¿Quién dijo miedo? Cinéfilos mexicanos están entre los mayores fanáticos del cine de terror

México es el tercer lugar en consumo de estas historias, sólo superado por China y Corea del Sur

Belén Eligio

  · miércoles 2 de noviembre de 2022

El filme Smile encabeza la taquilla desde su estreno / Foto: Cortesía Paramount Pictures

Las películas de terror llevaron de nuevo al público al cine este año. Son las favoritas en México, que ocupa el tercer lugar mundial en su consumo; sólo lo superan China y Corea del Sur. Cintas como Smile, El exorcismo de Dios, Karem: La Posesión y Halloween: La noche final, se mantienen entre las producciones que más dinero han recaudado en la taquilla nacional.

Desde su estreno en cines el pasado 29 de septiembre, Smile encabeza la taquilla mexicana, al mantenerse en las primeras tres posiciones de las cintas con mayores ingresos; hasta ahora, contabiliza 145.5 millones de pesos por venta de boletos, de acuerdo con datos de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica, Canacine.

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Otros favoritos a lo largo de este año son El exorcismo de Dios, coproducción de México, Estados Unidos y Venezuela, que recaudó 35.5 mdp y la mexicana Karem: La posesión la cual alcanzó 16.9 mdp. Halloween: La noche final, que estrenó el 13 de octubre, hasta el momento ha rrecaudado 83.6 millones de pesos, según la Canacine.

La maestra María Eugenia Ordóñez, académica del área clínica de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, explicó a El Sol de México que el gusto por este género se debe a las respuestas cerebrales que surgen al ver una escena que nos aterra y a su vez, nos mantiene alerta.

“Al ver una película, se acercan a situaciones peligrosas, pero sin estar en contacto directo con el peligro. Esto crea cierto placer, provocado por las descargas de adrenalina y noradrenalina, que son neurotransmisores del cerebro”.

Esta tendencia se ha mantenido durante al menos seis años. De acuerdo con datos arrojados por un estudio conducido y publicado por el investigador británico Stephen Follows en 2016, México se encuentra dentro de los tres países (junto con China y Corea del Sur) que más horror consumen.

De acuerdo con la experta, la violencia que nos rodea, y la exposición a historias de terror en redes sociales, ha generado que las audiencias pierdan la capacidad de asombro. “Ahora el público está muy expuesto a esa información, e incluso la busca intencionalmente, ya no es tan fácil generar esa sensación de sorpresa y adrenalina”.

Aunado a ello, lo repetitivo de las tramas de terror sobrenatural, impide que las personas, sobre todo las más jóvenes, perciban esas películas como algo negativo, y han pasado a ser parte de la cultura pop. “Cuando se estrenó El exorcista (1973) muchas personas se asustaron porque se mencionaba por primera vez a un ente maligno que podía poseer a las víctimas, pero actualmente esa trama se repite constantemente en el cine”, explica Ordóñez.

“Ahora hay un elemento de incredulidad, antes se hablaba del diablo como un ente aterrador, y ahora ya no se concibe así. Las generaciones nuevas ya están expuestas a otra información, ya no creen tan fácilmente en esas historias como amenazas, pues están expuestas a peligros mayores en su vida real”.

En la mente del asesino

El slasher ha sido uno de los subgéneros más exitosos, dando pie a remakes de exitosas franquicias ochenteras y noventeras, como Halloween, Scream (que reunió 34 mdp en su debut en México) y La masacre de Texas (distribuida en Netflix, y que se coló en el Top 10 en su semana de estreno).

La maestra detalló que la audiencia encuentra estas cintas particularmente atractivas, porque les permiten vivir una fantasía de desobediencia que no pueden experimentar en carne propia.

“Mucha gente se identifica con el personaje malo, justifica sus acciones, y a veces hasta le cae mejor que el protagonista. Porque implica romper las reglas que quizá ellos quieran romper, pero no pueden en la vida real”.

Sin embargo, advirtió que se debe tener cuidado en audiencias jóvenes, pues los personajes pueden provocar traumas a largo plazo.

“Sobre todo en los niños. Cuando salió Chucky (1980) se observó un incremento en pacientes menores que acudían a terapia, porque se asustaron mucho viendo la película. Ellos no diferencian la fantasía de la realidad, y creían que el muñeco era real. Les afecta mucho más a ellos", finaliza.



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