/ domingo 24 de marzo de 2024

Lo bueno y lo malo

La cadena de actos que llevamos a cabo en un solo día, bastaría para convencernos de que somos una sociedad dominada por los mejores valores y principios.

Sé que muchos piensan lo contrario; es más fácil explicar este cambio de época bajo los parámetros de antaño, esos en donde privaba la desconfianza, los intereses personales y hasta la ignorancia de una mayoría que se dejaba llevar de acuerdo al viento que soplaba.

Creo que esa fue una mala interpretación de lo que realmente somos como sociedad. El cambio, tal vez, más importante es el empoderamiento de segmentos que estaban apartados de las decisiones de poder que ahora son compartidas y provocan una interlocución que antes no existía.

Nadie que yo conozca -muchas personas podrían decir lo contrario- inicia su día actuando en contra de su familia o de sus seres queridos. No dudo que haya un buen número que haga lo contrario, pero miles de mexicanas y mexicanos están dedicados en cuerpo y alma a construir la mejor vida posible.

El valor de la familia, en todas sus variantes, se establece a partir de los principios más nobles que aprendimos en algún momento de nuestras vidas.

Ese núcleo social, primera red de soporte de una persona, no tiene cabida para egoísmos y malos comportamientos. Hay de todo, de acuerdo, pero la constante es una estructura solidaria y generosa.

Si me equivoco, hagamos una pregunta personal e interna: ¿Empezamos cada día con la intención deliberada de hacer daño a los que nos rodean? Lo dudo. Imaginemos salir a la calle con ese impulso y durante el traslado a la escuela y al trabajo, viniéramos complotando mientras pasamos el tiempo en el transporte público o en el automóvil. Sí existen casos, pero generan el rechazo inmediato de los demás, nunca su aceptación. Es difícil vivir en una sociedad de cínicos y nosotros, estoy convencido, no somos una de esas.

Nuestro problema es de una mejor organización comunitaria y de un trabajo de tejido social que nulifique la desinformación. Una sociedad de confianza, con buen juicio y exigente en la medida que le corresponde, aunque activa y participante.

Cada vez que olvidamos esto dejamos de funcionar como un conjunto y ese es el mejor escenario para que los problemas crezcan. La unidad no es un principio retórico, es un principio que demanda actividad, metas y objetivos.

Lo bueno es que estamos en un proceso de consolidación de una sociedad impulsada por esos valores que pensábamos olvidados. Lo malo es que todavía muchas y muchos añoran un pasado en el que la participación estaba restringida y la desconfianza campeaba.

Esta semana, la ONU nos ubicó en el lugar 25 de las naciones que se consideran más felices. Casi al mismo tiempo, el INEGI informó que la confianza social aumentó, justo en el momento en el que podríamos esperar lo contrario.

Hay un nivel de interlocución que solo se aprecia conviviendo directamente con amplios segmentos sociales que están apostando a un futuro mejor. Y estoy convencido de que la mayoría de los que pudieran sentirse inconformes, lo hacen por falta de los elementos que al resto los motiva a estar optimistas.

La idea de felicidad es muy personal, pero tiene puntos comunes. Lo mismo el sentimiento de que estamos, y estaremos, mejor hacia delante.

Esas coincidencias tienen un sustento en esos valores que tenemos y en esos principios que exigimos para con quienes toman las decisiones públicas que influyen en nuestro desarrollo. Queremos una mejor sociedad y la única forma de tenerla es trabajando en conjunto.

Enfoquemos nuestros esfuerzos diarios en que nadie se quede excluido y escuchemos sus puntos de vista sin afán de contradecirlo, sino de abrir un diálogo en el que, con elementos, nos podamos entender en lo fundamental.

No somos una sociedad de odios, más bien, somos una de coincidencias. Ese es un valor indispensable para construir la paz y recobrar la tranquilidad. También es el cimiento de una comunidad que puede hacer de la confianza un lazo común tan fuerte, que nadie pueda quebrantarlo con falsedades o intereses particulares.

Nos corresponde actuar para unir y para explicar. Hablemos de lo que nos es común y aislemos el ruido que producen los prejuicios y los estigmas. Quienes no entienden el cambio de época no pueden, ni deben, quedarse atrás. Aquí contamos todas y todos y cabemos todas y todos. Eso es lo que nos hace la sociedad que somos. Una que desde que amanece y hasta que anochece está buscando un mejor destino, a través de oportunidades, trabajo, esfuerzo, tesón y un temple que nos permite afirmar que siempre seremos más los que actuamos correctamente.



La cadena de actos que llevamos a cabo en un solo día, bastaría para convencernos de que somos una sociedad dominada por los mejores valores y principios.

Sé que muchos piensan lo contrario; es más fácil explicar este cambio de época bajo los parámetros de antaño, esos en donde privaba la desconfianza, los intereses personales y hasta la ignorancia de una mayoría que se dejaba llevar de acuerdo al viento que soplaba.

Creo que esa fue una mala interpretación de lo que realmente somos como sociedad. El cambio, tal vez, más importante es el empoderamiento de segmentos que estaban apartados de las decisiones de poder que ahora son compartidas y provocan una interlocución que antes no existía.

Nadie que yo conozca -muchas personas podrían decir lo contrario- inicia su día actuando en contra de su familia o de sus seres queridos. No dudo que haya un buen número que haga lo contrario, pero miles de mexicanas y mexicanos están dedicados en cuerpo y alma a construir la mejor vida posible.

El valor de la familia, en todas sus variantes, se establece a partir de los principios más nobles que aprendimos en algún momento de nuestras vidas.

Ese núcleo social, primera red de soporte de una persona, no tiene cabida para egoísmos y malos comportamientos. Hay de todo, de acuerdo, pero la constante es una estructura solidaria y generosa.

Si me equivoco, hagamos una pregunta personal e interna: ¿Empezamos cada día con la intención deliberada de hacer daño a los que nos rodean? Lo dudo. Imaginemos salir a la calle con ese impulso y durante el traslado a la escuela y al trabajo, viniéramos complotando mientras pasamos el tiempo en el transporte público o en el automóvil. Sí existen casos, pero generan el rechazo inmediato de los demás, nunca su aceptación. Es difícil vivir en una sociedad de cínicos y nosotros, estoy convencido, no somos una de esas.

Nuestro problema es de una mejor organización comunitaria y de un trabajo de tejido social que nulifique la desinformación. Una sociedad de confianza, con buen juicio y exigente en la medida que le corresponde, aunque activa y participante.

Cada vez que olvidamos esto dejamos de funcionar como un conjunto y ese es el mejor escenario para que los problemas crezcan. La unidad no es un principio retórico, es un principio que demanda actividad, metas y objetivos.

Lo bueno es que estamos en un proceso de consolidación de una sociedad impulsada por esos valores que pensábamos olvidados. Lo malo es que todavía muchas y muchos añoran un pasado en el que la participación estaba restringida y la desconfianza campeaba.

Esta semana, la ONU nos ubicó en el lugar 25 de las naciones que se consideran más felices. Casi al mismo tiempo, el INEGI informó que la confianza social aumentó, justo en el momento en el que podríamos esperar lo contrario.

Hay un nivel de interlocución que solo se aprecia conviviendo directamente con amplios segmentos sociales que están apostando a un futuro mejor. Y estoy convencido de que la mayoría de los que pudieran sentirse inconformes, lo hacen por falta de los elementos que al resto los motiva a estar optimistas.

La idea de felicidad es muy personal, pero tiene puntos comunes. Lo mismo el sentimiento de que estamos, y estaremos, mejor hacia delante.

Esas coincidencias tienen un sustento en esos valores que tenemos y en esos principios que exigimos para con quienes toman las decisiones públicas que influyen en nuestro desarrollo. Queremos una mejor sociedad y la única forma de tenerla es trabajando en conjunto.

Enfoquemos nuestros esfuerzos diarios en que nadie se quede excluido y escuchemos sus puntos de vista sin afán de contradecirlo, sino de abrir un diálogo en el que, con elementos, nos podamos entender en lo fundamental.

No somos una sociedad de odios, más bien, somos una de coincidencias. Ese es un valor indispensable para construir la paz y recobrar la tranquilidad. También es el cimiento de una comunidad que puede hacer de la confianza un lazo común tan fuerte, que nadie pueda quebrantarlo con falsedades o intereses particulares.

Nos corresponde actuar para unir y para explicar. Hablemos de lo que nos es común y aislemos el ruido que producen los prejuicios y los estigmas. Quienes no entienden el cambio de época no pueden, ni deben, quedarse atrás. Aquí contamos todas y todos y cabemos todas y todos. Eso es lo que nos hace la sociedad que somos. Una que desde que amanece y hasta que anochece está buscando un mejor destino, a través de oportunidades, trabajo, esfuerzo, tesón y un temple que nos permite afirmar que siempre seremos más los que actuamos correctamente.



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