/ domingo 29 de octubre de 2023

Arabia antes y después de Mahoma (III)

Piedra miliar institucional del Islam fue la Constitución, Pacto, Estatuto o Carta de Medina, un texto que escribió Mahoma en la ciudad homónima desde 622. Éste sería el legado fundacional sobre el que el Islam se erigirá, tal y como lo declara su preámbulo: “Éste es un documento de Mahoma, el profeta, entre los quraisíes y los de Medina que se han fiado y los que les han seguido y se han unido a ellos y luchan con ellos como una confederación [musulmanes] que excluye a los demás hombres [infieles]”.

Al término del último califato rashidun, fue Damasco el nuevo centro del poder árabe bajo el califato omeya, cuya onda expansiva sólo entre 661 y 750 logró extenderse por más de 15 millones de kilómetros cuadrados. Periodo en el cual tuvo lugar una primera gran escisión en el seno de la comuniad islámica al conformarse, a partir de entonces, dos principales ramas: la de los suníes o sunitas y la de los chiítas, independientemente de los jairyíes de Omán. Los primeros seguían el Corán y respetaban la Sunna, el legado de máximas y enseñanzas que dejara Mahoma, además de caracterizarse por reconocer en el califa Muawiya a un descendiente del Profeta. Los chiítas, por su parte, consideraban usurpadores a los omeyas y sólo aceptaban como depositarios del poder a los descendientes de Alí, de ahí que su nombre proviniera de “chia” (chíat-u-Ali) o “shi’a” (facción), el seguidor de Alí.

La edad de oro islámica tendrá lugar entre 750 y 1258, siendo entonces cuando brillen como sedes culturales las capitales de los abasíes y omeyas: la abasí Bagdad al oriente, que integró múltiples tradiciones culturales, entre cuyos califas destacará Harum Al-Rashid, el legendario califa de las mil y una noches. De los omeyas, la ciudad de Córdoba en la península hispánica, el corazón del segundo califato omeya que daría vida al estado musulmán de Al-Ándalus: el epicentro cultural islámico del occidente medieval y cuyo primer califa fue Abderramán III, “aquél que hace triunfar la religión de Dios”, luego de vencer a fatimíes y abásidas. Sí, el mismo que siendo emir fundara la majestuosa ciudad de Medina Azahara -famosa por su esplendor- al pie de la Sierra Morena, y quien no sólo consolidó al Estado omeya sino que hizo de Córdoba, la “Perla de Occidente” y “Ornamento del mundo”, uno de los más importantes epicentros civilizatorios y culturales de su tiempo.

Son los tiempos en los que coexisten acontecimientos de enorme trascendnecia religiosa y política. En la península ibérica no será suficiente el esplendor musulmán: desde Asturias en el siglo VIII comenzará la Reconquista, una lucha que les llevará ocho siglos a fin de recuperar sus territorios ocupados por los árabes. Por su parte, desde el siglo VII, Jerusalén y la Tierra en el Cercano Oriente han sucumbido bajo dominio islámico y los cristianos, que en esos momentos están reducidos a unos cuantos enclaves costeros, quieren recuperarlos de las manos infieles. La lucha por ellas dará origen a una serie de expediciones militares en las que se habrán de enfrentar monarcas y nobles europeos en contra de turcos selyúcidas -un clan de la tribu qiniq proveniente del mar Aral y que a finales del siglo X llegaron a Anatolia causando estragos, primero dando fin al califato abasí y en 1453 al imperio bizantino-: las Cruzadas, nueve en total y que tendrán lugar entre 1096 y 1291, de las cuales los musulmanes ganaron la 2ª, 3ª, 5ª, 7ª y 9ª.

Pero la historia deparará aún muchas sorpresas: a partir de 1299 dará inicio uno de los capítulos más largos de la historia islámica. Sus protagonistas serán los turcos otomanos, quienes erigirán un imperio multicultural y multiétnico, el Sublime Estado Otomano, en el que coexistirán diversas tradiciones: desde las originarias del Cercano Oriente hasta las persas, árabes, turcas, europeas y norafricanas, y en el que el Islam habrá de desempeñar un papel central en todos los órdenes de Occidente, al grado que los sultanes otomanos se convertirán en líderes religiosos y el imperio quedará regido por la ley islámica denominada como Sharia, la “vía o senda del Islam”, “el camino a la paz”, que más que un sistema jurídico especializado es un corpus jurídico-religioso que establece un modo de vida islámico.

Norma caracterizada desde entonces por su extrema rigidez pero que en aquel momento histórico no se opuso a la tolerancia religiosa, de modo tal que judíos y cristianos podían profesar su respectiva fe gracias al hecho de haber adoptado el sistema de “millet”, esto es, mediante el pago de impuestos especiales, lo que les daba cierta autonomía. Vocablo procedente de la palabra árabe “millah” y que era un equivalente de “nación”, lo que permitía a las minorías religiosas gobernarse a sí mismas, de acuerdo con sus propias normas. Institución que aún antes de los otomanos había sido ya usada por la Iglesia de Oriente desde el siglo IV y que era de tal importancia que un líder de “millet” llegaba a detentar un gran poder. Claro, nunca por sobre la ley islámica y sin que ello implicara que no hubiera habido persecuciones: judíos y cristianos, y todos aquellos que no profesaran el Islam, habrían de sufrirlas. (Concluirá)


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

Piedra miliar institucional del Islam fue la Constitución, Pacto, Estatuto o Carta de Medina, un texto que escribió Mahoma en la ciudad homónima desde 622. Éste sería el legado fundacional sobre el que el Islam se erigirá, tal y como lo declara su preámbulo: “Éste es un documento de Mahoma, el profeta, entre los quraisíes y los de Medina que se han fiado y los que les han seguido y se han unido a ellos y luchan con ellos como una confederación [musulmanes] que excluye a los demás hombres [infieles]”.

Al término del último califato rashidun, fue Damasco el nuevo centro del poder árabe bajo el califato omeya, cuya onda expansiva sólo entre 661 y 750 logró extenderse por más de 15 millones de kilómetros cuadrados. Periodo en el cual tuvo lugar una primera gran escisión en el seno de la comuniad islámica al conformarse, a partir de entonces, dos principales ramas: la de los suníes o sunitas y la de los chiítas, independientemente de los jairyíes de Omán. Los primeros seguían el Corán y respetaban la Sunna, el legado de máximas y enseñanzas que dejara Mahoma, además de caracterizarse por reconocer en el califa Muawiya a un descendiente del Profeta. Los chiítas, por su parte, consideraban usurpadores a los omeyas y sólo aceptaban como depositarios del poder a los descendientes de Alí, de ahí que su nombre proviniera de “chia” (chíat-u-Ali) o “shi’a” (facción), el seguidor de Alí.

La edad de oro islámica tendrá lugar entre 750 y 1258, siendo entonces cuando brillen como sedes culturales las capitales de los abasíes y omeyas: la abasí Bagdad al oriente, que integró múltiples tradiciones culturales, entre cuyos califas destacará Harum Al-Rashid, el legendario califa de las mil y una noches. De los omeyas, la ciudad de Córdoba en la península hispánica, el corazón del segundo califato omeya que daría vida al estado musulmán de Al-Ándalus: el epicentro cultural islámico del occidente medieval y cuyo primer califa fue Abderramán III, “aquél que hace triunfar la religión de Dios”, luego de vencer a fatimíes y abásidas. Sí, el mismo que siendo emir fundara la majestuosa ciudad de Medina Azahara -famosa por su esplendor- al pie de la Sierra Morena, y quien no sólo consolidó al Estado omeya sino que hizo de Córdoba, la “Perla de Occidente” y “Ornamento del mundo”, uno de los más importantes epicentros civilizatorios y culturales de su tiempo.

Son los tiempos en los que coexisten acontecimientos de enorme trascendnecia religiosa y política. En la península ibérica no será suficiente el esplendor musulmán: desde Asturias en el siglo VIII comenzará la Reconquista, una lucha que les llevará ocho siglos a fin de recuperar sus territorios ocupados por los árabes. Por su parte, desde el siglo VII, Jerusalén y la Tierra en el Cercano Oriente han sucumbido bajo dominio islámico y los cristianos, que en esos momentos están reducidos a unos cuantos enclaves costeros, quieren recuperarlos de las manos infieles. La lucha por ellas dará origen a una serie de expediciones militares en las que se habrán de enfrentar monarcas y nobles europeos en contra de turcos selyúcidas -un clan de la tribu qiniq proveniente del mar Aral y que a finales del siglo X llegaron a Anatolia causando estragos, primero dando fin al califato abasí y en 1453 al imperio bizantino-: las Cruzadas, nueve en total y que tendrán lugar entre 1096 y 1291, de las cuales los musulmanes ganaron la 2ª, 3ª, 5ª, 7ª y 9ª.

Pero la historia deparará aún muchas sorpresas: a partir de 1299 dará inicio uno de los capítulos más largos de la historia islámica. Sus protagonistas serán los turcos otomanos, quienes erigirán un imperio multicultural y multiétnico, el Sublime Estado Otomano, en el que coexistirán diversas tradiciones: desde las originarias del Cercano Oriente hasta las persas, árabes, turcas, europeas y norafricanas, y en el que el Islam habrá de desempeñar un papel central en todos los órdenes de Occidente, al grado que los sultanes otomanos se convertirán en líderes religiosos y el imperio quedará regido por la ley islámica denominada como Sharia, la “vía o senda del Islam”, “el camino a la paz”, que más que un sistema jurídico especializado es un corpus jurídico-religioso que establece un modo de vida islámico.

Norma caracterizada desde entonces por su extrema rigidez pero que en aquel momento histórico no se opuso a la tolerancia religiosa, de modo tal que judíos y cristianos podían profesar su respectiva fe gracias al hecho de haber adoptado el sistema de “millet”, esto es, mediante el pago de impuestos especiales, lo que les daba cierta autonomía. Vocablo procedente de la palabra árabe “millah” y que era un equivalente de “nación”, lo que permitía a las minorías religiosas gobernarse a sí mismas, de acuerdo con sus propias normas. Institución que aún antes de los otomanos había sido ya usada por la Iglesia de Oriente desde el siglo IV y que era de tal importancia que un líder de “millet” llegaba a detentar un gran poder. Claro, nunca por sobre la ley islámica y sin que ello implicara que no hubiera habido persecuciones: judíos y cristianos, y todos aquellos que no profesaran el Islam, habrían de sufrirlas. (Concluirá)


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli