“El libro de los disparates”

Redacción El Sol de México

  · lunes 6 de junio de 2016

Roberto Rondero / El Sol de México

500 barbarismos, de los más comunes empleados por propios y extraños como correctos y ampliamente difundidos, se dan a conocer en “El libro de los disparates” (Ediciones B, 438 páginas), una reveladora guía escrita a manera de diccionario por el divulgador literario, ensayista y editor Juan Domingo Argüelles (“Pelos en la lengua: Disparatorio esencial de la Real Academia Española”), originario de Chetumal, Quintana Roo, de 58 años.

El medio millar de desbarres que decimos y escribimos en español con singular alegría, incluidos diversos medios de comunicación, hacen de “El libro de los disparates” un libro esencial en el que predominan el buen humor y la claridad, elementos esenciales para la reflexión.

- Todos cometemos errores

…”Al igual que en todo lo demás, en el idioma todos cometemos errores (ortográficos, sintácticos, semánticos, fonéticos, etcétera), pero hay quienes los cometen con más frecuencia que otros. Hay también quienes los cometen sin saberlo y los que, aun sabiéndolo, siguen cometiéndolos”, argumenta Argüelles.

“Una de las razones de no saber escribir y leer con cierto grado de dominio se debe, sin duda, a las deficiencias educativas, pero no en menor grado al analfabetismo funcional. Los libros, por muy mal escritos que estén, están mejor escritos que bastantes periódicos y revistas y, por supuesto, mucho mejor que la generalidad de todo lo que circula en internet. Otra razón es que las personas no se acercan a los diccionarios ni por equivocación. Suponen que los diccionarios muerden o algo así. Y por ello dan por sentadas cosas –generalmente necedades- de las que no dudan jamás”.

“Internet ha puesto también su contribución en el uso de estos barbarismos y los ha dotado del poder de la multiplicación instantánea. Por ejemplo, la gente en internet ya no representa la risa con el convencional “j aja”, sino que ahora ríe del siguiente modo: “haha”, incomprensiblemente ya que, siendo muda la hace, tendría que reír “aaaaa”. ¿Por qué entonces usar la hace si existe la forma “jaja”?

Entre los disparates que aparecen a lo largo de “El libro de los disparates” se pueden encontrar: grosso modo no es lo mismo que grosso modo, a quema ropa no es lo mismo que a quemarropa, abordo que a bordo, aborigen que aborigen, abrasar por abrazar, accesar que acceder, adolecer que carecer, alentar que hacerse lento, americano que estadounidense, antes de morir que próximo a morir, aperturar que abrir, camisa de 11 baras que camisa de 11 varas, erupto que eructo, estracto que extracto, financía que financia, flamable que inflamable, los avestruces que los avestruces, etcétera.

“Legitimar disparates –afirma el autor- no es lo mejor que puede hacerse en favor de la lengua. ¿Por qué legitimar “tembeleque” y “jediondo” nada más porque un sector, así sea amplio, es incapaz de decir y escribir “tembleque” y “hediodo”? Porque la Real Academia Española y sus hermanastras no saben hacer su trabajo…”.

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