/ viernes 3 de noviembre de 2023

De Frankenstein a la IA, el ser humano siempre teme a su creación

La inteligencia artificial, aquella que nos puede divertir al hacerle preguntas básicas por entretenimiento o para hacer tareas escolares, en el fondo, esconde un lado oscuro del ser humano

El miedo y la fascinación de lo nuevo se expresa en lo que pensamos de los avances tecnológicos. La simple idea de perder el empleo porque se acaba de inventar una nueva máquina que hará nuestro trabajo mejor y a menor costo, o el terror que la nueva fuente de energía se convierta en un futuro cercano en la nueva arma de destrucción masiva.

En pleno siglo XXI, para un porcentaje importante de la población artefactos como el smartphone, una tablet o hasta el GPS del automóvil no sólo son normales, sino una necesidad creada para desenvolvernos en nuestro día a día, ya sea en el trabajo o el ocio.

Ahora llegó el siguiente paso: la inteligencia artificial, aquella que nos puede divertir al hacerle preguntas básicas por entretenimiento o para hacer tareas escolares, pero que en el fondo, esconden un lado oscuro del ser humano.

“La inteligencia artificial se mueve en diferentes ámbitos y sobre todo en el ámbito social, nos abre un mundo diferente, nos abre cosas que a veces para el ser humano se vuelven complicadas crearlas o imaginarlas. Reproducir ciertas obras de arte, reproducir textos o imágenes, hacer una serie de operaciones que el ser humano tardaría horas o semanas”, explicó Felipe Gaytan, académico de la Universidad La Salle.

➡️ Conoce más sobre Osamu Tezuka, el Dios del manga y padre de Astroboy en nuestro Fin D

Para generaciones pasadas, aplicaciones como el Chat GPT eran parte de las historietas o libros de ciencia ficción, para nosotros son una realidad, y para nuestros hijos, tal vez sea tan anticuado como una calculadora actualmente.

Inteligencia Artificial. Foto: Reuters

No es una idea nueva

Al pensar en robots o inteligencia artificial, uno podría pensar que es una idea de reciente creación. Hace casi un siglo, se estrenó la película Metrópolis, del alemán Fritz Lang, cuya trama giraba alrededor de una sociedad futurista controlada por los científicos, y uno de sus personajes principales era María, un robot.

El largometraje de 1927 puso en los medios audiovisuales una de las primeras historias donde la cotidianidad de la humanidad era alterada por un robot con voluntad propia. Sin embargo, hay constancia de los ancestros de los robots: los autómatas.


Está la idea de los autómatas, que aparecen entre los siglos XIV y XV, objetos que pudieran imitar los movimientos del ser humano. 

Felipe Gaytan, académico de la Universidad La Salle

"Ya en el siglo XVII hubo el caso de un autómata que era un pato de madera al que le daban de comer y que por medio de un mecanismo lo defecaba. Aunque en realidad el pato sólo movía el pico para depositar la comida en un recipiente y después jalaban un hilo para sacar la popo”, explicó el académico.

Pero lo más sorprendente es El Turco, una marioneta jugadora de ajedrez. Inventada por Wolfgang von Kempelen en el siglo XVIII, la marioneta era capaz de jugar ajedrez de manera autómata. Su fama llegó a tal grado que Napoleón Bonaparte jugó una partida contra éste.

Se dice que en medio del juego, el francés hizo una jugada ilegal a propósito para ver la reacción del Turco, la cual fue levantar la mano y tirar el tablero.

No se sabe cómo funcionaba esta marioneta (hay quien piensa que había alguien adentro) pero fue uno de los primeros robots con voluntad propia que el mundo conoció.

Ya para el siglo XX, con los avances tecnológicos escenarios que Julio Verne sólo imaginaba se volvieron realidad: viajes al espacio o a lo más profundo del océano pasaron de los libros de ciencia ficción a las noticias.

Parte de esos logros fueron debido al desarrollo de computadoras capaces de realizar cálculos a gran velocidad, algo que para los humanos es imposible.

Eso desató más la imaginación alrededor de la ciencia ficción: si hace un siglo era imposible llegar a la Luna, por qué no pensar en cosas al parecer ridículas, incluso, que el hombre se volviera en Dios.

 

 

La creación traiciona a su creador

En la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, Mary Shelley plantea no sólo los problemas éticos del humano como creador de vida (pero no como padre o madre, sino creador de vida de la nada), sino sus consecuencias.

Gaytan comentó que en la novela de Shelley, el monstruo adquiere vida a través de la electricidad, una fuente de energía artificial creada por el hombre, lo cual genera un gran dilema ético tanto en el doctor Frankenstein como en la criatura al no poder responder una pregunta simple: ¿quién es ese ser vivo que adquirió vida de manera artificial?

Foto: Archivo | El Sol de México

“Todo ser vivo requiere de una fuente de energía, en el ser humano esa energía es el alma; en los robots es la energía eléctrica o cualquier otro tipo de energía nuclear. Esa diferencia puede tener una dimensión ética trascendental, ya que los robots no tienen más, no tienen ninguna trascendencia, son inmanentes, o sea, no tienen más que unas un sentido definitivo de que cuando se acabe su energía ellos simplemente se desconectarán no tienen sentido de la muerte, el ser humano sí”.

Parte de este dilema ético lo podemos ver en Astroboy. El doctor Tenma, desconsolado por la muerte de su hijo Tobio, decide crear un robot igual al él, sin embargo, cuando le da vida y comienza a convivir con él se da cuenta que no es su hijo muerto, sino otra cosa, por lo que decide deshacerse del robot.


Todo ser vivo requiere de una fuente de energía, en el ser humano esa energía es el alma; en los robots es la energía eléctrica o cualquier otro tipo de energía nuclear

Otro aspecto a tomar en cuenta sobre los avances tecnológicos es el miedo del humano a sus consecuencias.

Uno de los primeros autores en reflexionar dentro de la ficción sobre las consecuencias éticas fue Isaac Asimov, autor de las tres leyes de la robótica: Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños; un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley; y un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o Segunda Ley.

En su libro Yo, robot, Asimov pone en acción estas leyes y no necesariamente salen bien paradas. En uno de sus cuentos, una mujer consulta a un robot sobre sus posibilidades amorosas, éste, con tal de no dañarla, tergiversa la realidad, y cuando finalmente la verdad sale a la luz, la mujer termina dañada y con sed de venganza hacia la máquina.

En la segunda parte del siglo XX comenzaron a aparecer historias sobre sociedades distópicas donde la relación humano-máquinas es el eje narrativo. Blade Runner, Terminator, Ghost in the Shell o Matrix son algunos ejemplos de este género denominado Cyberpunk.

“Esta dominación (de las máquinas) también es la idea de que somos responsables de la creación o del perfil ético, ¿a quién estamos construyendo? Un ejemplo es cuando Tesla precisamente entró en este debate cuando a su auto manejado por inteligencia artificial, se le pregunta: si va a atropellar a alguien ¿salvarías al conductor o atropellarías al peatón?, sí. Hicieron una serie de entrevistas para definir las directrices de la máquina. En principio la decisión parece que sería de la máquina y no es así, la máquina responde a algoritmos creados por el ser humano. Esa es la gran diferencia, entonces esta idea del miedo, parece que está fuera de nosotros, pero en realidad atañe a lo humano”, comentó el académico de La Salle.

➡️ Lee el Suplemento Fin D dedicado al manga y al coleccionismo de juguetes

Asistentes virtuales son sólo el comienzo

Apps que responden a los requerimientos humanos no son nuevos. Siri, Alexa o Chat GPT son algunos ejemplos de inteligencia artificial que convive con una parte de la sociedad actual como lo hacen los perros o gatos.

De hecho, una de las particularidades de los robots que más conviven con los humanos es que no se parecen a los humanos. Aspiradoras, brazos mecánicos y hasta celulares con programas para desarrollar cierta autonomía son muestra de ello. Esto contrasta con la ciencia ficción, donde la mayoría de las rebeliones de las máquinas se dan por robots humanoides.


Foto: Amazon


“Cuando Facebook intentó hacer que hubiera un diálogo entre las máquinas primero lo hizo vía algoritmos a los usuarios, tú le preguntas algo y ellas contestaban preguntas en general sobre ciertos servicios o productos. Cuando Facebook puso a dialogar a dos máquinas y empezaron a tener respuestas en un lenguaje cifrado que solamente ellas entendían, que sus creadores y sus operadores no lo entendían, generó un terror que acabaron desconectando las máquinas precisamente para que no tuvieran esa autonomía.

Entonces esto de la ciencia ficción acaba teniendo cierta repercusión en los miedos más profundos del ser humano de ser dominado ya no por cuestiones mágicas, sino por cuestiones tecnológicas

No hay que ir más lejos, una pregunta frecuente a Alexa es ¿Quién eres?, la cual, por extraño que parezca, responde sin problemas.

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Extraño porque estamos hablando con una máquina, un objeto, no un ser. Viéndolo así, puede generar cierta incomodidad si pasamos de la curiosidad a la reflexión, porque ¿en realidad estamos hablando con algo y no con alguien?

El miedo y la fascinación de lo nuevo se expresa en lo que pensamos de los avances tecnológicos. La simple idea de perder el empleo porque se acaba de inventar una nueva máquina que hará nuestro trabajo mejor y a menor costo, o el terror que la nueva fuente de energía se convierta en un futuro cercano en la nueva arma de destrucción masiva.

En pleno siglo XXI, para un porcentaje importante de la población artefactos como el smartphone, una tablet o hasta el GPS del automóvil no sólo son normales, sino una necesidad creada para desenvolvernos en nuestro día a día, ya sea en el trabajo o el ocio.

Ahora llegó el siguiente paso: la inteligencia artificial, aquella que nos puede divertir al hacerle preguntas básicas por entretenimiento o para hacer tareas escolares, pero que en el fondo, esconden un lado oscuro del ser humano.

“La inteligencia artificial se mueve en diferentes ámbitos y sobre todo en el ámbito social, nos abre un mundo diferente, nos abre cosas que a veces para el ser humano se vuelven complicadas crearlas o imaginarlas. Reproducir ciertas obras de arte, reproducir textos o imágenes, hacer una serie de operaciones que el ser humano tardaría horas o semanas”, explicó Felipe Gaytan, académico de la Universidad La Salle.

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Para generaciones pasadas, aplicaciones como el Chat GPT eran parte de las historietas o libros de ciencia ficción, para nosotros son una realidad, y para nuestros hijos, tal vez sea tan anticuado como una calculadora actualmente.

Inteligencia Artificial. Foto: Reuters

No es una idea nueva

Al pensar en robots o inteligencia artificial, uno podría pensar que es una idea de reciente creación. Hace casi un siglo, se estrenó la película Metrópolis, del alemán Fritz Lang, cuya trama giraba alrededor de una sociedad futurista controlada por los científicos, y uno de sus personajes principales era María, un robot.

El largometraje de 1927 puso en los medios audiovisuales una de las primeras historias donde la cotidianidad de la humanidad era alterada por un robot con voluntad propia. Sin embargo, hay constancia de los ancestros de los robots: los autómatas.


Está la idea de los autómatas, que aparecen entre los siglos XIV y XV, objetos que pudieran imitar los movimientos del ser humano. 

Felipe Gaytan, académico de la Universidad La Salle

"Ya en el siglo XVII hubo el caso de un autómata que era un pato de madera al que le daban de comer y que por medio de un mecanismo lo defecaba. Aunque en realidad el pato sólo movía el pico para depositar la comida en un recipiente y después jalaban un hilo para sacar la popo”, explicó el académico.

Pero lo más sorprendente es El Turco, una marioneta jugadora de ajedrez. Inventada por Wolfgang von Kempelen en el siglo XVIII, la marioneta era capaz de jugar ajedrez de manera autómata. Su fama llegó a tal grado que Napoleón Bonaparte jugó una partida contra éste.

Se dice que en medio del juego, el francés hizo una jugada ilegal a propósito para ver la reacción del Turco, la cual fue levantar la mano y tirar el tablero.

No se sabe cómo funcionaba esta marioneta (hay quien piensa que había alguien adentro) pero fue uno de los primeros robots con voluntad propia que el mundo conoció.

Ya para el siglo XX, con los avances tecnológicos escenarios que Julio Verne sólo imaginaba se volvieron realidad: viajes al espacio o a lo más profundo del océano pasaron de los libros de ciencia ficción a las noticias.

Parte de esos logros fueron debido al desarrollo de computadoras capaces de realizar cálculos a gran velocidad, algo que para los humanos es imposible.

Eso desató más la imaginación alrededor de la ciencia ficción: si hace un siglo era imposible llegar a la Luna, por qué no pensar en cosas al parecer ridículas, incluso, que el hombre se volviera en Dios.

 

 

La creación traiciona a su creador

En la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, Mary Shelley plantea no sólo los problemas éticos del humano como creador de vida (pero no como padre o madre, sino creador de vida de la nada), sino sus consecuencias.

Gaytan comentó que en la novela de Shelley, el monstruo adquiere vida a través de la electricidad, una fuente de energía artificial creada por el hombre, lo cual genera un gran dilema ético tanto en el doctor Frankenstein como en la criatura al no poder responder una pregunta simple: ¿quién es ese ser vivo que adquirió vida de manera artificial?

Foto: Archivo | El Sol de México

“Todo ser vivo requiere de una fuente de energía, en el ser humano esa energía es el alma; en los robots es la energía eléctrica o cualquier otro tipo de energía nuclear. Esa diferencia puede tener una dimensión ética trascendental, ya que los robots no tienen más, no tienen ninguna trascendencia, son inmanentes, o sea, no tienen más que unas un sentido definitivo de que cuando se acabe su energía ellos simplemente se desconectarán no tienen sentido de la muerte, el ser humano sí”.

Parte de este dilema ético lo podemos ver en Astroboy. El doctor Tenma, desconsolado por la muerte de su hijo Tobio, decide crear un robot igual al él, sin embargo, cuando le da vida y comienza a convivir con él se da cuenta que no es su hijo muerto, sino otra cosa, por lo que decide deshacerse del robot.


Todo ser vivo requiere de una fuente de energía, en el ser humano esa energía es el alma; en los robots es la energía eléctrica o cualquier otro tipo de energía nuclear

Otro aspecto a tomar en cuenta sobre los avances tecnológicos es el miedo del humano a sus consecuencias.

Uno de los primeros autores en reflexionar dentro de la ficción sobre las consecuencias éticas fue Isaac Asimov, autor de las tres leyes de la robótica: Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños; un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley; y un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o Segunda Ley.

En su libro Yo, robot, Asimov pone en acción estas leyes y no necesariamente salen bien paradas. En uno de sus cuentos, una mujer consulta a un robot sobre sus posibilidades amorosas, éste, con tal de no dañarla, tergiversa la realidad, y cuando finalmente la verdad sale a la luz, la mujer termina dañada y con sed de venganza hacia la máquina.

En la segunda parte del siglo XX comenzaron a aparecer historias sobre sociedades distópicas donde la relación humano-máquinas es el eje narrativo. Blade Runner, Terminator, Ghost in the Shell o Matrix son algunos ejemplos de este género denominado Cyberpunk.

“Esta dominación (de las máquinas) también es la idea de que somos responsables de la creación o del perfil ético, ¿a quién estamos construyendo? Un ejemplo es cuando Tesla precisamente entró en este debate cuando a su auto manejado por inteligencia artificial, se le pregunta: si va a atropellar a alguien ¿salvarías al conductor o atropellarías al peatón?, sí. Hicieron una serie de entrevistas para definir las directrices de la máquina. En principio la decisión parece que sería de la máquina y no es así, la máquina responde a algoritmos creados por el ser humano. Esa es la gran diferencia, entonces esta idea del miedo, parece que está fuera de nosotros, pero en realidad atañe a lo humano”, comentó el académico de La Salle.

➡️ Lee el Suplemento Fin D dedicado al manga y al coleccionismo de juguetes

Asistentes virtuales son sólo el comienzo

Apps que responden a los requerimientos humanos no son nuevos. Siri, Alexa o Chat GPT son algunos ejemplos de inteligencia artificial que convive con una parte de la sociedad actual como lo hacen los perros o gatos.

De hecho, una de las particularidades de los robots que más conviven con los humanos es que no se parecen a los humanos. Aspiradoras, brazos mecánicos y hasta celulares con programas para desarrollar cierta autonomía son muestra de ello. Esto contrasta con la ciencia ficción, donde la mayoría de las rebeliones de las máquinas se dan por robots humanoides.


Foto: Amazon


“Cuando Facebook intentó hacer que hubiera un diálogo entre las máquinas primero lo hizo vía algoritmos a los usuarios, tú le preguntas algo y ellas contestaban preguntas en general sobre ciertos servicios o productos. Cuando Facebook puso a dialogar a dos máquinas y empezaron a tener respuestas en un lenguaje cifrado que solamente ellas entendían, que sus creadores y sus operadores no lo entendían, generó un terror que acabaron desconectando las máquinas precisamente para que no tuvieran esa autonomía.

Entonces esto de la ciencia ficción acaba teniendo cierta repercusión en los miedos más profundos del ser humano de ser dominado ya no por cuestiones mágicas, sino por cuestiones tecnológicas

No hay que ir más lejos, una pregunta frecuente a Alexa es ¿Quién eres?, la cual, por extraño que parezca, responde sin problemas.

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Extraño porque estamos hablando con una máquina, un objeto, no un ser. Viéndolo así, puede generar cierta incomodidad si pasamos de la curiosidad a la reflexión, porque ¿en realidad estamos hablando con algo y no con alguien?

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