/ domingo 11 de febrero de 2024

Instituciones de confianza

Durante muchas décadas se ha pedido a la ciudadanía que fortalezca a las instituciones a través de la confianza social, incluso con el beneficio de la duda, para que el entramado en el que se sustenta el poder en democracia pueda funcionar y brindar sus resultados a una sociedad que busca, principalmente, mejores condiciones de vida a partir de su buena operatividad.

Sin embargo, muchas de ellas no han logrado esa identificación necesaria con la mayoría de la gente y sus acciones se ven lejanas, cuando no desconectadas de la vida diaria de las y los ciudadanos. En otros casos, se sabe poco sobre su desempeño y abonan a la impresión de formar parte de un aparato que consume recursos sin justificación.

Esta imagen es responsabilidad entera de quienes han pertenecido, y pertenecen, a esos órganos públicos. La confianza se construye de la institución hacia el ciudadano, porque cuentan con las herramientas y los recursos para gozar de la credibilidad y de la legitimidad necesarias para volverse parte de la sociedad a la que deben de servir.

No es un tema solo de respaldo popular, sino del proceso de consolidación que demanda la madurez institucional en una sociedad inteligente. Instituciones confiables, son instituciones legítimas y por eso las apoyamos en cualquier iniciativa que emprendan; cuando eso no sucede así, entonces el sistema público cae en la simulación y termina por erosionarse.

Siempre tenemos el derecho de defender a las instituciones que estimemos útiles para el beneficio común, solo es importante cuidar que su desempeño y sus resultados confirmen la pertinencia de ese respaldo, porque entonces se confunde esa defensa con la de intereses de grupo y no de la mayoría de la población.

Construir confianza es un proceso arduo, lleva tiempo, y admite pocos errores o ninguno. Toda institución que ha logrado despertar confianza en una sociedad es un ejemplo de conducta, justicia, frugalidad y profesionalismo. Nadie cree que puede erigirse una institución en un abrir y cerrar de ojos, pero casi todos sabemos que la más fuerte puede tambalearse en el momento en que el vínculo de la confianza se rompe.

El debate sobre las instituciones, sean públicas o privadas, va más allá de su utilidad o de su necesidad para evitar problemas mayores. No es conveniencia, ni elección del mal menor, sino la coincidencia social de que debe existir una estructura que nos permita convivir en armonía, con respeto y bajo principios y valores que nos den la oportunidad de evolucionar hacia mejores etapas de lo que llamamos civilización.

En este sentido, dialogar sobre las instituciones es un imperativo social dentro de una democracia. Analizar su pertinencia, debatir acerca de sus áreas de posible mejora y aportar alternativas a su diseño para adaptarlas a otros momentos de nuestra historia, son prácticas de una ciudadanía que participa y se involucra.

Hacerlo no daña sistema alguno o pone en riesgo la arquitectura democrática de ninguna sociedad. Por años se nos ha pedido creer en el funcionamiento de muchas instituciones hasta que esas mismas se han encargado de desilusionarnos o de perder vigencia para que podamos avanzar.

Recordemos que una institución también es una forma de liderazgo y un líder al que nadie sigue, como reza un dicho, es solo una persona dando un paseo. Una institución que no tiene legitimidad, ni confianza social, es un espacio vacío que se llena de lo que precisamente rechazamos como ciudadanos cuando alguna pierde el rumbo y sucumbe a vicios y falta de objetivos.

Hoy estamos en un momento en el que podemos dialogar sobre el futuro de ese edificio institucional que se construyó, en algunos niveles, sin la participación de la mayoría de la gente. Esa es una oportunidad histórica que debemos aprovechar ahora para que podamos seguir fortaleciendo a las instituciones que se han ganado nuestra confianza, cambiar a las que no y mejorar a las que se encuentran en el proceso de lograrlo.

Más que en ningún otro momento, se abre el diálogo ciudadano acerca del sistema en el que vivimos. Vale mucho la pena que hablemos sobre ello y lleguemos a los acuerdos que nos permitan construir una estructura sólida, basada en la confianza y el beneficio general.

Durante muchas décadas se ha pedido a la ciudadanía que fortalezca a las instituciones a través de la confianza social, incluso con el beneficio de la duda, para que el entramado en el que se sustenta el poder en democracia pueda funcionar y brindar sus resultados a una sociedad que busca, principalmente, mejores condiciones de vida a partir de su buena operatividad.

Sin embargo, muchas de ellas no han logrado esa identificación necesaria con la mayoría de la gente y sus acciones se ven lejanas, cuando no desconectadas de la vida diaria de las y los ciudadanos. En otros casos, se sabe poco sobre su desempeño y abonan a la impresión de formar parte de un aparato que consume recursos sin justificación.

Esta imagen es responsabilidad entera de quienes han pertenecido, y pertenecen, a esos órganos públicos. La confianza se construye de la institución hacia el ciudadano, porque cuentan con las herramientas y los recursos para gozar de la credibilidad y de la legitimidad necesarias para volverse parte de la sociedad a la que deben de servir.

No es un tema solo de respaldo popular, sino del proceso de consolidación que demanda la madurez institucional en una sociedad inteligente. Instituciones confiables, son instituciones legítimas y por eso las apoyamos en cualquier iniciativa que emprendan; cuando eso no sucede así, entonces el sistema público cae en la simulación y termina por erosionarse.

Siempre tenemos el derecho de defender a las instituciones que estimemos útiles para el beneficio común, solo es importante cuidar que su desempeño y sus resultados confirmen la pertinencia de ese respaldo, porque entonces se confunde esa defensa con la de intereses de grupo y no de la mayoría de la población.

Construir confianza es un proceso arduo, lleva tiempo, y admite pocos errores o ninguno. Toda institución que ha logrado despertar confianza en una sociedad es un ejemplo de conducta, justicia, frugalidad y profesionalismo. Nadie cree que puede erigirse una institución en un abrir y cerrar de ojos, pero casi todos sabemos que la más fuerte puede tambalearse en el momento en que el vínculo de la confianza se rompe.

El debate sobre las instituciones, sean públicas o privadas, va más allá de su utilidad o de su necesidad para evitar problemas mayores. No es conveniencia, ni elección del mal menor, sino la coincidencia social de que debe existir una estructura que nos permita convivir en armonía, con respeto y bajo principios y valores que nos den la oportunidad de evolucionar hacia mejores etapas de lo que llamamos civilización.

En este sentido, dialogar sobre las instituciones es un imperativo social dentro de una democracia. Analizar su pertinencia, debatir acerca de sus áreas de posible mejora y aportar alternativas a su diseño para adaptarlas a otros momentos de nuestra historia, son prácticas de una ciudadanía que participa y se involucra.

Hacerlo no daña sistema alguno o pone en riesgo la arquitectura democrática de ninguna sociedad. Por años se nos ha pedido creer en el funcionamiento de muchas instituciones hasta que esas mismas se han encargado de desilusionarnos o de perder vigencia para que podamos avanzar.

Recordemos que una institución también es una forma de liderazgo y un líder al que nadie sigue, como reza un dicho, es solo una persona dando un paseo. Una institución que no tiene legitimidad, ni confianza social, es un espacio vacío que se llena de lo que precisamente rechazamos como ciudadanos cuando alguna pierde el rumbo y sucumbe a vicios y falta de objetivos.

Hoy estamos en un momento en el que podemos dialogar sobre el futuro de ese edificio institucional que se construyó, en algunos niveles, sin la participación de la mayoría de la gente. Esa es una oportunidad histórica que debemos aprovechar ahora para que podamos seguir fortaleciendo a las instituciones que se han ganado nuestra confianza, cambiar a las que no y mejorar a las que se encuentran en el proceso de lograrlo.

Más que en ningún otro momento, se abre el diálogo ciudadano acerca del sistema en el que vivimos. Vale mucho la pena que hablemos sobre ello y lleguemos a los acuerdos que nos permitan construir una estructura sólida, basada en la confianza y el beneficio general.

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