Las secuelas de la pandemia nos van alcanzando de a poquito. Rápidamente hemos aprendido que parar la economía en seco durante el 2020 y buena parte del 2021 fue la receta perfecta para convertir al mundo en un mercado de alta demanda y poca oferta, con las afectaciones inflacionarias y de escasez que hoy estamos padeciendo.
Sin embargo, una cara aún más fea de la pandemia se está comenzando a asomar: toda una generación de ignorantes.
De acuerdo con el estudio "El estado de la pobreza de aprendizaje global: actualización de 2022" de las Naciones Unidas, las habilidades de los estudiantes latinoamericanos en lectura y matemáticas se están quedando atrás drásticamente pues han perdido casi la mitad de sus días escolares desde que comenzó la pandemia.
Al momento, el 80% de ellos al final de la escuela primaria no pueden entender un texto escrito de manera sencilla cuando antes de la pandemia eran la mitad. Sólo el África subsahariana tiene peores resultados educativos.
Uno como sea paga la gasolina cara por el desabasto, ¿pero el futuro de los chamacos?
El Banco Mundial en su estudio "Dos años después, salvando a una generación" ya había referido que los cierres totales de escuelas en América Latina duraron más que en cualquier otro lugar: un promedio de 29 semanas en comparación con las 20 registradas en todo el mundo.
Esto fue especialmente grave ante la falta de acceso a computadoras e Internet, lo que devino en niños abandonando la escuela o recibiendo instrucción deficiente, echando para atrás décadas de avances modestos en los países más pobres de la región.
En esta complicación, añadiría yo a todos esos universitarios cuyas carreras sufrirán debido a la falta de preparación y las relaciones laborales futuras que no lograron cultivar en las aulas.
Los estudiantes de hoy pueden esperar tener ingresos un 12% más bajos a lo largo de su vida de lo que se esperaba, según estos primeros estudios en la materia.
El Banco Mundial lo dice sin cortapisas: ésta es una catástrofe, de las peores crisis a las que se haya enfrentado la región.
"Antes de la pandemia América Latina era conocida por ser una de las regiones más desiguales del mundo. La educación venía siendo el gran igualador pero éste simplemente desapareció", refirió en su reporte.
Lo voy a escribir como lo vengo pensando sin censuras: condenamos a toda una generación de jóvenes a la mediocridad con tal de mantener vivos a los más viejos de nuestras sociedades.
Quizá en su momento hizo sentido mandar al encierro a todos los niños y jóvenes a pesar de una mortandad reportada del Covid-19 de menos del 0.1% entre menores de edad, pero queda claro que serán ellos los que paguen los platos rotos.
Aunque siempre sea así no significa que deje de ser un problema ético y de gobierno.
Ya no importa quién lo hizo, sino qué se hace ahora porque simplemente vacunar niños y reabrir escuelas como se está haciendo ahora no va alcanzar para salir de este problemón.
Las medidas que tanto la ONU como el Banco Mundial proponen para recuperar algo del terreno perdido pasan por la priorización de los planes de estudio, la evaluación de los niveles de aprendizaje y la implementación a gran escala de estrategias y programas de recuperación.
Esto implica un compromiso para colocar a la recuperación educativa en lo más alto de la agenda pública para así reintegrar a todos los niños que han abandonado la escuela y para recuperar los aprendizajes perdidos. Asimismo se debe capacitar al personal docente para afrontar esta situación.
Volteo a ver a México y no observo nada de eso. Ni siquiera el reconocimiento de que exista un problema.
Es hoy cuando es importante escribir sobre ello, pero más importante empujar esta agenda de la generación perdida, pues ella, la que está abandonada, es la que deberá solucionar los crecientes y complejos problemas que nos aquejan y les hemos heredado: el subdesarrollo, la desigualdad, el crimen y el cambio climático.
De nada nos sirve inaugurar refinerías si dentro de 10 años no se va a tener el talento para siquiera operarlas.