Cada país tiene una manera particular de recordarlos. De la forma en que lo hacemos y el significado que le damos los mexicanos, ninguno. En los altares, las velas encendidas iluminan el camino a los seres queridos que “se nos han adelantado” y regresan al hogar transitoriamente.
También, están presentes los alimentos, bebidas, colores, olores, imágenes, convivencia… rituales que expresan nuestra identidad nacional, de nuestras hondas raíces histórico-culturales. Su esencia: enaltecer a nuestros difuntos manteniendo vivo su recuerdo.
Vida y muerte dan forma a la existencia; una no se expresa sin la otra. Cada individuo debe de ser protagonista de su existencia y “decidir” como vivirla, y con ello, posiblemente, cómo habrá de morir. Veamos dos casos que pueden ilustrar lo anterior:
1. Con base en el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), focalicemos por grupos de edad las tres principales causas de defunción en 2017. Algunas, efectos de la violencia o de una baja prevención.
De 15 a 24 años: Hombres (Agresiones, accidentes de tráfico de vehículos de motor, lesiones autoinfligidas intencionalmente). Mujeres (Accidentes de tráfico de vehículos de motor, agresiones, tumores malignos).
De 25 a 34 años: Hombres (Agresiones, accidentes de tráfico de vehículos de motor, enfermedades del corazón). Mujeres (Tumores malignos, agresiones, accidentes de tráfico de vehículos de motor).
De 35 a 44 años: Hombres (Agresiones, accidentes de tráfico de vehículos de motor, enfermedades del corazón). Mujeres (Tumores malignos, diabetes mellitus, enfermedades del corazón).
De 45 a más años, cambia radicalmente el orden de las causas de defunción, los efectos directos de la violencia dejan de corresponder a las tres primeras causas y ocupan su lugar las enfermedades del corazón, diabetes mellitus y tumores malignos… tener presente los grupos de 0 a 14 años con sus propias prevalencias.
Por lo anterior, una firme respuesta es que si se puede lograr mejores finales alternativos, son retos del presente, atendiendo a sus causas, sin considerarlos una normalidad, tampoco algo estructural, y nunca un tema del destino predeterminado.
Una base de las soluciones, desde los ámbitos de competencias de la sociedad, pudiera contener corresponsabilidad, protección y ayuda mutua, adoptando estilos de vida saludable y sin violencia que promuevan salud, seguridad y bienestar, entre otros.
2. Desde la perspectiva, en vida hermano, el apego y compromiso de vivirla en tiempo y forma. Aceptando que las herramientas tecnológicas pueden modificar el comportamiento del ser humano, recordemos la reflexión: “las cosas tienen la energía que ponemos en ellas y ejercen en nosotros la influencia que permitimos”. Superemos la incongruencia del vivir en “vida online” y una “existencia offline”.
Abonemos para las mejores opciones de vida, dejar atrás el perfil del “muerto en vida”. Ya sea por el uso y abuso de alcohol, sustancias psicoactivas, o por la negación a participar en el juego de la vida (jugar, caer, levantarse, sacudirse el polvo, seguir jugando).
Entonces, ejerzamos con pertinencia el presente, con horizontes y conciencia, del contexto (global, general y particular) que sin anclarnos en el pasado y la ansiedad anticipatoria del futuro, avancemos integralmente. Asimismo, celebremos legados generacionales y las tradiciones que fortalezcan nuestra identidad nacional. Por ejemplo, el desfile Internacional del Día de Muertos que promueve el Gobierno de la Ciudad de México.