/ domingo 5 de mayo de 2024

Un mundo de solitarios

Vivir con el corazón roto, emocionalmente, es tan malo para nuestra salud como sufrir cualquier anomalía física de tipo cardiaco. Si la mala salud mental es un riesgo de este cambio de época, el deterioro social de millones de personas que viven aisladas se está convirtiendo rápidamente en una pandemia de la cual no hablamos lo suficiente, según la mayoría de los estudios al respecto.

En teoría, nuestro modelo de vida en occidente fue diseñando bajo principios en los que el trabajo, la educación, las actividades lúdicas y hasta los pasatiempos, contribuían a lograr una existencia “plena” que resultaba en la obtención de la “felicidad”, entendida como un estado de satisfacción, necesidades básicas cubiertas, salud y comodidad durante la última etapa de la adultez. Hasta ahí, todo parecía estar en orden.

Sin embargo, la mayoría de los países occidentales, de economía abierta y globalizada, comienzan a sufrir una epidemia de millones de personas que han perdido vínculos afectivos y emocionales con sus semejantes. No coincido con los análisis que señalan que estamos perdiendo valores morales, simplemente creo que hemos dejado varios a un lado porque no los ponemos en práctica como antes, cuando convivíamos más.

Existen miles de mensajes y de “memes” con el propósito de hacernos más llevadero el día a día que sugieren dar los “buenos días” a todas las personas que se crucen en nuestro camino o, como recomendación profesional, volvernos “inolvidables” cuando entramos a una junta y saludamos a todas y todos los asistentes. Un rasgo del liderazgo moderno es conducirnos con amabilidad y hasta con preocupación por quienes colaboran con nosotros, aunque es importante aclarar que esto solo funciona si actuamos con sinceridad y en verdad nos preocupamos por el bienestar de quienes están a nuestro alrededor. Es decir, hay toda una corriente de información que nos pide entrar en contacto con los demás y entablar relaciones con la mayor cantidad de individuos posible, pero en los hechos cada vez lo hacemos menos.

Paul Auster murió la semana pasada a los 77 años. Escritor de fama mundial, sus novelas más conocidas describían personajes que eran presas de la soledad y del azar en una gran ciudad como Nueva York. Y es que solo en las enormes metrópolis llenas de gente podemos apreciar a personas en la más absoluta soledad. Tal vez su obra sea tan popular, porque cualquiera que viva en una urbe de millones de personas puede identificarse con su narrativa de abandono y aislamiento. ¿Qué es lo que falla entonces?

El problema -y el reto- es que la soledad está avanzando en nuestras comunidades y ni siquiera la red social más poderosa ha logrado revertir este fenómeno, porque vivimos a la par una crisis de desconfianza social. No es un periodo de cinismo, sino un desencanto porque pensamos que podemos pasar el tiempo sin entrar en contacto con algún semejante y ese es uno de nuestros errores modernos. Generaciones completas se han distanciado porque se han convencido de que tienen poco en común y esa es una de las grandes mentiras de nuestro tiempo, porque los problemas sociales de antes siguen siendo los de ahora.

Es muy importante que hagamos todo lo que está a nuestro alcance por conectar con otros. Es por salud. No existe ninguna evidencia de que vivir solos sea un paso en nuestra evolución y, por el contrario, sí es un elemento que podría extinguirnos del planeta. Somos una especie social y para sobrevivir siempre necesitaremos de los demás.

En este sentido, lamento informar que ni siquiera la más poderosa versión de la llamada Inteligencia Artificial puede cubrir el vacío que provoca una vida solitaria. Hablar, reír y compartir con otros es la única manera de hacerlo, de acuerdo con las últimas conclusiones de la medicina, la psicología y la cardiología. No es optimismo, es ciencia, nada más.

Por eso una recomendación urgente es seguir en contacto con todas las personas que significan algo importante en nuestra vida y continuar explorando las relaciones personales como una medida para mantenernos sanos.

Así como podemos hacer ejercicio hasta al último día que caminemos por este planeta, también podemos continuar dialogando con cuantas personas nos den la oportunidad de hacerlo. Si no es posible de forma física, internet cuenta con cientos de espacios en los que podemos estar en contacto con miles de personas alrededor del mundo sin tener que movernos (aunque hay que moverse siempre).

La idea es no perder la confianza (y mucha fe) en los demás. Hacerlo solo alimenta los prejuicios y la desinformación, otros dos males epidémicos que están creciendo demasiado y marcan ya nuestro tiempo. Únicamente escuchando e intercambiando ideas podemos reducir la soledad; que no es mala en sí misma en ciertas dosis, pero que se convierte en una terrible enfermedad si dejamos de vivir en comunidad. Así que la próxima vez que salgamos a la calle bien podríamos darnos los “buenos días”. Estaré encantado de conocerlos.


Vivir con el corazón roto, emocionalmente, es tan malo para nuestra salud como sufrir cualquier anomalía física de tipo cardiaco. Si la mala salud mental es un riesgo de este cambio de época, el deterioro social de millones de personas que viven aisladas se está convirtiendo rápidamente en una pandemia de la cual no hablamos lo suficiente, según la mayoría de los estudios al respecto.

En teoría, nuestro modelo de vida en occidente fue diseñando bajo principios en los que el trabajo, la educación, las actividades lúdicas y hasta los pasatiempos, contribuían a lograr una existencia “plena” que resultaba en la obtención de la “felicidad”, entendida como un estado de satisfacción, necesidades básicas cubiertas, salud y comodidad durante la última etapa de la adultez. Hasta ahí, todo parecía estar en orden.

Sin embargo, la mayoría de los países occidentales, de economía abierta y globalizada, comienzan a sufrir una epidemia de millones de personas que han perdido vínculos afectivos y emocionales con sus semejantes. No coincido con los análisis que señalan que estamos perdiendo valores morales, simplemente creo que hemos dejado varios a un lado porque no los ponemos en práctica como antes, cuando convivíamos más.

Existen miles de mensajes y de “memes” con el propósito de hacernos más llevadero el día a día que sugieren dar los “buenos días” a todas las personas que se crucen en nuestro camino o, como recomendación profesional, volvernos “inolvidables” cuando entramos a una junta y saludamos a todas y todos los asistentes. Un rasgo del liderazgo moderno es conducirnos con amabilidad y hasta con preocupación por quienes colaboran con nosotros, aunque es importante aclarar que esto solo funciona si actuamos con sinceridad y en verdad nos preocupamos por el bienestar de quienes están a nuestro alrededor. Es decir, hay toda una corriente de información que nos pide entrar en contacto con los demás y entablar relaciones con la mayor cantidad de individuos posible, pero en los hechos cada vez lo hacemos menos.

Paul Auster murió la semana pasada a los 77 años. Escritor de fama mundial, sus novelas más conocidas describían personajes que eran presas de la soledad y del azar en una gran ciudad como Nueva York. Y es que solo en las enormes metrópolis llenas de gente podemos apreciar a personas en la más absoluta soledad. Tal vez su obra sea tan popular, porque cualquiera que viva en una urbe de millones de personas puede identificarse con su narrativa de abandono y aislamiento. ¿Qué es lo que falla entonces?

El problema -y el reto- es que la soledad está avanzando en nuestras comunidades y ni siquiera la red social más poderosa ha logrado revertir este fenómeno, porque vivimos a la par una crisis de desconfianza social. No es un periodo de cinismo, sino un desencanto porque pensamos que podemos pasar el tiempo sin entrar en contacto con algún semejante y ese es uno de nuestros errores modernos. Generaciones completas se han distanciado porque se han convencido de que tienen poco en común y esa es una de las grandes mentiras de nuestro tiempo, porque los problemas sociales de antes siguen siendo los de ahora.

Es muy importante que hagamos todo lo que está a nuestro alcance por conectar con otros. Es por salud. No existe ninguna evidencia de que vivir solos sea un paso en nuestra evolución y, por el contrario, sí es un elemento que podría extinguirnos del planeta. Somos una especie social y para sobrevivir siempre necesitaremos de los demás.

En este sentido, lamento informar que ni siquiera la más poderosa versión de la llamada Inteligencia Artificial puede cubrir el vacío que provoca una vida solitaria. Hablar, reír y compartir con otros es la única manera de hacerlo, de acuerdo con las últimas conclusiones de la medicina, la psicología y la cardiología. No es optimismo, es ciencia, nada más.

Por eso una recomendación urgente es seguir en contacto con todas las personas que significan algo importante en nuestra vida y continuar explorando las relaciones personales como una medida para mantenernos sanos.

Así como podemos hacer ejercicio hasta al último día que caminemos por este planeta, también podemos continuar dialogando con cuantas personas nos den la oportunidad de hacerlo. Si no es posible de forma física, internet cuenta con cientos de espacios en los que podemos estar en contacto con miles de personas alrededor del mundo sin tener que movernos (aunque hay que moverse siempre).

La idea es no perder la confianza (y mucha fe) en los demás. Hacerlo solo alimenta los prejuicios y la desinformación, otros dos males epidémicos que están creciendo demasiado y marcan ya nuestro tiempo. Únicamente escuchando e intercambiando ideas podemos reducir la soledad; que no es mala en sí misma en ciertas dosis, pero que se convierte en una terrible enfermedad si dejamos de vivir en comunidad. Así que la próxima vez que salgamos a la calle bien podríamos darnos los “buenos días”. Estaré encantado de conocerlos.