/ viernes 20 de diciembre de 2019

"Cartero... allá en tu vieja maleta..."

El sonido del silbato era inigualable. Es inigualable. Inolvidable. Era el silbido de quien traía sobre su hombro la mochila de carnaza con las noticias de la familia lejana

El sonido del silbato era inigualable. Es inigualable. Inolvidable. Era el silbido de quien traía sobre su hombro la mochila de carnaza con las noticias de la familia lejana. Era el que traía en su carga el sobre milagroso que contenía los recuerdos, las buenas noticias, o las tristes, acaso; era el hombre que anunciaba que portaba algo para nosotros.

Y uno brincaba de gusto por la ilusión de abrir aquel sobre blanco en cuyas orillas estaban los colores de la bandera mexicana. Y un timbre postal. Y la letra de ese alguien que se acordaba de uno, que nos tomaba en consideración y que nos buscaba...Y eso mismo se agradece toda la vida.

Era el cartero, portador de cartas, quien lo sabía y nos miraba con cariño porque en cada sobre llevaba el aroma y el aliento del lugar de origen, del lugar lejano o de quien uno quería saber, para sentirnos cercanos y luego guardar como joya aquella cartita, su sobre, sus letras forjadas y el aliento compartido de dos lejanías. Eso es. Las mías terminaban: “Tu abuelo que te quiere... ah... y derechito ¿eh?”.

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Siempre era el mismo cartero. Era conocido por todos los vecinos. Y de pronto se quedaba platicando con este o aquel, así, muy rápido, del futbol, de la fiesta de aquel día, de lo que dicen los periódicos, de que ya me duelen los pies, de que esta mochila pesa mucho... De todo y todo.

Pero siempre, digo siempre, había una sonrisa para nosotros; la sonrisa de aquel hombre vestido de uniforme gris de paño y algunos ribetes rojos, con quepí, con camisa blanca y cuyas puntas del cuello miraban al cielo.

Sus zapatos estaban gastados y cansados también. Pero era el cartero, el hombre más querido del servicio público mexicano, junto con los bomberos a los que todos queremos porque son salvación, como salvación es la llegada de las cartas... entonces, como antes fue y como ya no es.

A lo mejor el amigo cartero no sabía que esto de llevar el correo es de vieja data. Que al principio fueron señales a distancia, luego el mensaje oral... y que los antecedentes de algo más estructurado es el de los faraones egipcios que usaban el río Nilo como ruta principal de mensajería en 2,400 a.C. Así enviaban a la población sus decretos.

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O que los romanos, en los tiempos de César Augusto inventaron el primer sistema postal al usar carruajes tirados por animales que llegaban a todo el impero para distribuir correspondencia o que según Marco Polo pudo ver cómo los chinos desarrollaron algo así como cinco rutas de mensajería para llegar al extenso territorio.

O que en la Europa Medieval había servicio de correo exclusivo para los reyes y potentados que tenía cuerpos de mensajeros quienes al hacer su trabajo de forma permanente necesitaban descansar en postas, de ahí la palabra postal, como ya en español correo viene de ‘correr’, porque así lo hacían para llegar pronto y bien a su objetivo.

Quizá tampoco sabía aquel cartero tan amigo de todos que en nuestro territorio, en la época prehispánica había ‘payanis’ que eran quienes podían llevar los mensajes de los Tlatoanis, y los llevaban de forma verbal pero no se limitaban a entregar el mensaje textual, deberían estar preparados para informar el contexto del tema y todo lo referente a éste.

O que ya cuando llegaron los españoles a estas tierras, en 1580 por órdenes del virrey Martín Enríquez de Almanza se fundó el Correo Mayor de Nueva España, para lo que se organizó a un grupo de peones que irían montados a caballo a las distintas agencias establecidas en los hoy estados de Puebla, Guanajuato, Guerrero, Veracruz, Jalisco, Oaxaca... Un servicio que era exclusivo de los nobles, pero que, no obstante, quienes recibían el mensaje debían pagar por el servicio.

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Y de ahí en adelante la historia de aquel cartero nuestro al que en días de frío se le recibía con un cafecito en jarrito de barro o una buena limonada cuando era tiempo de calores en tierra del sol. Eso era. Luego levantaba la mochila maravillosa, a la que me asomaba para ver la gran cantidad de sobres y rollos de papel ordenados previamente con la calle, el número y, como era viejo conocido, sabía quién era quien, en nuestra calle, para la entrega personalizada y pronta.

Quizá no le habían dicho que para 1762 se estableció el uso de buzones en la capital de la Nueva España como en otras ciudades que comenzaron a fundar sus propias agencias postales, aunque la oficina central del Correo Mayor se estableció en 1788 y hasta 1852 en la calle de los Plateros, hoy Madero.

Que ya para 1821 era la Secretaría de Relaciones la que se encargaba del funcionamiento del Correo mexicano o que fue Ignacio Comonfort quien decretó el uso de estampillas para la correspondencia y que para 1871 se inauguraba el ‘giro postal’, que es decir, el envío de dinerillo.

Durante la Revolución mexicana el servicio de correos prácticamente desapareció, pero se restablece mejor para 1921 ya con la idea del servicio aéreo como posibilidad... Pero, bueno, a lo mejor nuestro cartero bonachón y sonriente vivió en su retiro el cambio que se dio cuando en 1986 se creó –por decreto presidencial- el organismo denominado Servicio Postal Mexicano, con personalidad jurídica y patrimonio propio.

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Lo que sí sabía porque era muy puntual para esto, es que el día 12 de noviembre es el Día del Cartero. Esto por decisión de don Pascual Ortiz Rubio, presidente que supo que durante la Revolución se volcó un tren que transportaba lingotes de oro y que al mismo tiempo llevaba correspondencia.

Pero que al ver esto, un joven cartero que iba ahí, prefirió recuperar las mochilas con las cartas sin la ambición del oro: su responsabilidad era llegar con la correspondencia a quienes ansiosos esperaban noticias.

Así que el 12 de noviembre llegaba a cada casa, con el correo, y recibía un regalo, fruta, dulces y una que otra botellita de jerez: “todo lo que me digas será al revés”. Y aunque podía terminar incróspito, nunca soltaba la mochila ni su contenido. Era así don Rafa.

Pero lo que sí era muy probable es que nunca conoció el hermoso Palacio Postal o la Quinta Casa de Correos, que hoy mismo vemos en contra esquina del Palacio de Bellas Artes. Un edificio que se construyó por órdenes de don Porfirio Díaz y que se inició en 1902 en donde se ubicaba el edificio del antiguo Hospital de Terceros de San Francisco.

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El proyecto y diseño de la obra ecléctica fue del italiano Adamo Boari y la llevó a cabo el ingeniero mexicano Gonzalo Garita. Se tardó cinco años en terminar el edificio que se inauguró el 17 de febrero de 1907. Ese día don Porfis depositó dos tarjetas postales para ser enviadas a Oaxaca.

Pero bueno, tanto qué platicar con don Rafa, aquel cartero tan querido del que nunca supimos dónde vivía, de dónde venía, por qué se hizo cartero, si tenía familia, esposa, hijos.

Él, nuestro cartero, era el mensajero del rey, el mensajero de Rabindranath Tagore; el cartero de Neruda, que dijera Skarmeta; el que traía los mensajes que ideó Pierre Choderlos de Laclos para “Las amistades peligrosas”.

El mismo don Rafa que llevaba en su maleta la correspondencia de profunda amistad que durante catorce años se cruzaron casi a diario Piotr Ilich Chaikowsky y Nadezhda Filarétovna von Meck; el mismo don Rafa que sin saberlo se convertía en una “paloma blanca-blanca paloma: quién tuviera tus alas-tus alas quien tuviera... para volar y volar para, donde están mis amores-mis amores donde están: tómale llévale esta carta de amores...”... o el “Mr. Postman” de los Beatles.

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Hoy Correos de México sigue vigente. Ahí está. Son 7,805 carteros que recorren más de 36 millones de kilómetros por tierra y que ahora ya modernizados usan motocicletas para agilizar la entrega de.

Ya no hay cartas. Ya no hay la letra escrita con elegancia. Ni siquiera la que se escribía a máquina con el nombre del remitente y del destinatario. Hoy los carteros que son Hermes y Mercurio, el ‘mensajero de los dioses’, el de las ‘sandalias aladas’, dicen que prácticamente las cartas han desaparecido. La llegada de Internet lo ha transformado todo y ellos apenas llevan paquetería, sobres con publicidad, estados de cuenta bancarios.

Ya no llevan el aroma de otros lugares, de otros nombres, de otros recuerdos. Ya no está ahí la pausa al escribir el saludo, el cariño, la noticia triste, el suspiro... Ya no... Ya no hay tarjetas de Navidad del ser querido... Pero están ellos, los carteros que nos recuerdan aquellas cartas inolvidables, puestas en el corazón: “Querido nieto... Cuídate mucho. Pórtate bien. Estudia mucho... Tu abuelo que te quiere... ¡ah!... Y derechito ¿eh?”.

joelhsantiago@gmail.com

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Y uno brincaba de gusto por la ilusión de abrir aquel sobre blanco en cuyas orillas estaban los colores de la bandera mexicana. Y un timbre postal. Y la letra de ese alguien que se acordaba de uno, que nos tomaba en consideración y que nos buscaba...Y eso mismo se agradece toda la vida.

Era el cartero, portador de cartas, quien lo sabía y nos miraba con cariño porque en cada sobre llevaba el aroma y el aliento del lugar de origen, del lugar lejano o de quien uno quería saber, para sentirnos cercanos y luego guardar como joya aquella cartita, su sobre, sus letras forjadas y el aliento compartido de dos lejanías. Eso es. Las mías terminaban: “Tu abuelo que te quiere... ah... y derechito ¿eh?”.

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Siempre era el mismo cartero. Era conocido por todos los vecinos. Y de pronto se quedaba platicando con este o aquel, así, muy rápido, del futbol, de la fiesta de aquel día, de lo que dicen los periódicos, de que ya me duelen los pies, de que esta mochila pesa mucho... De todo y todo.

Pero siempre, digo siempre, había una sonrisa para nosotros; la sonrisa de aquel hombre vestido de uniforme gris de paño y algunos ribetes rojos, con quepí, con camisa blanca y cuyas puntas del cuello miraban al cielo.

Sus zapatos estaban gastados y cansados también. Pero era el cartero, el hombre más querido del servicio público mexicano, junto con los bomberos a los que todos queremos porque son salvación, como salvación es la llegada de las cartas... entonces, como antes fue y como ya no es.

A lo mejor el amigo cartero no sabía que esto de llevar el correo es de vieja data. Que al principio fueron señales a distancia, luego el mensaje oral... y que los antecedentes de algo más estructurado es el de los faraones egipcios que usaban el río Nilo como ruta principal de mensajería en 2,400 a.C. Así enviaban a la población sus decretos.

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O que los romanos, en los tiempos de César Augusto inventaron el primer sistema postal al usar carruajes tirados por animales que llegaban a todo el impero para distribuir correspondencia o que según Marco Polo pudo ver cómo los chinos desarrollaron algo así como cinco rutas de mensajería para llegar al extenso territorio.

O que en la Europa Medieval había servicio de correo exclusivo para los reyes y potentados que tenía cuerpos de mensajeros quienes al hacer su trabajo de forma permanente necesitaban descansar en postas, de ahí la palabra postal, como ya en español correo viene de ‘correr’, porque así lo hacían para llegar pronto y bien a su objetivo.

Quizá tampoco sabía aquel cartero tan amigo de todos que en nuestro territorio, en la época prehispánica había ‘payanis’ que eran quienes podían llevar los mensajes de los Tlatoanis, y los llevaban de forma verbal pero no se limitaban a entregar el mensaje textual, deberían estar preparados para informar el contexto del tema y todo lo referente a éste.

O que ya cuando llegaron los españoles a estas tierras, en 1580 por órdenes del virrey Martín Enríquez de Almanza se fundó el Correo Mayor de Nueva España, para lo que se organizó a un grupo de peones que irían montados a caballo a las distintas agencias establecidas en los hoy estados de Puebla, Guanajuato, Guerrero, Veracruz, Jalisco, Oaxaca... Un servicio que era exclusivo de los nobles, pero que, no obstante, quienes recibían el mensaje debían pagar por el servicio.

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Y de ahí en adelante la historia de aquel cartero nuestro al que en días de frío se le recibía con un cafecito en jarrito de barro o una buena limonada cuando era tiempo de calores en tierra del sol. Eso era. Luego levantaba la mochila maravillosa, a la que me asomaba para ver la gran cantidad de sobres y rollos de papel ordenados previamente con la calle, el número y, como era viejo conocido, sabía quién era quien, en nuestra calle, para la entrega personalizada y pronta.

Quizá no le habían dicho que para 1762 se estableció el uso de buzones en la capital de la Nueva España como en otras ciudades que comenzaron a fundar sus propias agencias postales, aunque la oficina central del Correo Mayor se estableció en 1788 y hasta 1852 en la calle de los Plateros, hoy Madero.

Que ya para 1821 era la Secretaría de Relaciones la que se encargaba del funcionamiento del Correo mexicano o que fue Ignacio Comonfort quien decretó el uso de estampillas para la correspondencia y que para 1871 se inauguraba el ‘giro postal’, que es decir, el envío de dinerillo.

Durante la Revolución mexicana el servicio de correos prácticamente desapareció, pero se restablece mejor para 1921 ya con la idea del servicio aéreo como posibilidad... Pero, bueno, a lo mejor nuestro cartero bonachón y sonriente vivió en su retiro el cambio que se dio cuando en 1986 se creó –por decreto presidencial- el organismo denominado Servicio Postal Mexicano, con personalidad jurídica y patrimonio propio.

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Lo que sí sabía porque era muy puntual para esto, es que el día 12 de noviembre es el Día del Cartero. Esto por decisión de don Pascual Ortiz Rubio, presidente que supo que durante la Revolución se volcó un tren que transportaba lingotes de oro y que al mismo tiempo llevaba correspondencia.

Pero que al ver esto, un joven cartero que iba ahí, prefirió recuperar las mochilas con las cartas sin la ambición del oro: su responsabilidad era llegar con la correspondencia a quienes ansiosos esperaban noticias.

Así que el 12 de noviembre llegaba a cada casa, con el correo, y recibía un regalo, fruta, dulces y una que otra botellita de jerez: “todo lo que me digas será al revés”. Y aunque podía terminar incróspito, nunca soltaba la mochila ni su contenido. Era así don Rafa.

Pero lo que sí era muy probable es que nunca conoció el hermoso Palacio Postal o la Quinta Casa de Correos, que hoy mismo vemos en contra esquina del Palacio de Bellas Artes. Un edificio que se construyó por órdenes de don Porfirio Díaz y que se inició en 1902 en donde se ubicaba el edificio del antiguo Hospital de Terceros de San Francisco.

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Pero bueno, tanto qué platicar con don Rafa, aquel cartero tan querido del que nunca supimos dónde vivía, de dónde venía, por qué se hizo cartero, si tenía familia, esposa, hijos.

Él, nuestro cartero, era el mensajero del rey, el mensajero de Rabindranath Tagore; el cartero de Neruda, que dijera Skarmeta; el que traía los mensajes que ideó Pierre Choderlos de Laclos para “Las amistades peligrosas”.

El mismo don Rafa que llevaba en su maleta la correspondencia de profunda amistad que durante catorce años se cruzaron casi a diario Piotr Ilich Chaikowsky y Nadezhda Filarétovna von Meck; el mismo don Rafa que sin saberlo se convertía en una “paloma blanca-blanca paloma: quién tuviera tus alas-tus alas quien tuviera... para volar y volar para, donde están mis amores-mis amores donde están: tómale llévale esta carta de amores...”... o el “Mr. Postman” de los Beatles.

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Hoy Correos de México sigue vigente. Ahí está. Son 7,805 carteros que recorren más de 36 millones de kilómetros por tierra y que ahora ya modernizados usan motocicletas para agilizar la entrega de.

Ya no hay cartas. Ya no hay la letra escrita con elegancia. Ni siquiera la que se escribía a máquina con el nombre del remitente y del destinatario. Hoy los carteros que son Hermes y Mercurio, el ‘mensajero de los dioses’, el de las ‘sandalias aladas’, dicen que prácticamente las cartas han desaparecido. La llegada de Internet lo ha transformado todo y ellos apenas llevan paquetería, sobres con publicidad, estados de cuenta bancarios.

Ya no llevan el aroma de otros lugares, de otros nombres, de otros recuerdos. Ya no está ahí la pausa al escribir el saludo, el cariño, la noticia triste, el suspiro... Ya no... Ya no hay tarjetas de Navidad del ser querido... Pero están ellos, los carteros que nos recuerdan aquellas cartas inolvidables, puestas en el corazón: “Querido nieto... Cuídate mucho. Pórtate bien. Estudia mucho... Tu abuelo que te quiere... ¡ah!... Y derechito ¿eh?”.

joelhsantiago@gmail.com

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