/ domingo 26 de mayo de 2024

Telarañas digitales / Gen Z vs millenials: De copretérito, old money y otras excentricidades

Las disputas generacionales han marcado la historia de la humanidad. La negación del origen es la expresión máxima de la identidad: reafirmar lo propio, lo que somos, mediante la negación del otro. Prácticamente cada generación que ha existido ha manifestado la preocupación por distinguirse de la anterior, la de sus padres, a veces con poco éxito, pues por mera melancolía o nostalgia terminan recuperando y revitalizando aquello de lo que desean diferenciarse. Este es el caso de la disputa entre los millennials y la generación Z (o centennials) que vemos constantemente en redes sociales.

Aunque es curioso que los jóvenes nacidos después del año dos mil recuperen las modas de sus abuelos o los estilos de la moda de hace unos cuarenta años, su encuentro con los millennials casi siempre es tórrido y agridulce. Los millennials han crecido, dejaron de ser la generación más importante para la industria del entretenimiento, aunque siguen nutriendo el capital. Se han llevado al mundo de la vejez el rock alternativo, los skinny jeans, las playeras con dibujos animados y los tenis Converse. Trabajan desde su laptop vestidos como adolescentes, compran juguetes y abrazan la informalidad que los caracteriza como una generación nacida y crecida en tiempos de crisis.

Al ser nómadas digitales, casi todos los millennials tienen, en mayor o menor medida, presencia en redes sociales. Aunque Facebook se está convirtiendo en tierra de los baby boomers y la generación X, Instagram y Twitter siguen estando plagadas de ellos. No ocurre lo mismo, en cambio, con TikTok. Este dominio lo reclama la Gen Z, lo pelea y lo defiende de los intrusos que llegan a instalarse en las fronteras del algoritmo, usando mal las tendencias, las abreviaturas o las ediciones. A la Gen Z le parece que los millennials se han quedado en el pasado, que ridiculizan lo nuevo y que, al no haber crecido en el mundo digital, sino migrado a él, son eslabones perdidos y sin rumbo.

Últimamente se ha hecho viral el uso del tiempo copretérito en los comentarios a los videos de la Gen Z, causando un extraño revuelo sobre su significado e intenciones. El uso de tal tiempo verbal hace parecer que el comentarista es un narrador, que la acción sigue ocurriendo en el tiempo, algo que no permite el uso del pasado simple pues exige cerrar la acción. Alguien que paseaba se mantiene suspendido en el imaginario, está sumergido en una eternidad interminable, a diferencia de alguien que paseó y que ya no existe, que está en cualquier otro lugar haciendo cualquier otra cosa.

Así como el narrador omnipresente se encuentra fuera de la realidad de lo narrado, el que navega/se sumerge en la red se encuentra en realidad fuera de ella, tratando de comprenderla, de conectarla, suspendiéndose en esa misma eternidad sin tiempo. Los millennials esperaban el futuro y dejaron con facilidad el pasado atrás; la Gen Z regresa al estilo old money, no únicamente para lucir clásica y elegante frente a la adolescencia eterna de sus padres, sino para recordar que del pasado no se escapa y que el futuro está marcado por la memoria.

La Gen Z rechaza los pantalones pegados, las palabras “chido”, “chicos”, “free” o “caray”, los boomerangs de Instagram, a los potterheads, la obsesión por el café o el vino, que el rock sea la mejor música y el reggaetón la peor, ir con tacones al antro, las selfies tomadas desde arriba, los videos horizontales, a los workaholics, el exceso de filtros, en fin, todo lo que huela a millennial. Por su parte, la generación del milenio no entiende cómo los centennials tienen tan poco interés en el trabajo, se preocupan más por su apariencia en redes que por vivir el momento, les da pena todo y creen que todo es cuestionable, pero les cuesta trabajo emitir opiniones y defenderse de las “funas”.

Las guerras generacionales en redes sociales son indicadores del cambio. Muchos millennials están lejos de ser padres, en parte por su propio desapego de los valores de sus padres, aunque otros ya tienen hijos nacidos a finales del milenio. Es natural el rechazo del pasado para reafirmar lo nuevo, y el uso de las redes, de la inteligencia artificial y el papel que juega el mundo digital para cada generación es diferente. En la medida en que las relaciones con el entorno se transforman, las nuevas prácticas se van volviendo hegemónicas y la mayoría de los que están atrás no alcanzan a adaptarse. Así, cada vez que una generación alcanza la mayoría de edad y la independencia económica, se modifican las reglas del juego.

Las disputas generacionales han marcado la historia de la humanidad. La negación del origen es la expresión máxima de la identidad: reafirmar lo propio, lo que somos, mediante la negación del otro. Prácticamente cada generación que ha existido ha manifestado la preocupación por distinguirse de la anterior, la de sus padres, a veces con poco éxito, pues por mera melancolía o nostalgia terminan recuperando y revitalizando aquello de lo que desean diferenciarse. Este es el caso de la disputa entre los millennials y la generación Z (o centennials) que vemos constantemente en redes sociales.

Aunque es curioso que los jóvenes nacidos después del año dos mil recuperen las modas de sus abuelos o los estilos de la moda de hace unos cuarenta años, su encuentro con los millennials casi siempre es tórrido y agridulce. Los millennials han crecido, dejaron de ser la generación más importante para la industria del entretenimiento, aunque siguen nutriendo el capital. Se han llevado al mundo de la vejez el rock alternativo, los skinny jeans, las playeras con dibujos animados y los tenis Converse. Trabajan desde su laptop vestidos como adolescentes, compran juguetes y abrazan la informalidad que los caracteriza como una generación nacida y crecida en tiempos de crisis.

Al ser nómadas digitales, casi todos los millennials tienen, en mayor o menor medida, presencia en redes sociales. Aunque Facebook se está convirtiendo en tierra de los baby boomers y la generación X, Instagram y Twitter siguen estando plagadas de ellos. No ocurre lo mismo, en cambio, con TikTok. Este dominio lo reclama la Gen Z, lo pelea y lo defiende de los intrusos que llegan a instalarse en las fronteras del algoritmo, usando mal las tendencias, las abreviaturas o las ediciones. A la Gen Z le parece que los millennials se han quedado en el pasado, que ridiculizan lo nuevo y que, al no haber crecido en el mundo digital, sino migrado a él, son eslabones perdidos y sin rumbo.

Últimamente se ha hecho viral el uso del tiempo copretérito en los comentarios a los videos de la Gen Z, causando un extraño revuelo sobre su significado e intenciones. El uso de tal tiempo verbal hace parecer que el comentarista es un narrador, que la acción sigue ocurriendo en el tiempo, algo que no permite el uso del pasado simple pues exige cerrar la acción. Alguien que paseaba se mantiene suspendido en el imaginario, está sumergido en una eternidad interminable, a diferencia de alguien que paseó y que ya no existe, que está en cualquier otro lugar haciendo cualquier otra cosa.

Así como el narrador omnipresente se encuentra fuera de la realidad de lo narrado, el que navega/se sumerge en la red se encuentra en realidad fuera de ella, tratando de comprenderla, de conectarla, suspendiéndose en esa misma eternidad sin tiempo. Los millennials esperaban el futuro y dejaron con facilidad el pasado atrás; la Gen Z regresa al estilo old money, no únicamente para lucir clásica y elegante frente a la adolescencia eterna de sus padres, sino para recordar que del pasado no se escapa y que el futuro está marcado por la memoria.

La Gen Z rechaza los pantalones pegados, las palabras “chido”, “chicos”, “free” o “caray”, los boomerangs de Instagram, a los potterheads, la obsesión por el café o el vino, que el rock sea la mejor música y el reggaetón la peor, ir con tacones al antro, las selfies tomadas desde arriba, los videos horizontales, a los workaholics, el exceso de filtros, en fin, todo lo que huela a millennial. Por su parte, la generación del milenio no entiende cómo los centennials tienen tan poco interés en el trabajo, se preocupan más por su apariencia en redes que por vivir el momento, les da pena todo y creen que todo es cuestionable, pero les cuesta trabajo emitir opiniones y defenderse de las “funas”.

Las guerras generacionales en redes sociales son indicadores del cambio. Muchos millennials están lejos de ser padres, en parte por su propio desapego de los valores de sus padres, aunque otros ya tienen hijos nacidos a finales del milenio. Es natural el rechazo del pasado para reafirmar lo nuevo, y el uso de las redes, de la inteligencia artificial y el papel que juega el mundo digital para cada generación es diferente. En la medida en que las relaciones con el entorno se transforman, las nuevas prácticas se van volviendo hegemónicas y la mayoría de los que están atrás no alcanzan a adaptarse. Así, cada vez que una generación alcanza la mayoría de edad y la independencia económica, se modifican las reglas del juego.