/ viernes 16 de junio de 2023

Jesuitas: Una misión de derecho propio

Actualmente, los jesuitas están reducidos a hacer su labor en tres comunidades: Cerocahui, Samachique y Creel en Chihuahua

El sacerdote jesuita Javier Ávila Aguirre cumplirá 48 años en la Sierra Tarahumara , casi cinco décadas “gracias a que Dios me mantiene en la zona, aun cuando pocos creían que serviría para esa misión”.

La vocación a la Compañía de Jesús, su sacerdocio, su llegada a la Tarahumara, así como la defensa y promoción de los derechos humanos, el padre a quien coloquialmente los chihuahuenses conocen como El Pato recuerda que al terminar sus estudios de Teología , antes de ordenarse, pasó un periodo de dos años pensando en su vocación y si en realidad serviría para el sacerdocio.

Te recomendamos: Un año del baño de sangre en Cerocahui; Gallo y Morita, la huella jesuita en cada habitante

Al fin se no obstante y pidió ir a la Tarahumara , en tres ocasiones lo solicitó y las dos primeras se lo negaron bajo el argumento de que esa región no era para él. A la tercera, cuando ya le habían asignado ir a Tabasco , “sigo sintiendo que el Señor me quiere para la Tarahumara, me dijeron: eres terco y necio, vamos a dejar por escrito una carta donde se diga que tú no debiste haber ido a la tarahumara para que cuando pidas salir de ahí, la vamos a sacar para leerla”. Han pasado cerca de 48 años y ahí sigue El Pato Ávila.

Para él, no es fortuito, es un legado. Los jesuitas , además de la evangelización, desde el principio se dieron a la tarea de conocer la lengua y la cultura de la Tarahumara, abrieron puertas y caminos de un servicio más abierto, en la defensa de los derechos humanos , protegiendo las tierras de los caciques, enseñando oficios y uso de herramientas.

Ávila Aguirre describe que de su llegada inicial a la expulsión, cuando los jesuitas regresaron a la Tarahumara se conocía a esta región de la Iglesia como una missio sui iuris, una misión de derecho propio, independiente. Después se convirtió en un vicariato apostólico , es decir, una zona encargada a una congregación religiosa que fue la orden de la Compañía de Jesús.

Los jesuitas llegaron a Chihuahua desde 1572 . l Foto: Gerardo Hernández l El Heraldo de Chihuahua

En el contexto del Vicariato Apostólico de la Tarahumara –reseña— el primer obispo designado en 1958 fue el jesuita Salvador Martínez Aguirre y “eran más de 30 jesuitas con presencia en toda la sierra”.

Al dimitir ese obispo , se nombró al padre José Alberto Llaguno Farías, originario de Monterrey y quien ya tenía tiempo trabajando en la Tarahumara. Años después, fue él quien designó al padre Pato, vicario general de la Tarahumara en 1975.

Junto con el obispo Llaguno, Ávila fundó en 1989 la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos, AC (Cosyddhac), que fue la primera institución en su tipo en el país ya la fecha, trabaja con ese enfoque y reprochó el reconocimiento de organizaciones internacionales.

Para 1994 se configuró la Diócesis de la Tarahumara , se denominó al primer obispo diocesano y así terminó la responsabilidad de la Compañía de Jesús para la atención de la Tarahumara y los jesuitas fueron reubicados en algunas parroquias de la sierra, así que ahí siguió como el Pato Ávila , quien se asentó en la comunidad de Creel, del municipio de Bocoyna que es la entrada a la sierra y sigue siendo el fuerte vínculo de la orden religiosa ante la Arquidiócesis de Chihuahua , la Compañía con sede en la Ciudad de México y la Conferencia del Episcopado Mexicano.

Su conexión con los rarámuri y el entorno serrano ya echó raíces. “Una de las cuestiones es que el rarámuri tiene muy grandes valores que en la vida y en la cultura mestiza se van perdiendo, ellos tienen un gran respeto, un amor profundísimo a la tierra, respetan la libertad, el valor de la familia y los saberes comunitarios”.

A los jesuitas les ha funcionado caminar y estar con la gente que les diga qué hacer, qué necesitan y cómo apoyan. l Foto: Gerardo Hernández l El Heraldo de Chihuahua

Describe que llegar a la Tarahumara no es sencillo: “Acaba uno recibiendo y aprendiendo, si vienes a la Tarahumara llega con los ojos muy abiertos, los oídos muy abiertos, el corazón muy abierto y la boca cerradita; si la abres, que mar para preguntar”.

A los jesuitas les ha funcionado caminar y estar con la gente que les diga qué hacer, qué necesitan y apoyar cómo, “a eso nos mandan”.

Actualmente, los jesuitas están reducidos a hacer su labor en tres comunidades: Cerocahui, Samachique y Creel .

Por gestiones, en Creel ya tienen una clínica; en Samachique , dos Centros Culturales cuyo objetivo es fortalecer la cultura, la lengua rarámuri , su historia, tradiciones ancestrales y bailes y en Cerocahui, la gestoría es con las personas, el rezago social es tan profundo que la tarea es mayúscula, como la que realizaron los padres Joaquín Mora y Javier Campos.

Más que tristeza, su enojo es evidente cuando el sacerdote habla de los asesinatos de sus hermanos en Cerocahui , el 22 de junio del año pasado a manos de un criminal como José Noriel Portillo Gil , alias El Chueco. Simplemente, no debería pasar.

Desde que le avisaron lo ocurrido, Ávila supo que él lo había cometido, no se necesitaba de un gran trabajo de inteligencia policiaca porque eran años lidiando con ese delincuente , empoderado por comandar un grupo con el beneplácito de un cártel y solapado por autoridades de todos los niveles; esa impunidad, doble moral y desinterés que han permitido figuras como ésa, con muchos chuecos a lo largo de la Sierra Tarahumara y el territorio nacional.

“Ni la paz ha vuelto en Cerocahui”, ha sostenido el Pato Ávila desde que se enviaron fuerzas armadas a esa región cuando buscaban detener al homicida, ni en la actualidad que se mantiene un operativo permanente para resguardar al poblado.

tampoco se presentará –el 22 de marzo pasado— de la muerte del Chueco, “un fracaso del Estado , eso no es aplicar la justicia” y lo que necesitan las familias d e desaparecidos, asesinados y víctimas de delitos es dejarse de simulaciones y reconocer que “la impunidad está arraigada desde el poder. Por ahí hay que empezar”.

Una huella de siglos

Desde la conquista y la evangelización de la Nueva España , la Compañía de Jesús fue una parte importante en el desarrollo del norte y de Chihuahua y en particular de la Tarahumara al punto que hoy por hoy, es difícil hablar de la región serrana sin remitir a los jesuitas y viceversa.

Desde su expulsión en 1572 hasta su expulsión en 1767, los misioneros se adentraron en las zonas más reconditas de la Sierra, donde a la fecha, no es fácil viajar porque se rodean barrancas, el terreno es agreste y faltan caminos, así como por la inseguridad de células criminales asentadas donde nadie los molesta.

Los padres Joaquín Mora y Javier Campos asesinados en junio de 2022 en Cerocaui ayudaban en labores de educación para el pueblo. l Foto: Gerardo Hernández l El Heraldo de Chihuahua

De acuerdo con archivos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, enviados por San Francisco de Borja, tercer superior general de la Compañía de Jesús, los jesuitas llegaron a tierras mexicanas el 9 de septiembre de 1572.

Era un grupo de 21 religiosos bajo las órdenes del padre Pedro Sánchez, primer superior provincial de la Provincia Mexicana de la Compañía y les tocó trabajar en los territorios de los rarámuri y la apertura de las Californias.

Rubén Beltrán Acosta, cronista de la ciudad de Chihuahua y jefe del Archivo Histórico puntualiza que el gobernador de la Nueva Vizcaya (hoy Sonora, Chihuahua, Sinaloa, Durango y Zacatecas ), don Rodrigo del Río solicitó la presencia de misioneros para la región y en 1590 llegaron los primeros jesuitas, Gonzalo de Tapia y Martín Pérez.

Para 1601, por primera vez hay presencia de jesuitas en la Baja Tarahumara con el padre Pedro Méndez. Siete años después figura Juan Fonte en la Alta Tarahumara, quien fue designado para mediar en un conflicto entre tarahumaras y tepehuanes.

Clara Bargellinien en el libro “Camino Real Tierra Adentro” resalta que los jesuitas habían fundado un colegio en Durango, capital de la Nueva Vizcaya y desde allí, el padre Juan Fonte se adentra hacia los territorios norteños.

Turistas visitan iglesia Jesuita en Cerocaui. l Foto: Gerardo Hernández l El Heraldo de Chihuahua

Rubén Beltrán señala que en 1621 llegó Castini y posteriormente Julio Pascual, así se crearon las misiones de Chínipas y Guazapares. Mientras José Pascual y Nicolás Cepeda fundaron la misión de San Felipe en 1639 y con el respaldo de la autoridad religiosa y del virreinato , se instituyeron las misiones de Satevó y San Francisco de Borja que en 1650 fueron destruidas.

El profesor Beltrán detalla que más tarde se constituye Villa de Aguilar, aledaña a lo que hoy es la ciudad de Guerrero , donde se registra la tercera rebelión de los tarahumaras encabezada por Gabriel Teporame, mejor conocido como “Teporaca”, donde dos sacerdotes fallecidos de forma cruel a manos de las fuerzas indias.

“Esto da como consecuencia la reunión de Huejotitán, donde participa el gobernador de la Nueva Vizcaya con el acuerdo de unificarse y sobresalen los misioneros Fernando Barrio Nuevo y Manuel Gamboa, quienes fueron resultados por el padre Tomás Guadalajara quien a la postre se convierte en el rector del colegio que se funda en Parral , después del de Chihuahua”.

Tras esa reunión acordaron extenderse hacia el Papigochi y la Tarahumara fue considerada una provincia.

Misioneros, parteaguas de la educación

En la ciudad de Chihuahua, detalla el maestro Beltrán Acosta, se construyó un colegio jesuita en 1718, se eligieron los terrenos para la edificación, donde hoy a 305 años, estos terrenos los ocupan el Palacio de Gobierno y parte de Casa Chihuahua Centro de Patrimonio Cultural , además de la calle Libertad.

Según la historia, en los tiempos que se erigió la Villa del Real de Minas de San Francisco de Cuéllar ya punto de tener el primer ayuntamiento para cambiar el nombre a San Felipe El Real de Chihuahua, ya era palpable la necesidad de crear un colegio que atendiera las necesidades educativas de los hijos de los españoles e indígenas de la zona.

Los misioneros de la Compañía de Jesús , quienes trabajaron con indios tarahumaras y chinarras y conocían de sus costumbres y lengua, eran los idóneos para alcanzar ese propósito y así se fundaron e l Colegio de Nuestra Señora de Loreto con la autorización del entonces gobernador el Capitán General del Reino de la Nueva Vizcaya, Don Manuel San Juan de Santa Cruz, quien residía en Parral así como el virrey marqués de Balero y la Diócesis de Durango con donaciones de las Haciendas de Mápula y Tabalaopa.

La conexión de los sacerdotes jesuitas con los rarámuri y el entorno serrano ya echó raíces. l Foto: Gerardo Hernández l El Heraldo de Chihuahua

“Existe una talla de madera preciosa de Nuestra Señora de Loreto, que cuando el colegio se destruyó fue a dar a Santa Eulalia y posteriormente el Arzobispado la recogió, llevándola al Museo de Arte Sacro que estaba en el sótano de la Catedral Metropolitana de Chihuahua . Más tarde, la pieza desapareció y me dijeron que la pidieron para una exposición itinerante”, acota el historiador.

De acuerdo con datos del INAH , ese colegio duro durante 45 años hasta que en 1767, el rey Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas de todos los dominios de España y por lo tanto, de la Nueva España .

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Según documentos de la época, entre lágrimas y lamentos despidió la gente de Chihuahua a los jesuitas que emprendieron su exilio y con ello, vino un parteaguas en la educación que –puntualiza Rubén Beltrán– se restableció en 1815 por decisión del rey Fernando VII cuando vuelve la presencia misionera de los jesuitas en Chihuahua (Sierra Tarahumara), Sonora, Baja California y Nayarit.

Del colegio, en la actualidad sólo queda el calabozo del cura Miguel Hidalgo y Costilla , el Padre de la Patria, que se trata de la torre izquierda de la iglesia de Nuestra Señora de Loreto para subir al coro y hoy es parte del recorrido turístico para aquellos que visiten el Palacio de Gobierno y el museo Casa Chihuahua.

El sacerdote jesuita Javier Ávila Aguirre cumplirá 48 años en la Sierra Tarahumara , casi cinco décadas “gracias a que Dios me mantiene en la zona, aun cuando pocos creían que serviría para esa misión”.

La vocación a la Compañía de Jesús, su sacerdocio, su llegada a la Tarahumara, así como la defensa y promoción de los derechos humanos, el padre a quien coloquialmente los chihuahuenses conocen como El Pato recuerda que al terminar sus estudios de Teología , antes de ordenarse, pasó un periodo de dos años pensando en su vocación y si en realidad serviría para el sacerdocio.

Te recomendamos: Un año del baño de sangre en Cerocahui; Gallo y Morita, la huella jesuita en cada habitante

Al fin se no obstante y pidió ir a la Tarahumara , en tres ocasiones lo solicitó y las dos primeras se lo negaron bajo el argumento de que esa región no era para él. A la tercera, cuando ya le habían asignado ir a Tabasco , “sigo sintiendo que el Señor me quiere para la Tarahumara, me dijeron: eres terco y necio, vamos a dejar por escrito una carta donde se diga que tú no debiste haber ido a la tarahumara para que cuando pidas salir de ahí, la vamos a sacar para leerla”. Han pasado cerca de 48 años y ahí sigue El Pato Ávila.

Para él, no es fortuito, es un legado. Los jesuitas , además de la evangelización, desde el principio se dieron a la tarea de conocer la lengua y la cultura de la Tarahumara, abrieron puertas y caminos de un servicio más abierto, en la defensa de los derechos humanos , protegiendo las tierras de los caciques, enseñando oficios y uso de herramientas.

Ávila Aguirre describe que de su llegada inicial a la expulsión, cuando los jesuitas regresaron a la Tarahumara se conocía a esta región de la Iglesia como una missio sui iuris, una misión de derecho propio, independiente. Después se convirtió en un vicariato apostólico , es decir, una zona encargada a una congregación religiosa que fue la orden de la Compañía de Jesús.

Los jesuitas llegaron a Chihuahua desde 1572 . l Foto: Gerardo Hernández l El Heraldo de Chihuahua

En el contexto del Vicariato Apostólico de la Tarahumara –reseña— el primer obispo designado en 1958 fue el jesuita Salvador Martínez Aguirre y “eran más de 30 jesuitas con presencia en toda la sierra”.

Al dimitir ese obispo , se nombró al padre José Alberto Llaguno Farías, originario de Monterrey y quien ya tenía tiempo trabajando en la Tarahumara. Años después, fue él quien designó al padre Pato, vicario general de la Tarahumara en 1975.

Junto con el obispo Llaguno, Ávila fundó en 1989 la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos, AC (Cosyddhac), que fue la primera institución en su tipo en el país ya la fecha, trabaja con ese enfoque y reprochó el reconocimiento de organizaciones internacionales.

Para 1994 se configuró la Diócesis de la Tarahumara , se denominó al primer obispo diocesano y así terminó la responsabilidad de la Compañía de Jesús para la atención de la Tarahumara y los jesuitas fueron reubicados en algunas parroquias de la sierra, así que ahí siguió como el Pato Ávila , quien se asentó en la comunidad de Creel, del municipio de Bocoyna que es la entrada a la sierra y sigue siendo el fuerte vínculo de la orden religiosa ante la Arquidiócesis de Chihuahua , la Compañía con sede en la Ciudad de México y la Conferencia del Episcopado Mexicano.

Su conexión con los rarámuri y el entorno serrano ya echó raíces. “Una de las cuestiones es que el rarámuri tiene muy grandes valores que en la vida y en la cultura mestiza se van perdiendo, ellos tienen un gran respeto, un amor profundísimo a la tierra, respetan la libertad, el valor de la familia y los saberes comunitarios”.

A los jesuitas les ha funcionado caminar y estar con la gente que les diga qué hacer, qué necesitan y cómo apoyan. l Foto: Gerardo Hernández l El Heraldo de Chihuahua

Describe que llegar a la Tarahumara no es sencillo: “Acaba uno recibiendo y aprendiendo, si vienes a la Tarahumara llega con los ojos muy abiertos, los oídos muy abiertos, el corazón muy abierto y la boca cerradita; si la abres, que mar para preguntar”.

A los jesuitas les ha funcionado caminar y estar con la gente que les diga qué hacer, qué necesitan y apoyar cómo, “a eso nos mandan”.

Actualmente, los jesuitas están reducidos a hacer su labor en tres comunidades: Cerocahui, Samachique y Creel .

Por gestiones, en Creel ya tienen una clínica; en Samachique , dos Centros Culturales cuyo objetivo es fortalecer la cultura, la lengua rarámuri , su historia, tradiciones ancestrales y bailes y en Cerocahui, la gestoría es con las personas, el rezago social es tan profundo que la tarea es mayúscula, como la que realizaron los padres Joaquín Mora y Javier Campos.

Más que tristeza, su enojo es evidente cuando el sacerdote habla de los asesinatos de sus hermanos en Cerocahui , el 22 de junio del año pasado a manos de un criminal como José Noriel Portillo Gil , alias El Chueco. Simplemente, no debería pasar.

Desde que le avisaron lo ocurrido, Ávila supo que él lo había cometido, no se necesitaba de un gran trabajo de inteligencia policiaca porque eran años lidiando con ese delincuente , empoderado por comandar un grupo con el beneplácito de un cártel y solapado por autoridades de todos los niveles; esa impunidad, doble moral y desinterés que han permitido figuras como ésa, con muchos chuecos a lo largo de la Sierra Tarahumara y el territorio nacional.

“Ni la paz ha vuelto en Cerocahui”, ha sostenido el Pato Ávila desde que se enviaron fuerzas armadas a esa región cuando buscaban detener al homicida, ni en la actualidad que se mantiene un operativo permanente para resguardar al poblado.

tampoco se presentará –el 22 de marzo pasado— de la muerte del Chueco, “un fracaso del Estado , eso no es aplicar la justicia” y lo que necesitan las familias d e desaparecidos, asesinados y víctimas de delitos es dejarse de simulaciones y reconocer que “la impunidad está arraigada desde el poder. Por ahí hay que empezar”.

Una huella de siglos

Desde la conquista y la evangelización de la Nueva España , la Compañía de Jesús fue una parte importante en el desarrollo del norte y de Chihuahua y en particular de la Tarahumara al punto que hoy por hoy, es difícil hablar de la región serrana sin remitir a los jesuitas y viceversa.

Desde su expulsión en 1572 hasta su expulsión en 1767, los misioneros se adentraron en las zonas más reconditas de la Sierra, donde a la fecha, no es fácil viajar porque se rodean barrancas, el terreno es agreste y faltan caminos, así como por la inseguridad de células criminales asentadas donde nadie los molesta.

Los padres Joaquín Mora y Javier Campos asesinados en junio de 2022 en Cerocaui ayudaban en labores de educación para el pueblo. l Foto: Gerardo Hernández l El Heraldo de Chihuahua

De acuerdo con archivos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, enviados por San Francisco de Borja, tercer superior general de la Compañía de Jesús, los jesuitas llegaron a tierras mexicanas el 9 de septiembre de 1572.

Era un grupo de 21 religiosos bajo las órdenes del padre Pedro Sánchez, primer superior provincial de la Provincia Mexicana de la Compañía y les tocó trabajar en los territorios de los rarámuri y la apertura de las Californias.

Rubén Beltrán Acosta, cronista de la ciudad de Chihuahua y jefe del Archivo Histórico puntualiza que el gobernador de la Nueva Vizcaya (hoy Sonora, Chihuahua, Sinaloa, Durango y Zacatecas ), don Rodrigo del Río solicitó la presencia de misioneros para la región y en 1590 llegaron los primeros jesuitas, Gonzalo de Tapia y Martín Pérez.

Para 1601, por primera vez hay presencia de jesuitas en la Baja Tarahumara con el padre Pedro Méndez. Siete años después figura Juan Fonte en la Alta Tarahumara, quien fue designado para mediar en un conflicto entre tarahumaras y tepehuanes.

Clara Bargellinien en el libro “Camino Real Tierra Adentro” resalta que los jesuitas habían fundado un colegio en Durango, capital de la Nueva Vizcaya y desde allí, el padre Juan Fonte se adentra hacia los territorios norteños.

Turistas visitan iglesia Jesuita en Cerocaui. l Foto: Gerardo Hernández l El Heraldo de Chihuahua

Rubén Beltrán señala que en 1621 llegó Castini y posteriormente Julio Pascual, así se crearon las misiones de Chínipas y Guazapares. Mientras José Pascual y Nicolás Cepeda fundaron la misión de San Felipe en 1639 y con el respaldo de la autoridad religiosa y del virreinato , se instituyeron las misiones de Satevó y San Francisco de Borja que en 1650 fueron destruidas.

El profesor Beltrán detalla que más tarde se constituye Villa de Aguilar, aledaña a lo que hoy es la ciudad de Guerrero , donde se registra la tercera rebelión de los tarahumaras encabezada por Gabriel Teporame, mejor conocido como “Teporaca”, donde dos sacerdotes fallecidos de forma cruel a manos de las fuerzas indias.

“Esto da como consecuencia la reunión de Huejotitán, donde participa el gobernador de la Nueva Vizcaya con el acuerdo de unificarse y sobresalen los misioneros Fernando Barrio Nuevo y Manuel Gamboa, quienes fueron resultados por el padre Tomás Guadalajara quien a la postre se convierte en el rector del colegio que se funda en Parral , después del de Chihuahua”.

Tras esa reunión acordaron extenderse hacia el Papigochi y la Tarahumara fue considerada una provincia.

Misioneros, parteaguas de la educación

En la ciudad de Chihuahua, detalla el maestro Beltrán Acosta, se construyó un colegio jesuita en 1718, se eligieron los terrenos para la edificación, donde hoy a 305 años, estos terrenos los ocupan el Palacio de Gobierno y parte de Casa Chihuahua Centro de Patrimonio Cultural , además de la calle Libertad.

Según la historia, en los tiempos que se erigió la Villa del Real de Minas de San Francisco de Cuéllar ya punto de tener el primer ayuntamiento para cambiar el nombre a San Felipe El Real de Chihuahua, ya era palpable la necesidad de crear un colegio que atendiera las necesidades educativas de los hijos de los españoles e indígenas de la zona.

Los misioneros de la Compañía de Jesús , quienes trabajaron con indios tarahumaras y chinarras y conocían de sus costumbres y lengua, eran los idóneos para alcanzar ese propósito y así se fundaron e l Colegio de Nuestra Señora de Loreto con la autorización del entonces gobernador el Capitán General del Reino de la Nueva Vizcaya, Don Manuel San Juan de Santa Cruz, quien residía en Parral así como el virrey marqués de Balero y la Diócesis de Durango con donaciones de las Haciendas de Mápula y Tabalaopa.

La conexión de los sacerdotes jesuitas con los rarámuri y el entorno serrano ya echó raíces. l Foto: Gerardo Hernández l El Heraldo de Chihuahua

“Existe una talla de madera preciosa de Nuestra Señora de Loreto, que cuando el colegio se destruyó fue a dar a Santa Eulalia y posteriormente el Arzobispado la recogió, llevándola al Museo de Arte Sacro que estaba en el sótano de la Catedral Metropolitana de Chihuahua . Más tarde, la pieza desapareció y me dijeron que la pidieron para una exposición itinerante”, acota el historiador.

De acuerdo con datos del INAH , ese colegio duro durante 45 años hasta que en 1767, el rey Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas de todos los dominios de España y por lo tanto, de la Nueva España .

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Según documentos de la época, entre lágrimas y lamentos despidió la gente de Chihuahua a los jesuitas que emprendieron su exilio y con ello, vino un parteaguas en la educación que –puntualiza Rubén Beltrán– se restableció en 1815 por decisión del rey Fernando VII cuando vuelve la presencia misionera de los jesuitas en Chihuahua (Sierra Tarahumara), Sonora, Baja California y Nayarit.

Del colegio, en la actualidad sólo queda el calabozo del cura Miguel Hidalgo y Costilla , el Padre de la Patria, que se trata de la torre izquierda de la iglesia de Nuestra Señora de Loreto para subir al coro y hoy es parte del recorrido turístico para aquellos que visiten el Palacio de Gobierno y el museo Casa Chihuahua.

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