/ jueves 7 de diciembre de 2017

Sin gafete / El riesgo de perder la institucionalidad militar

Son hombres hechos a obedecer órdenes superiores.

Sus jefes, reciben órdenes superiores civiles. Y las cumplen. A rajatabla. Sin parpadear.

Por eso, es grave que les hayan ordenado, a los dos secretarios de las fuerzas armadas, al general Cienfuegos y al almirante Soberón, meterse en la contienda electoral. Opinar. Defenestrar. Confrontar.

Es decir, hablar como civiles, como políticos.

Legítimo estar en contra de quienes han matado a muchos de su gente, a enemigos a perpetuidad del uniforme. Más que complicado, preocupante, que lo hayan expresado.

¿Y la institucionalidad?

Andrés Manuel López Obrador va arriba en las encuestas presidenciales, sin ser todavía candidato. Para millones de mexicanos es la opción política por la que van a votar, el proyecto de país en el que creen. Los militares pueden disentir de sus ideas, pero expresarlo los coloca en la más incómoda posición: En contraposición, confrontación con todas sus letras, con estos millones de mexicanos.

La institucionalidad militar, ¿dónde queda?

¿Qué sucedería si gana Andrés Manuel López Obrador? ¿Habrá una rebeldía militar y le impedirán tomar posesión como presidente legítimo de todos los mexicanos, como comandante supremo de las fuerzas armadas? Entonces habríamos pasado de unas fuerzas armadas institucionales, leales, a unas golpistas. Porque nuestro destino se decide en las urnas, no en las declaraciones, no en lo que piensen jefes militares.

Cuando, por primera vez, ganó las elecciones presidenciales el candidato del PAN, Vicente Fox, a ningún jefe militar se le ocurrió objetar el resultado de las urnas. Y los militares, tradicionalmente priistas, se volvieron subordinados de un panista que fue su comandante supremo. Otro tanto sucedió, después del sexenio de Felipe Calderón con gran cercanía militar, cuando un priista ganó el poder en las urnas.

¿Qué diferencia habría con Andrés Manuel?

La decisión está en millones de mexicanos que van a votar en libertad, sin amenazas militares como en otros países, porque vivimos una democracia. ¿Y si deciden elegirlo?

Eran tan innecesarias sus declaraciones. Que no sirvieron más que para ahondar la discusión, de algo, una supuesta “amnistía”, que López Obrador había propuesto como resultado de una consulta popular en un futuro. Discusión electoral, en un ámbito donde por razones obvias, todos los priistas, todos en el gobierno de Peña Nieto, consideran al candidato de Morena como un enemigo a vencer.

No puede serlo de los militares porque son institucionales. Porque una de las columnas vertebrales de nuestras fuerzas armadas es la lealtad al pueblo. Y esto incluye, obvio, la lealtad a las decisiones electorales del pueblo. Que no se han manifestado.

Cuando el presidente Miguel de la Madrid les ordenó no participar en labores de rescate los días posteriores al sismo del 85, los militares obedecieron. Cuando Vicente Fox otorgó garantías para que el subcomandante Marcos, quien les declaró la única guerra en tiempos modernos que hemos tenido, su enemigo declarado, recorriese el país, los militares no chistaron. Se quedaron callados pese al agravio inmenso.

La institucionalidad militar.

Cuando Enrique Peña Nieto les ordenó labores de policía sin un marco legal que los protegiese, obedecieron pese a los precios, altos, que han pagado. Al desgaste de su imagen, a todo lo que ha acarreado esto.