/ domingo 21 de abril de 2024

Acuerdo de corresponsabilidad

Somos una especie de mamíferos que imita conductas y adopta comportamientos respaldados por la mayoría, aunque no esté de acuerdo. Los espectáculos deportivos o artísticos que son masivos son ejemplos de lo bien o lo mal que podemos actuar, muchas veces arrastrados por el furor del momento y la falsa protección del supuesto anonimato.

Sin embargo, cuando el acuerdo es otro, tendemos a sacar lo mejor de nosotros y provocar esos cambios que parecen imposibles. Hemos visto imágenes de gritos inapropiados en partidos de futbol, como también muestras de enorme empatía en el mismo escenario cuando un estadio aplaude o guarda silencio en homenaje a una tragedia o al fallecimiento de un gran jugador. Es la misma afición, aunque en dos contextos distintos que provocan un comportamiento diametralmente opuesto.

Estoy convencido que, en una amplia mayoría, somos una sociedad que sabe estar a la altura de las circunstancias. Lo he visto en momentos de tragedia, como en el sismo de 2017, como en funciones de cine al aire libre en plena Plaza Garibaldi o en los muchos conciertos masivos celebrados en el Zócalo, ambos en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Tristemente, también he presenciado, como millones de mexicanos, hechos bochornosos que han estado plagados de agresividad y falta de conciencia. Creo que ninguno de éstos define a nuestra sociedad y son ocasionados por la falta de acuerdos de corresponsabilidad que nos involucran a todas y a todos.

Actuar de manera corresponsable es hacer lo que nos toca, en el momento que nos toca, sin echarle la culpa a nadie, ni a nada más. Es poner el ejemplo de civilidad cuando es necesario para que otros lo sigan. Lo demás es desquite o prepotencia. Y ninguna de estas dos actitudes nos ha traído nada bueno.

Parte de la falta de acuerdos de corresponsabilidad es pensar que hay distintas categorías de ciudadanos y que están determinadas por la capacidad económica, los contactos que se tienen y una presunta superioridad que da una vida cómoda. Este es un error demasiado común.

Todas y todos hemos visto que, en más de un sentido, los niveles llamados socioeconómicos se vuelven solo una cuestión de ingresos mensuales, porque la mala educación y el comportamiento cívico deficiente puede presentarse en cualquier persona y en cualquier momento, hermanando a muchos que se perciben opuestos, pero que son idénticos en la altanería y en la falta de solidaridad.

Es posible que un segmento de la población vea con cierto espanto que otros grupos sociales se vean fortalecidos en la narrativa y en los hechos, porque en consecuencia se vuelven actores en las decisiones públicas y privadas, además de empoderarse con plena justicia. A esto se le llama, de acuerdo con la idea que tenemos de sociedad inteligente y de democracia, igualdad.

Una sociedad igualitaria y equitativa resulta siempre una sociedad próspera, tanto en lo moral como en lo material. Todos debemos contar con las oportunidades que construimos en conjunto y está en libertad de aprovecharlas o no. Más veces he sido testigo de mejorías en las condiciones de vida de personas que han tomado una oportunidad que no tenían, que de personas que han decidido dejarlas pasar.

Nos han enseñado, y nos hemos convencido, de que confiar en los demás es un riesgo y que esperar lo peor de otros es una vía segura para no decepcionarnos. Sugiero que hagamos lo contrario para establecer las bases de una sociedad de y en confianza, que sea generosa en su contribución comunitaria e individualista en su dedicación y esfuerzo, ya que nadie puede hacer las cosas que nos benefician en nuestro lugar.

Para ello, debemos voltear hacia nuestros vecinos, los colegas del trabajo y los compañeros de escuela. Podemos ser cautelosos, pero esperar que nadie hará lo que nosotros haríamos por otros es subestimar nuestras mejores características y sentimientos.

La vida es lo suficientemente difícil como para complicarla aún más alimentando la desconfianza y la falta de unidad. Estamos en un momento en el que la naturaleza nos está acomodando, nos guste o no, después de tratar de modificarla a nuestro antojo.

Cada uno tenemos un papel que cumplir en esta sociedad. Hagamos lo que nos toca con la voluntad y el compromiso de que solo en conjunto pudimos cazar al primer animal hace millones de años para alimentarnos, después fuimos capaces de desarrollar tecnología que solo existía en las novelas de ciencia ficción, y ahora podríamos lograr la consolidación de sociedades armónicas, pacíficas, justas y equilibradas. Vale la pena intentarlo.

Somos una especie de mamíferos que imita conductas y adopta comportamientos respaldados por la mayoría, aunque no esté de acuerdo. Los espectáculos deportivos o artísticos que son masivos son ejemplos de lo bien o lo mal que podemos actuar, muchas veces arrastrados por el furor del momento y la falsa protección del supuesto anonimato.

Sin embargo, cuando el acuerdo es otro, tendemos a sacar lo mejor de nosotros y provocar esos cambios que parecen imposibles. Hemos visto imágenes de gritos inapropiados en partidos de futbol, como también muestras de enorme empatía en el mismo escenario cuando un estadio aplaude o guarda silencio en homenaje a una tragedia o al fallecimiento de un gran jugador. Es la misma afición, aunque en dos contextos distintos que provocan un comportamiento diametralmente opuesto.

Estoy convencido que, en una amplia mayoría, somos una sociedad que sabe estar a la altura de las circunstancias. Lo he visto en momentos de tragedia, como en el sismo de 2017, como en funciones de cine al aire libre en plena Plaza Garibaldi o en los muchos conciertos masivos celebrados en el Zócalo, ambos en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Tristemente, también he presenciado, como millones de mexicanos, hechos bochornosos que han estado plagados de agresividad y falta de conciencia. Creo que ninguno de éstos define a nuestra sociedad y son ocasionados por la falta de acuerdos de corresponsabilidad que nos involucran a todas y a todos.

Actuar de manera corresponsable es hacer lo que nos toca, en el momento que nos toca, sin echarle la culpa a nadie, ni a nada más. Es poner el ejemplo de civilidad cuando es necesario para que otros lo sigan. Lo demás es desquite o prepotencia. Y ninguna de estas dos actitudes nos ha traído nada bueno.

Parte de la falta de acuerdos de corresponsabilidad es pensar que hay distintas categorías de ciudadanos y que están determinadas por la capacidad económica, los contactos que se tienen y una presunta superioridad que da una vida cómoda. Este es un error demasiado común.

Todas y todos hemos visto que, en más de un sentido, los niveles llamados socioeconómicos se vuelven solo una cuestión de ingresos mensuales, porque la mala educación y el comportamiento cívico deficiente puede presentarse en cualquier persona y en cualquier momento, hermanando a muchos que se perciben opuestos, pero que son idénticos en la altanería y en la falta de solidaridad.

Es posible que un segmento de la población vea con cierto espanto que otros grupos sociales se vean fortalecidos en la narrativa y en los hechos, porque en consecuencia se vuelven actores en las decisiones públicas y privadas, además de empoderarse con plena justicia. A esto se le llama, de acuerdo con la idea que tenemos de sociedad inteligente y de democracia, igualdad.

Una sociedad igualitaria y equitativa resulta siempre una sociedad próspera, tanto en lo moral como en lo material. Todos debemos contar con las oportunidades que construimos en conjunto y está en libertad de aprovecharlas o no. Más veces he sido testigo de mejorías en las condiciones de vida de personas que han tomado una oportunidad que no tenían, que de personas que han decidido dejarlas pasar.

Nos han enseñado, y nos hemos convencido, de que confiar en los demás es un riesgo y que esperar lo peor de otros es una vía segura para no decepcionarnos. Sugiero que hagamos lo contrario para establecer las bases de una sociedad de y en confianza, que sea generosa en su contribución comunitaria e individualista en su dedicación y esfuerzo, ya que nadie puede hacer las cosas que nos benefician en nuestro lugar.

Para ello, debemos voltear hacia nuestros vecinos, los colegas del trabajo y los compañeros de escuela. Podemos ser cautelosos, pero esperar que nadie hará lo que nosotros haríamos por otros es subestimar nuestras mejores características y sentimientos.

La vida es lo suficientemente difícil como para complicarla aún más alimentando la desconfianza y la falta de unidad. Estamos en un momento en el que la naturaleza nos está acomodando, nos guste o no, después de tratar de modificarla a nuestro antojo.

Cada uno tenemos un papel que cumplir en esta sociedad. Hagamos lo que nos toca con la voluntad y el compromiso de que solo en conjunto pudimos cazar al primer animal hace millones de años para alimentarnos, después fuimos capaces de desarrollar tecnología que solo existía en las novelas de ciencia ficción, y ahora podríamos lograr la consolidación de sociedades armónicas, pacíficas, justas y equilibradas. Vale la pena intentarlo.

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