/ lunes 29 de agosto de 2022

20 Años 20 Mujeres en el FICM | El arte de Sofía Carrillo, quien hace que lo inerte tome vida

La cineasta Sofía Carrillo habla de su experiencia en el cine como experta en animación

Sofía Carrillo es una de las cineastas jóvenes mexicanas que han sorprendido por su propuesta visual y narrativa, pues a través del stop motion aborda relatos tan oscuros como retorcidos. Así lo ha demostrado cortometrajes como La casa triste, Prita Noire y Cerulia, los cuales no sólo han formado parte de festivales de cine especializados en animación, sino incluso en los de terror y fantasía.

Puedes leer: Tengo el deseo de transmitir algo que sea transformador: Ana Cruz Navarro

La egresada de Artes Visuales de la Universidad de Guadalajara prácticamente nació en un mundo artístico, pues sus padres estudiaron y ejercieron la pintura, lo que desde niña la llevó por un mundo de creatividad que a la postre reforzaría con su gusto por la literatura. En esta entrevista nos comparte cómo ha construido su carrera profesional, así como las razones personales que la motivan a nunca dejar de crear.

Mi papá empezó a incursionar en el mural y entonces era interesante ver que debía pintar a grande escala subiéndose a los andamios; en el caso de mi mamá, hacía un surrealismo muy natural al ser una mujer de campo”, recuerda sobre su infancia. Agrega que todos esos paisajes se fusionaron para enamorarse de la escritura y la plástica, combinación que plasma en la animación, que describe como “la perfecta fusión de ambas disciplinas”.

Foto: Cortesía de Sofía Carrillo

Aunque su vocación la ha tenido muy clara, también llegó a coquetear con la ópera, reflejo de una cultura sonora asimilada en su familia, algo que ya ha retratado en cortos como La casa triste, cuya trama sucede en un teatro.

Quizá uno de sus primeros referentes fue el ruso Ladislao Starewitch, a quien conoció por primera vez en en la televisión pública gracias al cortometraje La Mascota, donde un muñeco cobra vida por la lágrima de alguien que lo está creando:

Esas obsesiones están muy presentes en mi trabajo y cualquier animador está obsesionado con buscar la voz del objeto o la marioneta

A Sofía no le gusta hablar de influencias, sino de inspiración, “porque las historias e imágenes llegan por muchas cosas, son obsesiones personales o cosas que tengo que tratar o trabajar en ese momento; la animación son años de trabajo y por lo general no son encargos”. En ese tenor, reconoce el acervo familiar que desde niña la llevó por la historia del arte, conociendo tendencias como el surrealismo e interesarse en la obra de Giorgio de Chirico y desde luego Remedios Varo, Leonora Carrington y en menor medida Frida Kahlo, así como Salvador Dalí, “aunque a mis papás no les gustaba mucho”, recuerda entre risas. Últimamente, dice, ha redescubierto a Hayao Miyazaki, cuya compleja estructura y extraña narrativa ya comparte con su pequeña hija.

Animación: de lo artesanal a la tecnología

En las películas de Sofía solemos ver como objetos de la vida real cobran vida en medio de historias que desbordan fantasía. Esa tarea artesanal se combina con los procesos tecnológicos del stop motion, lo que la define como una persona que acepta las dualidades. “Mi niñez e infancia transcurrió sin Whatsapp ni redes sociales, tuve más tiempo entonces y fui muy feliz de empezar con la animación de una forma sencilla. Hoy, por supuesto que utilizó los nuevos softwares para animar mejor, para avanzar más rápido y un poco sola. Ahora bien, si quieres tener los robots que mueven la cámara, la luz automatizada, entonces requieres mucho dinero, mucho tiempo y un gran presupuesto de producción; yo me mantengo a la mitad, pues como que en esta realidad en el que se van perdiendo apoyos y recursos para hacer más trabajo, hay un panorama difícil y hay que guardar cierta independencia”.

El panorama para la animación mexicana

La oriunda de Jalisco asegura que se siente optimista porque hay un panorama muy distinto a cuando empezó a estudiar su licenciatura: “Hay papás que dicen que no estudies animación porque morirás de hambre con eso, pero ya no estoy segura, creo que hay muchos estudios de animación que se van por el desarrollo de contenido comercial y va haber mucho trabajo, hay mucha gente que podrá vivir de hacer animación”.

Y agrega: “Quizá la parte comercial se desarrollará más y la autoral un poco menos, pero de alguna manera logrará llegar a consolidar una forma de producción, que es lo que nos hace falta”.

En materia de encuentros fílmicos en México, ha visto el crecimiento del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), cuya principal virtud, asegura, es conservar una línea editorial no negociable. Pero tampoco olvida sus días en el Cineforo de la Universidad de Guadalajara, donde vería por primera vez una cinta de Carlos Carrera, uno de los referentes de la animación en el país.

“Asistir a un festival es como si avanzaras años luz con tu relación con otros, conocer personas, ver sus trabajos, ver películas que de otra forma muy probablemente no verías”.

El terror llegó solo

Poco a poco, Sofía Carrillo ha sido identificada como realizadora de género, algo que no le incomoda, pero tampoco buscó a propósito. “En realidad no estaba buscando hacer películas de terror hasta que filmé Cerulia; mi tesis, La casa triste, no intentó ser de género y fue para mi una sorpresa que de repente me empezaran a llamar a festivales especializados; estaba en uno en Canadá y me pusieron dentro de un programa llamado Creepy. En general, abordó de una forma distinta los temas, pero no desde la representación política o desde los miedos sociales, sino desde los miedos sobrenaturales reales”.

Además de la animación, Sofía ha incursionado en el llamado “live action” o cine con actores de carne y hueso, algo que reconoce le cuesta mucho trabajo, pues de alguna forma se ha acostumbrado a manipular objetos y no dirigir actores. Recuerda que tras ser premiada en el Festival Internacional de Cine de Morelia, armó un corto basado en un cuento de su hermana, lo que implicó retos como la transformación de los cuerpos y caracterizaciones arriesgadas. Asimismo, el tiempo de rodaje fue de una semana, en comparación a los dos o tres años que le cuestan sus animaciones.

Pero tiempo es lo que más quiere: “En mi caso el tema sí es la familia, trasladarme al pasado en muchos aspectos. Me faltará tiempo para sacar todas las obsesiones que hay con el espacio donde nació mi mamá, con ese espacio de Los Altos de Jalisco y con el surrealismo… me va faltar vida para hablar de eso”.

Sofía Carrillo es una de las cineastas jóvenes mexicanas que han sorprendido por su propuesta visual y narrativa, pues a través del stop motion aborda relatos tan oscuros como retorcidos. Así lo ha demostrado cortometrajes como La casa triste, Prita Noire y Cerulia, los cuales no sólo han formado parte de festivales de cine especializados en animación, sino incluso en los de terror y fantasía.

Puedes leer: Tengo el deseo de transmitir algo que sea transformador: Ana Cruz Navarro

La egresada de Artes Visuales de la Universidad de Guadalajara prácticamente nació en un mundo artístico, pues sus padres estudiaron y ejercieron la pintura, lo que desde niña la llevó por un mundo de creatividad que a la postre reforzaría con su gusto por la literatura. En esta entrevista nos comparte cómo ha construido su carrera profesional, así como las razones personales que la motivan a nunca dejar de crear.

Mi papá empezó a incursionar en el mural y entonces era interesante ver que debía pintar a grande escala subiéndose a los andamios; en el caso de mi mamá, hacía un surrealismo muy natural al ser una mujer de campo”, recuerda sobre su infancia. Agrega que todos esos paisajes se fusionaron para enamorarse de la escritura y la plástica, combinación que plasma en la animación, que describe como “la perfecta fusión de ambas disciplinas”.

Foto: Cortesía de Sofía Carrillo

Aunque su vocación la ha tenido muy clara, también llegó a coquetear con la ópera, reflejo de una cultura sonora asimilada en su familia, algo que ya ha retratado en cortos como La casa triste, cuya trama sucede en un teatro.

Quizá uno de sus primeros referentes fue el ruso Ladislao Starewitch, a quien conoció por primera vez en en la televisión pública gracias al cortometraje La Mascota, donde un muñeco cobra vida por la lágrima de alguien que lo está creando:

Esas obsesiones están muy presentes en mi trabajo y cualquier animador está obsesionado con buscar la voz del objeto o la marioneta

A Sofía no le gusta hablar de influencias, sino de inspiración, “porque las historias e imágenes llegan por muchas cosas, son obsesiones personales o cosas que tengo que tratar o trabajar en ese momento; la animación son años de trabajo y por lo general no son encargos”. En ese tenor, reconoce el acervo familiar que desde niña la llevó por la historia del arte, conociendo tendencias como el surrealismo e interesarse en la obra de Giorgio de Chirico y desde luego Remedios Varo, Leonora Carrington y en menor medida Frida Kahlo, así como Salvador Dalí, “aunque a mis papás no les gustaba mucho”, recuerda entre risas. Últimamente, dice, ha redescubierto a Hayao Miyazaki, cuya compleja estructura y extraña narrativa ya comparte con su pequeña hija.

Animación: de lo artesanal a la tecnología

En las películas de Sofía solemos ver como objetos de la vida real cobran vida en medio de historias que desbordan fantasía. Esa tarea artesanal se combina con los procesos tecnológicos del stop motion, lo que la define como una persona que acepta las dualidades. “Mi niñez e infancia transcurrió sin Whatsapp ni redes sociales, tuve más tiempo entonces y fui muy feliz de empezar con la animación de una forma sencilla. Hoy, por supuesto que utilizó los nuevos softwares para animar mejor, para avanzar más rápido y un poco sola. Ahora bien, si quieres tener los robots que mueven la cámara, la luz automatizada, entonces requieres mucho dinero, mucho tiempo y un gran presupuesto de producción; yo me mantengo a la mitad, pues como que en esta realidad en el que se van perdiendo apoyos y recursos para hacer más trabajo, hay un panorama difícil y hay que guardar cierta independencia”.

El panorama para la animación mexicana

La oriunda de Jalisco asegura que se siente optimista porque hay un panorama muy distinto a cuando empezó a estudiar su licenciatura: “Hay papás que dicen que no estudies animación porque morirás de hambre con eso, pero ya no estoy segura, creo que hay muchos estudios de animación que se van por el desarrollo de contenido comercial y va haber mucho trabajo, hay mucha gente que podrá vivir de hacer animación”.

Y agrega: “Quizá la parte comercial se desarrollará más y la autoral un poco menos, pero de alguna manera logrará llegar a consolidar una forma de producción, que es lo que nos hace falta”.

En materia de encuentros fílmicos en México, ha visto el crecimiento del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), cuya principal virtud, asegura, es conservar una línea editorial no negociable. Pero tampoco olvida sus días en el Cineforo de la Universidad de Guadalajara, donde vería por primera vez una cinta de Carlos Carrera, uno de los referentes de la animación en el país.

“Asistir a un festival es como si avanzaras años luz con tu relación con otros, conocer personas, ver sus trabajos, ver películas que de otra forma muy probablemente no verías”.

El terror llegó solo

Poco a poco, Sofía Carrillo ha sido identificada como realizadora de género, algo que no le incomoda, pero tampoco buscó a propósito. “En realidad no estaba buscando hacer películas de terror hasta que filmé Cerulia; mi tesis, La casa triste, no intentó ser de género y fue para mi una sorpresa que de repente me empezaran a llamar a festivales especializados; estaba en uno en Canadá y me pusieron dentro de un programa llamado Creepy. En general, abordó de una forma distinta los temas, pero no desde la representación política o desde los miedos sociales, sino desde los miedos sobrenaturales reales”.

Además de la animación, Sofía ha incursionado en el llamado “live action” o cine con actores de carne y hueso, algo que reconoce le cuesta mucho trabajo, pues de alguna forma se ha acostumbrado a manipular objetos y no dirigir actores. Recuerda que tras ser premiada en el Festival Internacional de Cine de Morelia, armó un corto basado en un cuento de su hermana, lo que implicó retos como la transformación de los cuerpos y caracterizaciones arriesgadas. Asimismo, el tiempo de rodaje fue de una semana, en comparación a los dos o tres años que le cuestan sus animaciones.

Pero tiempo es lo que más quiere: “En mi caso el tema sí es la familia, trasladarme al pasado en muchos aspectos. Me faltará tiempo para sacar todas las obsesiones que hay con el espacio donde nació mi mamá, con ese espacio de Los Altos de Jalisco y con el surrealismo… me va faltar vida para hablar de eso”.

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