/ jueves 19 de julio de 2018

Soberanía energética y seguridad nacional

Entre los conceptos que se están resignificando en el proceso de transición de gobierno para perfilar un nuevo plan nacional de desarrollo se encuentran las bases de un nuevo nacionalismo que busca acotar los aspectos que vulneran la integridad del país y que reclaman mayor conciencia situacional para incidir de manera sincronizada en un modelo de seguridad nacional que integra, no sólo los aspectos policiales o de investigación contra los delitos de alto impacto y la defensa del territorio ante amenazas potenciales o reales, sino una estrategia de “seguridad nacional mutlidimensional” que incluye lo económico en materia energética, alimentaria, industrias estratégicas, integración de las cadenas productivas, en las telecomunicaciones, así como en otros aspectos como la seguridad hídrica y la conservación de la biodiversidad.

La visita de la delegación de EEUU se da en un contexto inédito para la relación de México con nuestro vecino y principal socio comercial para enfocar aspectos de la agenda bilateral en materia de seguridad, migración y libre comercio. Por primera vez en la historia de esta relación, se articulan estos temas con nuevos conceptos integradores, las ideologías nacionalistas y la seguridad estratégica que parte del enfoque de seguridad nacional para la integridad de fronteras, inversiones, los flujos migratorios y el libre comercio, como medio para reconvertir economías, sectores y regiones que generen oportunidades de empleo, innovación y revitalización de inversiones productivas, más que especulativas.

Resalta en este escenario la “contra-reforma” energética que se ha planteado como bandera histórica del ganador de la elección presidencial y su movimiento social bajo la premisa de que es absurdo proveer petrolíferos al mercado sin agregarles valor y dejando que esos procesos se lleven a cabo fuera del país con lo que se comprometen aspectos importantes de la seguridad energética del país, dado que al momento, la importación de gasolinas se acerca al 60 % y la capacidad de refinación de PEMEX opera al 40 % con una infraestructura obsoleta, contaminante y asediada por el robo de combustible.

Desde el enfoque de seguridad nacional, México pone sus fichas para revertir, al menos, el proceso de globalización del mercado de combustibles y sus redes de distribución, donde las PYMES familiares gasolineras se enfrentan a una competencia asimétrica ante grupos globales y corporativos nacionales altamente concentrados, con capacidades financieras inalcanzables para estas empresas y prácticamente en un modelo del “quítate que ahí to voy”.

El primer paso para reordenar el sector energético y en particular el mercado de combustibles, radica en políticas públicas que integren la cadena de valor de manera integral y que incluya a todos los modelos de negocio y la liberalización del mercado para fomentar la competencia e inversiones complementarias de la iniciativa privada en redes, ductos, sistemas de almacenamiento y gasolineras que permita garantizar el producto en toda la red con inventarios mayores a dos días para reducir la vulnerabilidad por un lado, y por otro, “reconfigurar” las refinerías actuales, promover inversión para una nueva refinería grande o dos de tamaño mediano que aseguren en el mediano y largo plazos una menor dependencia de EEUU en este campo.

Para un grupo de globalifílicos es un regreso al pasado y un mal negocio seguir con el modelo de refinación integral de nuestro petróleo, para otro grupo menos enterado, las nuevas refinerías sólo es un enfoque que la nueva administración utilizó para ganar las elecciones y para el grupo promotor de un nacionalismo energético de México, la factibilidad técnico-económica de recuperar este segmento de la industria nacional es fundamental.

Ciertamente existen varias maneras de reconfigurar la seguridad energética incorporando a Centroamérica en la ecuación mediante la Alianza para el Progreso que el equipo ganador de la elección presidencial ha presentado a su contraparte en EEUU. También la tecnología ha avanzado lo suficiente para hacer modelos híbridos con mega refinerías o incluso refinerías pequeñas de alcance regional en donde la iniciativa privada puede participar con el marco actual para conformar regiones mejor articuladas y menos dependientes de los sistemas de transporte de combustibles que son vulnerables al robo y a fallas de integridad.

La política industrial en materia de combustibles se enfoca a la “sustitución estratégica de importaciones” mediante nuevas inversiones para producir al menos unos 400 mil de barriles diarios adicionales y “reconfigurar” la capacidad instalada en el mediano plazo para optimizar las bases de la oferta. Incluso se puede pensar en promover inversión privada en refinerías en México y Centroamérica mediante alianzas estratégicas con la empresa productiva del Estado.

Este enfoque nacionalista para el desarrollo de México converge con varios aspectos de la seguridad nacional que se dirigen hacia conceptos tradicionales, pero transparentes en el ámbito de las relaciones internacionales: “autodeterminación, autosuficiencia y soberanía”.

En México debemos ser capaces de agregar valor a nuestras materias primas, aumentar el grado de integración nacional con nuevas inversiones y empleos. También debemos tener claro nuestras estrategias y políticas públicas, sin injerencias del exterior, presiones económicas o en su caso, “acuerdos bajo la mesa” que inhiban nuestra propia capacidad de autodeterminar el rumbo de nuestros sectores industriales. Por último, una nueva concepción de la soberanía, en un contexto globalizado que se caracteriza por guerras comerciales, una nueva conversación sobre la seguridad global que está por definirse, grandes conflictos migratorios y por tener de vecinos a la nación más poderosa del mundo.

Los sectores productivos -por décadas- hemos padecido la escasez de combustibles, sus altos precios y la falta de infraestructura para democratizar los recursos energéticos para el desarrollo. En este proceso que se perfila con el nuevo gobierno habrá dos retos fundamentales, por un lado la disponibilidad de “mente y mano de obra” calificadas en el sector petrolero y por otro, a la necesidad de capitales cuantiosos para reconfigurar y crear nuevas infraestructuras para la democratización de la energía para el desarrollo.

La materia prima existe, la tecnología existe, los grandes consorcios tecnológicos proveedores existen, la plataforma México para producir y distribuir combustibles para su desarrollo existe, de tal manera que con las necesidades de nuestro mercado interno se justifica la reconfiguración de este mercado y ya veremos cómo se desenvuelve esta estrategia nacional en los próximos meses para tener una idea más clara de sus impactos financieros, empresariales y de integridad de la nación bajo la óptica de la seguridad nacional y soberanía energética.


Entre los conceptos que se están resignificando en el proceso de transición de gobierno para perfilar un nuevo plan nacional de desarrollo se encuentran las bases de un nuevo nacionalismo que busca acotar los aspectos que vulneran la integridad del país y que reclaman mayor conciencia situacional para incidir de manera sincronizada en un modelo de seguridad nacional que integra, no sólo los aspectos policiales o de investigación contra los delitos de alto impacto y la defensa del territorio ante amenazas potenciales o reales, sino una estrategia de “seguridad nacional mutlidimensional” que incluye lo económico en materia energética, alimentaria, industrias estratégicas, integración de las cadenas productivas, en las telecomunicaciones, así como en otros aspectos como la seguridad hídrica y la conservación de la biodiversidad.

La visita de la delegación de EEUU se da en un contexto inédito para la relación de México con nuestro vecino y principal socio comercial para enfocar aspectos de la agenda bilateral en materia de seguridad, migración y libre comercio. Por primera vez en la historia de esta relación, se articulan estos temas con nuevos conceptos integradores, las ideologías nacionalistas y la seguridad estratégica que parte del enfoque de seguridad nacional para la integridad de fronteras, inversiones, los flujos migratorios y el libre comercio, como medio para reconvertir economías, sectores y regiones que generen oportunidades de empleo, innovación y revitalización de inversiones productivas, más que especulativas.

Resalta en este escenario la “contra-reforma” energética que se ha planteado como bandera histórica del ganador de la elección presidencial y su movimiento social bajo la premisa de que es absurdo proveer petrolíferos al mercado sin agregarles valor y dejando que esos procesos se lleven a cabo fuera del país con lo que se comprometen aspectos importantes de la seguridad energética del país, dado que al momento, la importación de gasolinas se acerca al 60 % y la capacidad de refinación de PEMEX opera al 40 % con una infraestructura obsoleta, contaminante y asediada por el robo de combustible.

Desde el enfoque de seguridad nacional, México pone sus fichas para revertir, al menos, el proceso de globalización del mercado de combustibles y sus redes de distribución, donde las PYMES familiares gasolineras se enfrentan a una competencia asimétrica ante grupos globales y corporativos nacionales altamente concentrados, con capacidades financieras inalcanzables para estas empresas y prácticamente en un modelo del “quítate que ahí to voy”.

El primer paso para reordenar el sector energético y en particular el mercado de combustibles, radica en políticas públicas que integren la cadena de valor de manera integral y que incluya a todos los modelos de negocio y la liberalización del mercado para fomentar la competencia e inversiones complementarias de la iniciativa privada en redes, ductos, sistemas de almacenamiento y gasolineras que permita garantizar el producto en toda la red con inventarios mayores a dos días para reducir la vulnerabilidad por un lado, y por otro, “reconfigurar” las refinerías actuales, promover inversión para una nueva refinería grande o dos de tamaño mediano que aseguren en el mediano y largo plazos una menor dependencia de EEUU en este campo.

Para un grupo de globalifílicos es un regreso al pasado y un mal negocio seguir con el modelo de refinación integral de nuestro petróleo, para otro grupo menos enterado, las nuevas refinerías sólo es un enfoque que la nueva administración utilizó para ganar las elecciones y para el grupo promotor de un nacionalismo energético de México, la factibilidad técnico-económica de recuperar este segmento de la industria nacional es fundamental.

Ciertamente existen varias maneras de reconfigurar la seguridad energética incorporando a Centroamérica en la ecuación mediante la Alianza para el Progreso que el equipo ganador de la elección presidencial ha presentado a su contraparte en EEUU. También la tecnología ha avanzado lo suficiente para hacer modelos híbridos con mega refinerías o incluso refinerías pequeñas de alcance regional en donde la iniciativa privada puede participar con el marco actual para conformar regiones mejor articuladas y menos dependientes de los sistemas de transporte de combustibles que son vulnerables al robo y a fallas de integridad.

La política industrial en materia de combustibles se enfoca a la “sustitución estratégica de importaciones” mediante nuevas inversiones para producir al menos unos 400 mil de barriles diarios adicionales y “reconfigurar” la capacidad instalada en el mediano plazo para optimizar las bases de la oferta. Incluso se puede pensar en promover inversión privada en refinerías en México y Centroamérica mediante alianzas estratégicas con la empresa productiva del Estado.

Este enfoque nacionalista para el desarrollo de México converge con varios aspectos de la seguridad nacional que se dirigen hacia conceptos tradicionales, pero transparentes en el ámbito de las relaciones internacionales: “autodeterminación, autosuficiencia y soberanía”.

En México debemos ser capaces de agregar valor a nuestras materias primas, aumentar el grado de integración nacional con nuevas inversiones y empleos. También debemos tener claro nuestras estrategias y políticas públicas, sin injerencias del exterior, presiones económicas o en su caso, “acuerdos bajo la mesa” que inhiban nuestra propia capacidad de autodeterminar el rumbo de nuestros sectores industriales. Por último, una nueva concepción de la soberanía, en un contexto globalizado que se caracteriza por guerras comerciales, una nueva conversación sobre la seguridad global que está por definirse, grandes conflictos migratorios y por tener de vecinos a la nación más poderosa del mundo.

Los sectores productivos -por décadas- hemos padecido la escasez de combustibles, sus altos precios y la falta de infraestructura para democratizar los recursos energéticos para el desarrollo. En este proceso que se perfila con el nuevo gobierno habrá dos retos fundamentales, por un lado la disponibilidad de “mente y mano de obra” calificadas en el sector petrolero y por otro, a la necesidad de capitales cuantiosos para reconfigurar y crear nuevas infraestructuras para la democratización de la energía para el desarrollo.

La materia prima existe, la tecnología existe, los grandes consorcios tecnológicos proveedores existen, la plataforma México para producir y distribuir combustibles para su desarrollo existe, de tal manera que con las necesidades de nuestro mercado interno se justifica la reconfiguración de este mercado y ya veremos cómo se desenvuelve esta estrategia nacional en los próximos meses para tener una idea más clara de sus impactos financieros, empresariales y de integridad de la nación bajo la óptica de la seguridad nacional y soberanía energética.