/ viernes 14 de enero de 2022

Covid-19 y el “hambre de piel”

Cynthia Ramírez Manríquez. Directora de comunicación de AMIIF.


Estamos a dos meses de cumplir dos años de que la OMS declarara la pandemia por Covid-19 (la declaratoria oficial se hizo el 11 de marzo de 2020). Y todos, de alguna u otra manera, somos huérfanos, ya sea porque hemos perdido a un ser querido, hemos perdido nuestro trabajo, hemos abandonado las “pequeñas cosas” que nos daban felicidad: reunirnos con nuestros amigos, ir al cine, a un concierto, viajar. Todos nos hemos privado de algo que teníamos y que apreciábamos. Vaya, ¡hasta tenemos hambre de piel!

Pienso en este término “hambre de piel” a propósito de dos fechas que se acercan y que es hasta ahora que caigo en cuenta de lo estrechamente relacionadas que están: el Día de la lucha contra la depresión, que se conmemoró ayer -13 de enero- y el Día del abrazo que se celebra el 21 de este mes.

“Cuando tocas la piel”, explica en este artículo, Tiffany Field del Touch Research Institute de la Universidad de Miami, “estimulas los sensores de presión debajo de la piel que envían mensajes al nervio vago [un nervio que conecta el tronco cerebral con casi todos los órganos del cuerpo: corazón, pulmones, estómago, intestinos, páncreas, hígado, riñones, bazo y vesícula]. A medida que aumenta la actividad vagal, el sistema nervioso se ralentiza, la frecuencia cardíaca y la presión arterial disminuyen, y las ondas cerebrales muestran relajación. Los niveles de hormonas del estrés como el cortisol también disminuyen”. El tacto también libera oxitocina, la hormona liberada durante las relaciones sexuales y el parto. Es por eso “que los bebés en las unidades de cuidados intensivos neonatales se colocan sobre el pecho desnudo de sus padres. Es la razón por la que los presos en confinamiento solitario a menudo anhelan el contacto humano tan ferozmente como desean su libertad”.

En pocas palabras, el contacto humano, los abrazos entre ellos, son biológicamente buenos para nosotros. Ser abrazados hace que nos sintamos más tranquilos, felices y “más cuerdos”. Sé que decir esto en medio del repunte de la ola de contagios por la variante omicron puede ser obvio y frustrante al mismo tiempo, más cuando México registró, entre los países de la OCDE, el mayor número de casos de depresión. Sé también que a veintidós meses de pandemia no se puede estar otra cosa que fatigado de la pandemia. Pero la innovación está de nuestro lado. Apenas la semana pasada se aprobó en México el primer antiviral oral para covid-19 y se siguen investigando y desarrollando vacunas, tratamientos y pruebas diagnósticas para que covid-19 deje de ser una enfermedad que nos ponga en riesgo. Todavía no estamos ahí, pero todos los días se trabaja para que algún día (¡no aún!) covid-19 sea una enfermedad estacional y ningún abrazo tenga que quedarse en el aire.

Cynthia Ramírez Manríquez. Directora de comunicación de AMIIF.


Estamos a dos meses de cumplir dos años de que la OMS declarara la pandemia por Covid-19 (la declaratoria oficial se hizo el 11 de marzo de 2020). Y todos, de alguna u otra manera, somos huérfanos, ya sea porque hemos perdido a un ser querido, hemos perdido nuestro trabajo, hemos abandonado las “pequeñas cosas” que nos daban felicidad: reunirnos con nuestros amigos, ir al cine, a un concierto, viajar. Todos nos hemos privado de algo que teníamos y que apreciábamos. Vaya, ¡hasta tenemos hambre de piel!

Pienso en este término “hambre de piel” a propósito de dos fechas que se acercan y que es hasta ahora que caigo en cuenta de lo estrechamente relacionadas que están: el Día de la lucha contra la depresión, que se conmemoró ayer -13 de enero- y el Día del abrazo que se celebra el 21 de este mes.

“Cuando tocas la piel”, explica en este artículo, Tiffany Field del Touch Research Institute de la Universidad de Miami, “estimulas los sensores de presión debajo de la piel que envían mensajes al nervio vago [un nervio que conecta el tronco cerebral con casi todos los órganos del cuerpo: corazón, pulmones, estómago, intestinos, páncreas, hígado, riñones, bazo y vesícula]. A medida que aumenta la actividad vagal, el sistema nervioso se ralentiza, la frecuencia cardíaca y la presión arterial disminuyen, y las ondas cerebrales muestran relajación. Los niveles de hormonas del estrés como el cortisol también disminuyen”. El tacto también libera oxitocina, la hormona liberada durante las relaciones sexuales y el parto. Es por eso “que los bebés en las unidades de cuidados intensivos neonatales se colocan sobre el pecho desnudo de sus padres. Es la razón por la que los presos en confinamiento solitario a menudo anhelan el contacto humano tan ferozmente como desean su libertad”.

En pocas palabras, el contacto humano, los abrazos entre ellos, son biológicamente buenos para nosotros. Ser abrazados hace que nos sintamos más tranquilos, felices y “más cuerdos”. Sé que decir esto en medio del repunte de la ola de contagios por la variante omicron puede ser obvio y frustrante al mismo tiempo, más cuando México registró, entre los países de la OCDE, el mayor número de casos de depresión. Sé también que a veintidós meses de pandemia no se puede estar otra cosa que fatigado de la pandemia. Pero la innovación está de nuestro lado. Apenas la semana pasada se aprobó en México el primer antiviral oral para covid-19 y se siguen investigando y desarrollando vacunas, tratamientos y pruebas diagnósticas para que covid-19 deje de ser una enfermedad que nos ponga en riesgo. Todavía no estamos ahí, pero todos los días se trabaja para que algún día (¡no aún!) covid-19 sea una enfermedad estacional y ningún abrazo tenga que quedarse en el aire.