/ lunes 9 de noviembre de 2020

Recuperar la agenda industrial, con visión cada vez más local

El cierre de año se acerca y es momento de hablar de los proyectos y las estrategias que debemos echar a andar para enfrentar la crisis económica derivada de la pandemia, que además de cobrarse la vida de muchas personas, también ha desatado una mortandad importante en los negocios que son sustento de muchas familias.

Desde mediados de la pandemia, hemos mantenido la esperanza de que el próximo año nos permita recuperarnos; sin embargo, esta recuperación no se dará con el simple hecho de que concluya 2020, sino que es necesario hacer planes muy realistas e inclusivos, donde la participación de las autoridades y del sector privado es igual de importante; donde se consideren con la misma importancia las necesidades de las empresas medianas, pequeñas y globales; tanto a las empresas que exportan como a las que se mueven en el mercado nacional. En fin, se trata de no dejar atrás a nadie.

Si bien esta preocupación es global como lo ha sido la propia pandemia, es claro que regiones como la del sudeste asiático o la Unión Europea tienen otros recursos para afrontar la etapa de recuperación, por lo que es muy importante que en América Latina y especialmente en México, pongamos manos a la obra para evitar que esta pandemia profundice las brechas tecnológica e industrial que ya existente. Es decir, estamos frente a una prioridad nacional donde nos estamos jugando la competitividad de los próximos años.

En ese sentido, sin desmerecer a las estrategias que buscar mover la economía nacional, como el Buen Fin; hay que apuntar que el sector industrial necesita una política de recuperación más integral donde se fomente el encadenamiento productivo y donde también se incluyan a aquellas unidades económicas pequeñas que no están dentro de dichas cadenas. Me refiero a los tornos y troquelados, los talleres de carpintería, las lavanderías, los talleres rectificadores de motores, a las fabricas pequeñas. Esa industria local que significa el esfuerzo y patrimonio de muchas personas, que generan empleos formales y que están en peligro de cierre.

En todo el mundo hay diversas voces preguntándose lo mismo: ¿cómo sacar adelante a los sectores productivos considerando el contexto actual, donde todavía no superamos la pandemia y no tenemos la certeza de que la vacuna (ya no hablemos de la cura) esté disponible pronto? Algunos países, incluido el nuestro y algunos de sus socios comerciales, han tomado medidas que hace un año nos hubieran parecido impensables, como dirigir abiertamente la producción de suministros esenciales valiéndose de Leyes de producción de épocas de guerra; bloquear exportaciones de ciertos insumos y productos o, de plano, lanzar compras internacionales sin licitaciones.

Queda claro que estas medidas no pueden mantenerse para siempre porque además de ser totalmente intervencionistas, no son sostenibles para las unidades productivas y para el mercado mismo. En ese contexto, es necesario hablar de la nueva política industrial post COVID-19, que deberá pensar más allá de las medidas usuales e incorporar elementos como el uso intensivo de tecnología y la necesidad creciente de digitalización, incorporar plenamente la sostenibilidad (mediante la “economía verde”) y abonar a la competitividad del país, por mencionar algunos elementos esenciales.

El reto es grande porque hablamos de una política industrial de dos vías: por un lado, promover la recuperación post pandemia y por el otro, retomar los pendientes anteriores y busca medidas de largo plazo.

En resumen, esta coyuntura nos recuerda que en México, el nivel industrial es dispar, varía según el sector y la entidad, por lo tanto, su aportación al PIB es más baja que la de nuestros principales socios comerciales. También, nos recuerda que es difícil desarrollar proyectos de largo aliento porque el presupuesto público es inestable y no hay la seguridad de tener los recursos siempre. Sin embargo, es también la oportunidad de retomar el rumbo y fortalecer la capacidad productiva nacional, vincularla con la ciencia y la tecnología, generar más valor en nuestras exportaciones y abonar a la prosperidad que México y su población, merece.



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El cierre de año se acerca y es momento de hablar de los proyectos y las estrategias que debemos echar a andar para enfrentar la crisis económica derivada de la pandemia, que además de cobrarse la vida de muchas personas, también ha desatado una mortandad importante en los negocios que son sustento de muchas familias.

Desde mediados de la pandemia, hemos mantenido la esperanza de que el próximo año nos permita recuperarnos; sin embargo, esta recuperación no se dará con el simple hecho de que concluya 2020, sino que es necesario hacer planes muy realistas e inclusivos, donde la participación de las autoridades y del sector privado es igual de importante; donde se consideren con la misma importancia las necesidades de las empresas medianas, pequeñas y globales; tanto a las empresas que exportan como a las que se mueven en el mercado nacional. En fin, se trata de no dejar atrás a nadie.

Si bien esta preocupación es global como lo ha sido la propia pandemia, es claro que regiones como la del sudeste asiático o la Unión Europea tienen otros recursos para afrontar la etapa de recuperación, por lo que es muy importante que en América Latina y especialmente en México, pongamos manos a la obra para evitar que esta pandemia profundice las brechas tecnológica e industrial que ya existente. Es decir, estamos frente a una prioridad nacional donde nos estamos jugando la competitividad de los próximos años.

En ese sentido, sin desmerecer a las estrategias que buscar mover la economía nacional, como el Buen Fin; hay que apuntar que el sector industrial necesita una política de recuperación más integral donde se fomente el encadenamiento productivo y donde también se incluyan a aquellas unidades económicas pequeñas que no están dentro de dichas cadenas. Me refiero a los tornos y troquelados, los talleres de carpintería, las lavanderías, los talleres rectificadores de motores, a las fabricas pequeñas. Esa industria local que significa el esfuerzo y patrimonio de muchas personas, que generan empleos formales y que están en peligro de cierre.

En todo el mundo hay diversas voces preguntándose lo mismo: ¿cómo sacar adelante a los sectores productivos considerando el contexto actual, donde todavía no superamos la pandemia y no tenemos la certeza de que la vacuna (ya no hablemos de la cura) esté disponible pronto? Algunos países, incluido el nuestro y algunos de sus socios comerciales, han tomado medidas que hace un año nos hubieran parecido impensables, como dirigir abiertamente la producción de suministros esenciales valiéndose de Leyes de producción de épocas de guerra; bloquear exportaciones de ciertos insumos y productos o, de plano, lanzar compras internacionales sin licitaciones.

Queda claro que estas medidas no pueden mantenerse para siempre porque además de ser totalmente intervencionistas, no son sostenibles para las unidades productivas y para el mercado mismo. En ese contexto, es necesario hablar de la nueva política industrial post COVID-19, que deberá pensar más allá de las medidas usuales e incorporar elementos como el uso intensivo de tecnología y la necesidad creciente de digitalización, incorporar plenamente la sostenibilidad (mediante la “economía verde”) y abonar a la competitividad del país, por mencionar algunos elementos esenciales.

El reto es grande porque hablamos de una política industrial de dos vías: por un lado, promover la recuperación post pandemia y por el otro, retomar los pendientes anteriores y busca medidas de largo plazo.

En resumen, esta coyuntura nos recuerda que en México, el nivel industrial es dispar, varía según el sector y la entidad, por lo tanto, su aportación al PIB es más baja que la de nuestros principales socios comerciales. También, nos recuerda que es difícil desarrollar proyectos de largo aliento porque el presupuesto público es inestable y no hay la seguridad de tener los recursos siempre. Sin embargo, es también la oportunidad de retomar el rumbo y fortalecer la capacidad productiva nacional, vincularla con la ciencia y la tecnología, generar más valor en nuestras exportaciones y abonar a la prosperidad que México y su población, merece.



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