/ domingo 5 de mayo de 2024

Mentira y poder (I)

¿Por qué política y verdad son antitéticas y la mentira es la herramienta esencial de la que se valen políticos y demagogos? ¿Qué significado tiene ello para “la naturaleza y la dignidad” de la política y para “la naturaleza y la dignidad” de la verdad y la veracidad? ¿Acaso en la esencia de la verdad radica ser impotente y en la del poder ser falaz? ¿Qué poder tiene la verdad si es impotente en el orden público? ¿Es la impotente verdad tan desdeñable como el poder que desprecia a la verdad? ¿Debe imperar la justicia cuando en juego está la supervivencia del mundo? ¿Puede paradójicamente la mentira servir en la búsqueda de la verdad? ¿Es posible considerar a la mentira como una herramienta “inocua” del actuar político? ¿Es digna la vida de ser vivida en un mundo carente de justicia y libertad?

Con estas -entre otras- preguntas la gran Hanna Arendt inaugura uno de sus textos cumbres: su ensayo intitulado “Verdad y política”. Texto cuya lectura y relectura se imponen ante los descarados y descarnados usos que de la mentira hacen los más “conspicuos” representantes de las castas políticas al poder -verbigracia tal y como constatamos sucede, de manera permanente, en nuestro México. Sujetos, todos ellos, que no por algo son “leales” a esa elemental y reptiliana naturaleza humana que se resiste a dejar atrás la falsedad y la quimera mientras se esmera en mantener vivo en su ser un “amor perverso” hacia la “impostura y la falsedad”, tal y como desde hace más de dos mil años ya lo advertía el propio Platón, quien además sentenciaba que el que habla con verdad pone en peligro su vida.

De la misma manera que, siglos más tarde, el autor que escribe con verdad se verá obligado a quemar sus propias obras, tal y como lo denuncia Hobbes. Pero aún habrá algo peor para Platón que un mentiroso: el sofista y el ignorante, según lo advierte en su diálogo “Gorgias”, porque en realidad lo contrario a la verdad, desde su óptica, no es la mentira sino la “simple opinión”, que es equivalente de la ilusión. Ello, porque frente a las embestidas del poder Arendt sabe que es casi imposible que las “verdades de hecho”, como las llama, por contundentes que sean puedan imponerse.

¿Esto es grave? Sin duda lo es, como bien lo ponderó James Madison al que también evoca nuestra filósofa, ya que de acuerdo con este padre de los Estados Unidos de América, la razón de un individuo (verdad racional) es “tímida y cautelosa” en lo individual, y sólo es firme y confiada en la medida en que es asumida y expresada por los miembros de la sociedad (en tanto fuerza de opinión), desde el momento en que esta “verdad de hecho” aparece vinculada con otras personas y procede a configurar así al pensamiento político, en tanto que la “verdad de razón” pertenece a la esfera de la especulación filosófica. Ahora bien, la “verdad en general” se confronta con la opinión por cuanto al modo de afirmar la validez, de ahí que para la política toda verdad tenga un sello “despótico” y por tanto los tiranos la odian porque, como lo asienta Hanna, “temen la competencia de una fuerza coactiva que no pueden monopolizar”.

Y es que los hechos están allí y, se diga lo que se diga, no pueden ser modificados, tan sólo opacados mediante el empleo de mentiras “lisas y llanas”. Prueba de ello es que mientras la verdad evita el debate, la mentira lo fomenta, de ahí que la mentira-debate sea la esencia de la propia vida política y el opuesto de la verdad de hecho la falsedad deliberada (mentira). Así pues, cuando se habla arendtianamente de “mentira organizada”, se alude a un fenómeno marginal cuyo respectivo opuesto es el “relato de los hechos”, es decir, el aceptar las cosas como son. De ahí que para la política la veracidad no sea una virtud, ya que “no contribuye al cambio del mundo”. En cambio, cuando una sociedad se funda en la mentira (en la que todos mienten), el hombre que es veraz se convierte en el detonante del cambio. El problema es que el mentiroso ajusta “sus” hechos y logra ser más persuasivo que el hombre veraz. Por algo Arendt distingue entre “mentira política tradicional”, vinculada con “secretos de Estado”, personajes particulares y dirigida al enemigo, y “mentira moderna”, ocupada ésta de las cosas por todos conocidas, pero además dirigida a la masa y contenedora en sí de una gran dosis de violencia.

Es aquí cuando, desde la perspectiva de nuestra filósofa, la mentira política se erige en herramienta indispensable en la creación de una imagen porque la mentira en el falsario -a diferencia del mundo al que engaña- es parte ya de él. No puede mentir a los demás sin mentirse a sí mismo y esto es lo más grave, que el “mentiroso despiadado”, mientras ve cómo es destruido el mundo, sabe la verdad de su mentira y ésta encuentra su principal refugio en él mismo, aún y cuando nada –ni poder ni tiranos, por más que reescriban la historia, fabriquen imágenes o manipulen a las masas- pueda reemplazar ni alterar a la postre a la auténtica y única verdad. ¿Qué nos dirá al respecto Jacques Derrida? (Continuará)


¿Por qué política y verdad son antitéticas y la mentira es la herramienta esencial de la que se valen políticos y demagogos? ¿Qué significado tiene ello para “la naturaleza y la dignidad” de la política y para “la naturaleza y la dignidad” de la verdad y la veracidad? ¿Acaso en la esencia de la verdad radica ser impotente y en la del poder ser falaz? ¿Qué poder tiene la verdad si es impotente en el orden público? ¿Es la impotente verdad tan desdeñable como el poder que desprecia a la verdad? ¿Debe imperar la justicia cuando en juego está la supervivencia del mundo? ¿Puede paradójicamente la mentira servir en la búsqueda de la verdad? ¿Es posible considerar a la mentira como una herramienta “inocua” del actuar político? ¿Es digna la vida de ser vivida en un mundo carente de justicia y libertad?

Con estas -entre otras- preguntas la gran Hanna Arendt inaugura uno de sus textos cumbres: su ensayo intitulado “Verdad y política”. Texto cuya lectura y relectura se imponen ante los descarados y descarnados usos que de la mentira hacen los más “conspicuos” representantes de las castas políticas al poder -verbigracia tal y como constatamos sucede, de manera permanente, en nuestro México. Sujetos, todos ellos, que no por algo son “leales” a esa elemental y reptiliana naturaleza humana que se resiste a dejar atrás la falsedad y la quimera mientras se esmera en mantener vivo en su ser un “amor perverso” hacia la “impostura y la falsedad”, tal y como desde hace más de dos mil años ya lo advertía el propio Platón, quien además sentenciaba que el que habla con verdad pone en peligro su vida.

De la misma manera que, siglos más tarde, el autor que escribe con verdad se verá obligado a quemar sus propias obras, tal y como lo denuncia Hobbes. Pero aún habrá algo peor para Platón que un mentiroso: el sofista y el ignorante, según lo advierte en su diálogo “Gorgias”, porque en realidad lo contrario a la verdad, desde su óptica, no es la mentira sino la “simple opinión”, que es equivalente de la ilusión. Ello, porque frente a las embestidas del poder Arendt sabe que es casi imposible que las “verdades de hecho”, como las llama, por contundentes que sean puedan imponerse.

¿Esto es grave? Sin duda lo es, como bien lo ponderó James Madison al que también evoca nuestra filósofa, ya que de acuerdo con este padre de los Estados Unidos de América, la razón de un individuo (verdad racional) es “tímida y cautelosa” en lo individual, y sólo es firme y confiada en la medida en que es asumida y expresada por los miembros de la sociedad (en tanto fuerza de opinión), desde el momento en que esta “verdad de hecho” aparece vinculada con otras personas y procede a configurar así al pensamiento político, en tanto que la “verdad de razón” pertenece a la esfera de la especulación filosófica. Ahora bien, la “verdad en general” se confronta con la opinión por cuanto al modo de afirmar la validez, de ahí que para la política toda verdad tenga un sello “despótico” y por tanto los tiranos la odian porque, como lo asienta Hanna, “temen la competencia de una fuerza coactiva que no pueden monopolizar”.

Y es que los hechos están allí y, se diga lo que se diga, no pueden ser modificados, tan sólo opacados mediante el empleo de mentiras “lisas y llanas”. Prueba de ello es que mientras la verdad evita el debate, la mentira lo fomenta, de ahí que la mentira-debate sea la esencia de la propia vida política y el opuesto de la verdad de hecho la falsedad deliberada (mentira). Así pues, cuando se habla arendtianamente de “mentira organizada”, se alude a un fenómeno marginal cuyo respectivo opuesto es el “relato de los hechos”, es decir, el aceptar las cosas como son. De ahí que para la política la veracidad no sea una virtud, ya que “no contribuye al cambio del mundo”. En cambio, cuando una sociedad se funda en la mentira (en la que todos mienten), el hombre que es veraz se convierte en el detonante del cambio. El problema es que el mentiroso ajusta “sus” hechos y logra ser más persuasivo que el hombre veraz. Por algo Arendt distingue entre “mentira política tradicional”, vinculada con “secretos de Estado”, personajes particulares y dirigida al enemigo, y “mentira moderna”, ocupada ésta de las cosas por todos conocidas, pero además dirigida a la masa y contenedora en sí de una gran dosis de violencia.

Es aquí cuando, desde la perspectiva de nuestra filósofa, la mentira política se erige en herramienta indispensable en la creación de una imagen porque la mentira en el falsario -a diferencia del mundo al que engaña- es parte ya de él. No puede mentir a los demás sin mentirse a sí mismo y esto es lo más grave, que el “mentiroso despiadado”, mientras ve cómo es destruido el mundo, sabe la verdad de su mentira y ésta encuentra su principal refugio en él mismo, aún y cuando nada –ni poder ni tiranos, por más que reescriban la historia, fabriquen imágenes o manipulen a las masas- pueda reemplazar ni alterar a la postre a la auténtica y única verdad. ¿Qué nos dirá al respecto Jacques Derrida? (Continuará)