Téngase en cuenta además que el menor error en la contabilidad definitiva de la elección sonaría a fraude, lo que traería como consecuencia un descontento popular enorme que no incluye la Secretaría de Hacienda entre los riesgos que anuncia. Riesgo mayúsculo.

En suma, fuera los ataques y descalificaciones. Hay que abrir puertas a la inteligencia, al razonamiento, a la polémica constructiva y al análisis político. ¡Ya es tiempo, que por cierto se acorta! Basta, pues, de querer confundir con galimatías retóricos. Que se enfrenten las tesis, los puntos de vista, los programas. Que se argumente con la serenidad, tacto y talento que reclama el momento de peligro que se vive. En otros términos, los programas que se sometan al electorado deben ser claros, valientes y no disfrazados de lo que no son. Que la palabra política se vuelva de seguridad y confianza, que estimule el razonamiento y no el voto mecánico impulsado por el temor o la fantasía. Por último, ¿decir que se necesitan nuevas reformas estructurales? Es tanto como decir que se necesita otra tormenta.

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Y Facebook: www.facebook.com/despacho.raulcarranca

Es lamentable que en el cierre de su precampaña como precandidato a la Presidencia de la República Ricardo Anaya, del PAN, haya caído en las descalificaciones, ataques personales y contradicciones. A mi juicio no hizo sino exhibirse. Al cerrar los sesenta días de su precampaña sostuvo que la campaña de López Obrador se halla estancada y que la de Meade se desfondó y está en ruinas; afirmaciones que nada tienen que ver con la argumentación, con el razonamiento. Mala señal que presagia incapacidad intelectual para debatir. Y luego para colmo sostuvo que ya empató -contradicción evidente- a López Obrador (por lo que no lo ha de ver tan estancado). ¿Y comparar a Meade Kuribreña con Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz, no es un ataque personal? Poco favor le hace Anaya a la democracia y a la inteligencia del elector al repetir y repetir el estribillo de que él va a ganar la presidencia. No es suficiente.

Ahora bien, ojalá aparezcan pronto en el escenario político los razonamientos y los argumentos, que son medulares en una campaña política y más en las condiciones actuales por las que atraviesa el país. No es argumento decir que me atacan y descalifican porque “voy a ganar”, ya que esto es atribuible a los tres candidatos a la presidencia. Por otra parte el elector decidirá entre dos o tres opciones políticas de naturaleza muy clara, siendo la responsabilidad de los candidatos exponerlas y analizarlas. Se trata, resumiendo, de la izquierda (López Obrador), del centro derecha (Meade) (y de la derecha (Anaya). Ya se sabe que en el mundo contemporáneo no hay procesos electorales inmaculados -sueño dorado de la democracia-; sin embargo molesta, por decir lo menos, la intromisión de la Secretaría de Hacienda al señalar que desde su óptica hay tres peligros en 2018: las elecciones habida cuenta de la incertidumbre del vencedor, el tratado de libre comercio y la reforma fiscal en los Estados Unidos. Cualquiera puede leer el contenido de lo anterior, a saber: la incertidumbre será mucho menor si se elige a Meade. Tal vez lo sea, lo que no le quita relevancia a aquélla intromisión que omite algo de elemental sentido común, o sea, que las fuerzas populares de izquierda, y no me refiero a los revoltosos e improvisados sino a los progresistas, ocupan un número muy importante en el padrón electoral esgrimiendo la bandera de un gran descontento nacional (aglutinan descontento). Descontento éste que clama por un cambio en la conducción y gobierno de la República. Téngase en cuenta además que el menor error en la contabilidad definitiva de la elección sonaría a fraude, lo que traería como consecuencia un descontento popular enorme que no incluye la Secretaría de Hacienda entre los riesgos que anuncia. Riesgo mayúsculo.

En suma, fuera los ataques y descalificaciones. Hay que abrir puertas a la inteligencia, al razonamiento, a la polémica constructiva y al análisis político. ¡Ya es tiempo, que por cierto se acorta! Basta, pues, de querer confundir con galimatías retóricos. Que se enfrenten las tesis, los puntos de vista, los programas. Que se argumente con la serenidad, tacto y talento que reclama el momento de peligro que se vive. En otros términos, los programas que se sometan al electorado deben ser claros, valientes y no disfrazados de lo que no son. Que la palabra política se vuelva de seguridad y confianza, que estimule el razonamiento y no el voto mecánico impulsado por el temor o la fantasía. Por último, ¿decir que se necesitan nuevas reformas estructurales? Es tanto como decir que se necesita otra tormenta.

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