/ domingo 28 de enero de 2024

Infartos, salud, y seguridad

Muchas veces, nuestra vida se puede dividir entre lo que podemos hacer para modificar nuestro entorno y lo que solo puede lograrse por medio de las estructuras, los sistemas y las instituciones que hemos creado para resolver nuestras necesidades. Parte de la frustración que podemos experimentar como ciudadanos surge de la imposibilidad de avanzar en un sentido u otro.

Sin embargo, uno de los grandes aspectos en los que sí podemos influir es en el cuidado de nuestra salud. Entiendo que estemos rodeados por una industria que nos propone todo el tiempo comer en exceso, con azúcar, grasas saturadas, y sal, de por medio; pero la decisión final sobre lo que ingerimos es de cada uno. Más cuando somos responsables de la nutrición y alimentación de otras personas.

Esta semana el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) publicó los números preliminares acerca de las principales causas de muerte en el país. A través de el instrumento “Estadísticas de Defunción Registradas” (EDR), de enero a junio del año pasado, las y los mexicanos perdieron la vida en primer lugar por enfermedades del corazón, con más de 97 mil casos. Casi 56 mil más fueron por diabetes mellitus y 45 mil cuatrocientos adicionales se debieron a tumores malignos. Los meses de enero, junio y marzo de 2023 fueron los de mayores decesos. La medición contempla solo el primer semestre y en noviembre de este año tendremos el estudio completo sobre lo que sucedió en los doce meses anteriores.

Llama siempre la atención que seamos un país que está enfermo del corazón y no tengamos muchas campañas de difusión (salvo las oficiales) para tomar conciencia de las causas que nos complican el funcionamiento de, quizá, el órgano más importante del cuerpo.

Sobrepeso, falta de ejercicio físico y mental, abuso de alimentos preparados, de conservadores, alcohol, entre otras sustancias, nos han convertido en una nación de males cardiacos. Hablamos de poco más de 97 mil muertes sobre las que estará la duda acerca de cuántas podrían haberse prevenido con un estilo de vida distinto. Tristemente, habría una incógnita mayor: ¿Qué destino tendrán las familias que perdieron a un ser querido por estas condiciones?

Que en total esto fallecimientos sean similares en cantidad a los homicidios dolosos, cuya tendencia a la baja también fue anunciada hace unos días por el INEGI, no es ningún consuelo y nos debe convocar a una reflexión urgente acerca de lo que estamos haciendo como sociedad para establecer una cultura efectiva de la prevención de enfermedades.

Entre nosotros se ha arraigado la idea de vivir una existencia de momentos memorables y de instantes únicos, sin pensar mucho en el futuro o en la vejez. No obstante, el mundo se hace viejo y nuestro país no es la excepción. Vivir con achaques o con males crónicos nunca es una opción que alguien tomaría cuando es más joven y, creo, sería impensable para nuestras familias si supieran lo que significa convivir con un paciente de una enfermedad progresiva o que impide la movilidad. La mayoría de los infartos se concentraron en el segmento de los 45 a los 54 años; es decir, entre muchas personas que podrían haber considerado que tenían mucho tiempo por delante.

El sedentarismo es uno de los entornos más nocivos que pudimos inventar. Pasar tantas horas sin actividad es una causa que podría revertirse si empresas, oficinas públicas e instituciones implementaran programas diarios de salud preventiva y no solo colocaran una hoja con recomendaciones en el tablero de información. Para quienes crean que hay un género con menos riesgo, la estadística muestra casi una paridad: el 55.6% de las defunciones fueron varones, contra el 44.3% de mujeres.

Dejar de fumar (o peor, vapear), beber alcohol, comer productos chatarra y no movernos más allá de lo estrictamente necesario, está cobrando vidas en México. Menos, sí, que el año pasado, pero sigue siendo una cifra demasiado alta. Hay muchas acciones que pueden tomar las instituciones públicas y privadas para reducir los riesgos, pero quienes tenemos la tarea más importante para estar en óptimas condiciones somos nosotros. Es un asunto de salud pública, de economía, generacional, y de futuro. Hagamos lo que nos toca ahora para solucionarlo.

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Muchas veces, nuestra vida se puede dividir entre lo que podemos hacer para modificar nuestro entorno y lo que solo puede lograrse por medio de las estructuras, los sistemas y las instituciones que hemos creado para resolver nuestras necesidades. Parte de la frustración que podemos experimentar como ciudadanos surge de la imposibilidad de avanzar en un sentido u otro.

Sin embargo, uno de los grandes aspectos en los que sí podemos influir es en el cuidado de nuestra salud. Entiendo que estemos rodeados por una industria que nos propone todo el tiempo comer en exceso, con azúcar, grasas saturadas, y sal, de por medio; pero la decisión final sobre lo que ingerimos es de cada uno. Más cuando somos responsables de la nutrición y alimentación de otras personas.

Esta semana el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) publicó los números preliminares acerca de las principales causas de muerte en el país. A través de el instrumento “Estadísticas de Defunción Registradas” (EDR), de enero a junio del año pasado, las y los mexicanos perdieron la vida en primer lugar por enfermedades del corazón, con más de 97 mil casos. Casi 56 mil más fueron por diabetes mellitus y 45 mil cuatrocientos adicionales se debieron a tumores malignos. Los meses de enero, junio y marzo de 2023 fueron los de mayores decesos. La medición contempla solo el primer semestre y en noviembre de este año tendremos el estudio completo sobre lo que sucedió en los doce meses anteriores.

Llama siempre la atención que seamos un país que está enfermo del corazón y no tengamos muchas campañas de difusión (salvo las oficiales) para tomar conciencia de las causas que nos complican el funcionamiento de, quizá, el órgano más importante del cuerpo.

Sobrepeso, falta de ejercicio físico y mental, abuso de alimentos preparados, de conservadores, alcohol, entre otras sustancias, nos han convertido en una nación de males cardiacos. Hablamos de poco más de 97 mil muertes sobre las que estará la duda acerca de cuántas podrían haberse prevenido con un estilo de vida distinto. Tristemente, habría una incógnita mayor: ¿Qué destino tendrán las familias que perdieron a un ser querido por estas condiciones?

Que en total esto fallecimientos sean similares en cantidad a los homicidios dolosos, cuya tendencia a la baja también fue anunciada hace unos días por el INEGI, no es ningún consuelo y nos debe convocar a una reflexión urgente acerca de lo que estamos haciendo como sociedad para establecer una cultura efectiva de la prevención de enfermedades.

Entre nosotros se ha arraigado la idea de vivir una existencia de momentos memorables y de instantes únicos, sin pensar mucho en el futuro o en la vejez. No obstante, el mundo se hace viejo y nuestro país no es la excepción. Vivir con achaques o con males crónicos nunca es una opción que alguien tomaría cuando es más joven y, creo, sería impensable para nuestras familias si supieran lo que significa convivir con un paciente de una enfermedad progresiva o que impide la movilidad. La mayoría de los infartos se concentraron en el segmento de los 45 a los 54 años; es decir, entre muchas personas que podrían haber considerado que tenían mucho tiempo por delante.

El sedentarismo es uno de los entornos más nocivos que pudimos inventar. Pasar tantas horas sin actividad es una causa que podría revertirse si empresas, oficinas públicas e instituciones implementaran programas diarios de salud preventiva y no solo colocaran una hoja con recomendaciones en el tablero de información. Para quienes crean que hay un género con menos riesgo, la estadística muestra casi una paridad: el 55.6% de las defunciones fueron varones, contra el 44.3% de mujeres.

Dejar de fumar (o peor, vapear), beber alcohol, comer productos chatarra y no movernos más allá de lo estrictamente necesario, está cobrando vidas en México. Menos, sí, que el año pasado, pero sigue siendo una cifra demasiado alta. Hay muchas acciones que pueden tomar las instituciones públicas y privadas para reducir los riesgos, pero quienes tenemos la tarea más importante para estar en óptimas condiciones somos nosotros. Es un asunto de salud pública, de economía, generacional, y de futuro. Hagamos lo que nos toca ahora para solucionarlo.

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