/ domingo 6 de agosto de 2023

Telarañas digitales | ¿Encarnar las imperfecciones?

El 6 de Julio pasado surgió Threads, la iniciativa de Mark Zuckerberg para oponer su aplicación de microblogging (dependiente de Instagram) a Twitter, como respuesta al mal momento que esta red social ha enfrentado y que ha puesto en expectativa a los usuarios que vienen siendo testigos de los cambios que impone la empresa de Elon Musk de manera inesperada, y que plantean dudas sobre el futuro de las aplicaciones que durante la última década han constituido la palestra mundial de la participación ciudadana.

El ícono de Twitter cambió a una X con tan sólo unas horas de aviso y el magnate señaló que pronto desaparecerán “todos los pájaros” de la plataforma. Según un comunicado emitido por él mismo, informó que el cambio busca “encarnar las imperfecciones en nosotros, todo lo que nos hace únicos”. Parece que esta es la manera en la que nos comunica que su empresa seguirá adaptando la red social a sus propias necesidades, aunque ha insistido en repetidas ocasiones que lo que le preocupa es garantizar la libertad de expresión.

Los cambios aún no manifiestan del todo cuál será el poder que detentará la plataforma en los contextos electorales, sobre todo en los Estados Unidos, pero hay quienes ya critican el guiño de Elon Musk a Donald Trump, y otros que mantienen una actitud escéptica, pues consideran que mientras SpaceX se apodera de la plataforma en su totalidad, el poder de los usuarios va disminuyendo y que las consecuencias de los cambios podrían derivar en una limitación a la libertad de expresión e incluso a la censura generalizada de contenidos.

Si bien, estamos en medio de un proceso seguramente irreversible, la perspectiva de los usuarios abre el debate sobre una realidad que conlleva la web 2.0 y que responsabiliza a las plataformas de asumir su compromiso social a pesar de tratarse de empresas privadas. La situación de Twitter invita a cuestionarnos acerca del poder que ostentan los directivos de las plataformas de redes sociales y en qué medida sus intereses afectan o definen aspectos relativos a la construcción de los mensajes, su nivel de viralidad, las razones de la censura e incluso en qué medida pueden influir en los sistemas políticos.

La propia interfaz de usuario y temas como la limitación de caracteres o el tipo de contenido multimedia que puede crearse o tiende a ser distribuido, implican un sesgo y definen quienes reciben los mensajes. Y es que el diálogo público que tiene lugar en las plataformas plantea una paradoja postmoderna, pues si bien éstas se crean privadamente y dependen de los intereses de las corporaciones, al mismo tiempo deben su existencia a las necesidades de los usuarios y son exitosas únicamente en la medida que logran garantizarlas. El poder de los usuarios se mide en las resistencias que oponen y nos demuestra que en un espacio sin lugar como lo es la web, las dinámicas de poder escapan a las regulaciones tradicionales.

Al mismo tiempo, las plataformas deben cumplir la tarea de equilibrar la libertad de expresión con un clima de interacciones pacífico, aunque como es sabido, plataformas como Twitter suele tender a un nivel de violencia exacerbada y a la proliferación de discursos de odio. El problema consiste en que el límite entre la libertad y la seguridad está siendo decidido de manera vertical por las plataformas, mismas que responden imponiendo reglamentos y sanciones sin tomar en cuenta las opiniones de los usuarios. Así como las democracias modernas toman en cuenta a los ciudadanos para crear sus esquemas legislativos, parece que tarde o temprano las plataformas tendrán que ceder espacios de participación a otros actores, incluyendo a los usuarios, los gobiernos y otros colectivos, pues a pesar de tratarse de propiedad privada, las plataformas tienen un fuerte componente público.


El 6 de Julio pasado surgió Threads, la iniciativa de Mark Zuckerberg para oponer su aplicación de microblogging (dependiente de Instagram) a Twitter, como respuesta al mal momento que esta red social ha enfrentado y que ha puesto en expectativa a los usuarios que vienen siendo testigos de los cambios que impone la empresa de Elon Musk de manera inesperada, y que plantean dudas sobre el futuro de las aplicaciones que durante la última década han constituido la palestra mundial de la participación ciudadana.

El ícono de Twitter cambió a una X con tan sólo unas horas de aviso y el magnate señaló que pronto desaparecerán “todos los pájaros” de la plataforma. Según un comunicado emitido por él mismo, informó que el cambio busca “encarnar las imperfecciones en nosotros, todo lo que nos hace únicos”. Parece que esta es la manera en la que nos comunica que su empresa seguirá adaptando la red social a sus propias necesidades, aunque ha insistido en repetidas ocasiones que lo que le preocupa es garantizar la libertad de expresión.

Los cambios aún no manifiestan del todo cuál será el poder que detentará la plataforma en los contextos electorales, sobre todo en los Estados Unidos, pero hay quienes ya critican el guiño de Elon Musk a Donald Trump, y otros que mantienen una actitud escéptica, pues consideran que mientras SpaceX se apodera de la plataforma en su totalidad, el poder de los usuarios va disminuyendo y que las consecuencias de los cambios podrían derivar en una limitación a la libertad de expresión e incluso a la censura generalizada de contenidos.

Si bien, estamos en medio de un proceso seguramente irreversible, la perspectiva de los usuarios abre el debate sobre una realidad que conlleva la web 2.0 y que responsabiliza a las plataformas de asumir su compromiso social a pesar de tratarse de empresas privadas. La situación de Twitter invita a cuestionarnos acerca del poder que ostentan los directivos de las plataformas de redes sociales y en qué medida sus intereses afectan o definen aspectos relativos a la construcción de los mensajes, su nivel de viralidad, las razones de la censura e incluso en qué medida pueden influir en los sistemas políticos.

La propia interfaz de usuario y temas como la limitación de caracteres o el tipo de contenido multimedia que puede crearse o tiende a ser distribuido, implican un sesgo y definen quienes reciben los mensajes. Y es que el diálogo público que tiene lugar en las plataformas plantea una paradoja postmoderna, pues si bien éstas se crean privadamente y dependen de los intereses de las corporaciones, al mismo tiempo deben su existencia a las necesidades de los usuarios y son exitosas únicamente en la medida que logran garantizarlas. El poder de los usuarios se mide en las resistencias que oponen y nos demuestra que en un espacio sin lugar como lo es la web, las dinámicas de poder escapan a las regulaciones tradicionales.

Al mismo tiempo, las plataformas deben cumplir la tarea de equilibrar la libertad de expresión con un clima de interacciones pacífico, aunque como es sabido, plataformas como Twitter suele tender a un nivel de violencia exacerbada y a la proliferación de discursos de odio. El problema consiste en que el límite entre la libertad y la seguridad está siendo decidido de manera vertical por las plataformas, mismas que responden imponiendo reglamentos y sanciones sin tomar en cuenta las opiniones de los usuarios. Así como las democracias modernas toman en cuenta a los ciudadanos para crear sus esquemas legislativos, parece que tarde o temprano las plataformas tendrán que ceder espacios de participación a otros actores, incluyendo a los usuarios, los gobiernos y otros colectivos, pues a pesar de tratarse de propiedad privada, las plataformas tienen un fuerte componente público.