/ martes 3 de agosto de 2021

“Tokio 2020, la gran apuesta”

por Erika Gama Chévez* y Fernando Octavio Hernández Sánchez **


La inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 exhibió dos postales contrastantes: mientras cientos de atletas desfilaban ilusionados por el arranque de la mayor justa deportiva mundial, decenas de manifestantes locales exigían “cancelen las Olimpiadas”. Realizadas en plena pandemia y con una desaprobación doméstica de 43%, las Olimpiadas se han vuelto un dilema de riesgo o recompensa para el país anfitrión: De ser un éxito, los Juegos Olímpicos reposicionarán la imagen de Japón como una potencia mundial pero, en caso contrario, pueden afectar el liderazgo de Yoshihide Suga, el actual primer ministro nipón, además de poner al país en desventaja frente a China y Corea del Sur, sus dos vecinas cuya imagen ha tenido un gran repunte en los últimos años. La organización de un evento de talla mundial como las Olimpiadas puede catapultar la imagen de una nación y generar ganancias económicas para el país anfitrión. No obstante, en este caso el riesgo es muy grande pues aunque los Juegos Olímpicos sean un éxito, las condiciones generadas por la pandemia bien podrían frustrar las expectativas del gobierno japonés luego de que la justa transcurre en un escenario poco atractivo para la audiencia mundial: Sin público en las gradas y con grandes precauciones para evitar contagios entre los deportistas, las Olimpiadas de Tokio parecen condenadas a la irrelevancia, contrastando diametralmente con la Olimpiada de 1964 también organizada por Japón. En aquella ocasión, el certamen consolidó la imagen del ‘milagro japonés’, constatando la recuperación económica y social de un país que había sido devastado en la II Guerra Mundial: Japón anunciaba al mundo que había logrado reconstruirse y convertirse en una de las mayores economías de la posguerra. Esta vez, el gobierno japonés confiaba utilizar la justa olímpica para reafirmar su liderazgo en Asia Pacífico al emplear sus atributos para competir frente a los proyectos de entretenimiento que han mejorado la imagen surcoreana y china recientemente, por lo cual las autoridades niponas han invertido más de mil millones de dólares para incrementar la difusión de productos como anime, mangas y videojuegos. Así, Tokio 2020 se perfilaba para ser el escenario ideal para proyectar la cultura japonesa frente a una audiencia global pero la situación sanitaria ha afectado tales expectativas. Como es sabido, la pandemia provocada por el COVID-19 a comienzos de 2020 obligó al comité organizador a suspender el arranque de la justa olímpica hasta ahora y días antes de la inauguración los medios internacionales seguían cuestionando su realización por el empeoramiento de la pandemia en Japón tras el anuncio de un nuevo estado de emergencia en julio. A su vez, la población japonesa manifestó una creciente oposición a la realización de la justa pues consideran injustificable la realización del evento ante el incremento de los contagios de coronavirus en el país, la lenta distribución de las vacunas y la reciente contracción de la economía nacional, en un escenario donde incluso patrocinadores como Toyota manifestaron sus dudas sobre la pertinencia de seguir con el evento. Sin embargo, el gobierno de Suga decidió celebrar la competencia no sólo para honrar un compromiso internacional y dar solidez a la imagen de Japón como país confiable sino también para fortalecer su liderazgo nacional justo cuando se acerca a su primer año de mandato. En este contexto, los Juegos Olímpicos finalmente pudieron comenzar y, en sus primeros días, la delegación nipona dio satisfacciones a su público al colocarse al frente del medallero. Empero, al cierre de este artículo las expectativas de Japón están quedándose cortas mientras China ya se ubica como la nación con más medallas áureas y la audiencia televisiva no ha sido tan grande como se esperaba: Tal como ocurrió en 2011 cuando se anunció que China había desbancado a Japón como la segunda mayor economía del mundo, tal parece que será el gigante asiático quien saque el mayor provecho de los reflectores puestos sobre las Olimpiadas de Tokio y no el país anfitrión.

por Erika Gama Chévez* y Fernando Octavio Hernández Sánchez **


La inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 exhibió dos postales contrastantes: mientras cientos de atletas desfilaban ilusionados por el arranque de la mayor justa deportiva mundial, decenas de manifestantes locales exigían “cancelen las Olimpiadas”. Realizadas en plena pandemia y con una desaprobación doméstica de 43%, las Olimpiadas se han vuelto un dilema de riesgo o recompensa para el país anfitrión: De ser un éxito, los Juegos Olímpicos reposicionarán la imagen de Japón como una potencia mundial pero, en caso contrario, pueden afectar el liderazgo de Yoshihide Suga, el actual primer ministro nipón, además de poner al país en desventaja frente a China y Corea del Sur, sus dos vecinas cuya imagen ha tenido un gran repunte en los últimos años. La organización de un evento de talla mundial como las Olimpiadas puede catapultar la imagen de una nación y generar ganancias económicas para el país anfitrión. No obstante, en este caso el riesgo es muy grande pues aunque los Juegos Olímpicos sean un éxito, las condiciones generadas por la pandemia bien podrían frustrar las expectativas del gobierno japonés luego de que la justa transcurre en un escenario poco atractivo para la audiencia mundial: Sin público en las gradas y con grandes precauciones para evitar contagios entre los deportistas, las Olimpiadas de Tokio parecen condenadas a la irrelevancia, contrastando diametralmente con la Olimpiada de 1964 también organizada por Japón. En aquella ocasión, el certamen consolidó la imagen del ‘milagro japonés’, constatando la recuperación económica y social de un país que había sido devastado en la II Guerra Mundial: Japón anunciaba al mundo que había logrado reconstruirse y convertirse en una de las mayores economías de la posguerra. Esta vez, el gobierno japonés confiaba utilizar la justa olímpica para reafirmar su liderazgo en Asia Pacífico al emplear sus atributos para competir frente a los proyectos de entretenimiento que han mejorado la imagen surcoreana y china recientemente, por lo cual las autoridades niponas han invertido más de mil millones de dólares para incrementar la difusión de productos como anime, mangas y videojuegos. Así, Tokio 2020 se perfilaba para ser el escenario ideal para proyectar la cultura japonesa frente a una audiencia global pero la situación sanitaria ha afectado tales expectativas. Como es sabido, la pandemia provocada por el COVID-19 a comienzos de 2020 obligó al comité organizador a suspender el arranque de la justa olímpica hasta ahora y días antes de la inauguración los medios internacionales seguían cuestionando su realización por el empeoramiento de la pandemia en Japón tras el anuncio de un nuevo estado de emergencia en julio. A su vez, la población japonesa manifestó una creciente oposición a la realización de la justa pues consideran injustificable la realización del evento ante el incremento de los contagios de coronavirus en el país, la lenta distribución de las vacunas y la reciente contracción de la economía nacional, en un escenario donde incluso patrocinadores como Toyota manifestaron sus dudas sobre la pertinencia de seguir con el evento. Sin embargo, el gobierno de Suga decidió celebrar la competencia no sólo para honrar un compromiso internacional y dar solidez a la imagen de Japón como país confiable sino también para fortalecer su liderazgo nacional justo cuando se acerca a su primer año de mandato. En este contexto, los Juegos Olímpicos finalmente pudieron comenzar y, en sus primeros días, la delegación nipona dio satisfacciones a su público al colocarse al frente del medallero. Empero, al cierre de este artículo las expectativas de Japón están quedándose cortas mientras China ya se ubica como la nación con más medallas áureas y la audiencia televisiva no ha sido tan grande como se esperaba: Tal como ocurrió en 2011 cuando se anunció que China había desbancado a Japón como la segunda mayor economía del mundo, tal parece que será el gigante asiático quien saque el mayor provecho de los reflectores puestos sobre las Olimpiadas de Tokio y no el país anfitrión.