/ domingo 14 de enero de 2024

Coraje

Asociamos, usualmente, la palabra coraje con la indignación o con la definición del enojo repentino y contenido que nos puede provocar una situación que no podemos resolver en el momento que quisiéramos y de la que tampoco podemos desahogarnos de inmediato.

Sin embargo, actuar con coraje tiene otro significado más profundo y noble: defender con valor todo aquello que nos ayuda a mejorar nuestras condiciones de vida. Es también la descripción de un sentimiento que nos impulsa a llevar a cabo lo que sea necesario para que lo que nos afecta se detenga.

Todos los días ocurren actos de coraje, fundamentados en la solidaridad y en la buena fe de la mayoría de las personas. La nobleza con la que podemos conducirnos es lo que hace la diferencia para construir una sociedad unida y preocupada por el bien general.

Sin embargo, confundir el coraje con el enojo nos ha llevado a expresar una molestia que pierde sentido si no hacemos algo por modificar lo que consideramos nos impide estar bien. Manifestarlo siempre va a ayudarnos, pero dejarlo ahí solo es el precursor de nuevos momentos de desagrado, porque nada cambia realmente.

¿Qué se necesita, entonces? Una propuesta. O varias. Y hacerlas realidad en conjunto con una inversión en tiempo y en dedicación, que es lo que nos hace pasar de espectadores a ciudadanos involucrados.

Particularmente este año los que se consideren parte de esa ciudadanía actuante, deben definir esas acciones que no hagan retroceder todos los derechos que hemos conquistado y que hoy se garantizan a través de normas y de leyes. Y, ya en ello, impulsar la formalización legislativa de nuevos derechos y de otras modificaciones que tienen un impacto directo en nuestra vida cotidiana.

Es con coraje que hemos superado desastres naturales y condiciones climáticas adversas, pero estamos por entrar en un periodo en el que esa fuerza va a ser puesta a prueba. Todos los análisis nacionales e internacionales apuntan a un momento en que los recursos naturales, específicamente el agua, tendrá que cuidarse por un criterio simple de sobrevivencia. Esto, adelanto, modificará la manera en que vivimos, y convivimos, en nuestras ciudades modernas. El tiempo en que podíamos sentirnos cómodos en un área urbana está cerca de alterarse; porque el recurso indispensable para vivir no estará presente como ahora.

La preservación de un medio ambiente adecuado para subsistir se volverá una prioridad para todas y todos. Dejará de ser un tema lejano, educativo y formativo para nuevas generaciones, y tendrá que ocupar una prioridad en nuestros comportamientos desde que amanecemos, hasta que nos vamos a dormir. No exagero. La lluvia, la nieve, serán insumos valiosos para cosechar agua en el país, porque vivimos en una sequía que ya lleva varios años, casi sin darnos cuenta.

Otro desafío a nuestra voluntad será presentar tantas propuestas como las que pronto vamos a recibir en forma de promesas. Si pasar de la protesta a la propuesta es difícil como ciudadanía, imaginemos lo que será darnos el tiempo suficiente para analizar otros planteamientos. Mi recomendación es que seamos rigurosos sobre lo que realmente necesitamos en nuestro vecindario, en nuestro municipio, para entonces pedirlo. Y, después, supervisar que se lleve a cabo para que, finalmente, entre todos cuidemos los espacios públicos que pertenecen a la gente, a nadie más.

El coraje, entendido como un detonador del compromiso cívico, también cuenta con otra cualidad: la constancia. Si dejamos de quejarnos para entrar en acción y resolver lo que nos perjudica, entonces podemos repetir esta fórmula las veces que sea necesario hasta que logremos nuevos comportamientos, aseguremos nuevos derechos y tengamos estabilidad en las condiciones que permiten una convivencia pacífica y armónica en nuestras calles y edificios. Como sucede cuando pedaleamos una bicicleta, la mejor manera de no caer en seguir moviendo los pies, de preferencia, hacia delante.

Una emoción puede convertirse en un principio y éste en una de las cualidades de una sociedad que evoluciona hacia su mejor versión. Si lo pensamos bien, la antítesis del coraje no es la cobardía, sino la falta de interés en arreglar lo que nos corresponde. Y, de acuerdo con la historia de nuestra especie, eso sí provoca retrocesos de los cuales cuesta mucho trabajo recuperarse y, a veces, por varias generaciones.

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Asociamos, usualmente, la palabra coraje con la indignación o con la definición del enojo repentino y contenido que nos puede provocar una situación que no podemos resolver en el momento que quisiéramos y de la que tampoco podemos desahogarnos de inmediato.

Sin embargo, actuar con coraje tiene otro significado más profundo y noble: defender con valor todo aquello que nos ayuda a mejorar nuestras condiciones de vida. Es también la descripción de un sentimiento que nos impulsa a llevar a cabo lo que sea necesario para que lo que nos afecta se detenga.

Todos los días ocurren actos de coraje, fundamentados en la solidaridad y en la buena fe de la mayoría de las personas. La nobleza con la que podemos conducirnos es lo que hace la diferencia para construir una sociedad unida y preocupada por el bien general.

Sin embargo, confundir el coraje con el enojo nos ha llevado a expresar una molestia que pierde sentido si no hacemos algo por modificar lo que consideramos nos impide estar bien. Manifestarlo siempre va a ayudarnos, pero dejarlo ahí solo es el precursor de nuevos momentos de desagrado, porque nada cambia realmente.

¿Qué se necesita, entonces? Una propuesta. O varias. Y hacerlas realidad en conjunto con una inversión en tiempo y en dedicación, que es lo que nos hace pasar de espectadores a ciudadanos involucrados.

Particularmente este año los que se consideren parte de esa ciudadanía actuante, deben definir esas acciones que no hagan retroceder todos los derechos que hemos conquistado y que hoy se garantizan a través de normas y de leyes. Y, ya en ello, impulsar la formalización legislativa de nuevos derechos y de otras modificaciones que tienen un impacto directo en nuestra vida cotidiana.

Es con coraje que hemos superado desastres naturales y condiciones climáticas adversas, pero estamos por entrar en un periodo en el que esa fuerza va a ser puesta a prueba. Todos los análisis nacionales e internacionales apuntan a un momento en que los recursos naturales, específicamente el agua, tendrá que cuidarse por un criterio simple de sobrevivencia. Esto, adelanto, modificará la manera en que vivimos, y convivimos, en nuestras ciudades modernas. El tiempo en que podíamos sentirnos cómodos en un área urbana está cerca de alterarse; porque el recurso indispensable para vivir no estará presente como ahora.

La preservación de un medio ambiente adecuado para subsistir se volverá una prioridad para todas y todos. Dejará de ser un tema lejano, educativo y formativo para nuevas generaciones, y tendrá que ocupar una prioridad en nuestros comportamientos desde que amanecemos, hasta que nos vamos a dormir. No exagero. La lluvia, la nieve, serán insumos valiosos para cosechar agua en el país, porque vivimos en una sequía que ya lleva varios años, casi sin darnos cuenta.

Otro desafío a nuestra voluntad será presentar tantas propuestas como las que pronto vamos a recibir en forma de promesas. Si pasar de la protesta a la propuesta es difícil como ciudadanía, imaginemos lo que será darnos el tiempo suficiente para analizar otros planteamientos. Mi recomendación es que seamos rigurosos sobre lo que realmente necesitamos en nuestro vecindario, en nuestro municipio, para entonces pedirlo. Y, después, supervisar que se lleve a cabo para que, finalmente, entre todos cuidemos los espacios públicos que pertenecen a la gente, a nadie más.

El coraje, entendido como un detonador del compromiso cívico, también cuenta con otra cualidad: la constancia. Si dejamos de quejarnos para entrar en acción y resolver lo que nos perjudica, entonces podemos repetir esta fórmula las veces que sea necesario hasta que logremos nuevos comportamientos, aseguremos nuevos derechos y tengamos estabilidad en las condiciones que permiten una convivencia pacífica y armónica en nuestras calles y edificios. Como sucede cuando pedaleamos una bicicleta, la mejor manera de no caer en seguir moviendo los pies, de preferencia, hacia delante.

Una emoción puede convertirse en un principio y éste en una de las cualidades de una sociedad que evoluciona hacia su mejor versión. Si lo pensamos bien, la antítesis del coraje no es la cobardía, sino la falta de interés en arreglar lo que nos corresponde. Y, de acuerdo con la historia de nuestra especie, eso sí provoca retrocesos de los cuales cuesta mucho trabajo recuperarse y, a veces, por varias generaciones.

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