/ sábado 10 de julio de 2021

Disco duro | Prensa-AMLO, relación podrida

La relación prensa-Gobierno no va más. Lejos de recomponer sus nexos tras las elecciones de medio sexenio, el Presidente optó por romper con los medios del país, incluso con aquellos que le son afines, con los que guarda alguna relación lejana, pero nada de trabajo: cero entrevistas, nada de información exclusiva. Él y sólo él, es el único comunicador de este gobierno.

Dice que no le importan las críticas de medios corruptos. “El pueblo no hace caso a estas cosas. El pueblo es sabio y sabe qué es mentira y qué es verdad. Nosotros tenemos comunicación directa con el pueblo. Esto (que publican los medios) no influye”.

Aun así, la prensa le duele.

Cinco minutos antes a esa afirmación, había dicho sobre la cobertura negativa a Morena en las elecciones: “Con un embate tan brutal como éste, de información distorsionada, cualquiera titubea en sus convicciones”.

Al final no supimos si el pueblo es firme en sus ideas o tiene el cerebro blando.

Como sea, si los medios fueran tan prescindibles el presidente no les dedicaría tanto tiempo ni una sección fija semanal en su espacio privilegiado mañanero. Tampoco influirían en sus decisiones de gobierno: “para qué voy a Aguililla, para que luego me critiquen los medios amarillistas”.

También hemos dicho aquí que los medios de comunicación están mutando, pero no muriendo. Cuando él se vaya a su rancho, aquí seguirá la industria de la información.

Hasta ahora, en los hechos, la prensa ha sido un contrapeso al Presidente, quizá el único. Esa incomodidad que le generan, es la que deberían causarle también los partidos de oposición, la Suprema Corte o el Poder Legislativo, y ninguno de ellos le incomoda tanto. Sólo los medios insumisos.

Y esa incomodidad es, aunque le pese, un síntoma de salud democrática; es un seguro de vida republicano. Es el único sector que llega a meter al Presidente en su agenda y no al revés. Ni los empresarios ni la oposición lo están haciendo.

El quién de las mentiras

Y es que en Presidencia no han aprendido a leer a los medios. Todo es víscera.

Excesos, campañas e insultos los hay, pero de eso a que nada sirva, a que cada crítica a él o a su partido político sean necesariamente de mala fe, pues no. Si quisieran hacer un trabajo profesional de réplica a medios tendrían que entrarle a evaluar, primero, la calidad de las críticas: pero como echan todo al saco de las mentiras pagadas, no deslindan de manera analítica las críticas veraces de las interesadas.

Si así se hiciera, primero se tendrían que hacer de lado a los críticos consuetudinarios que sólo emiten adjetivos, esos no valen; no deberían estar siquiera en su radar. Esos que no dan argumentos y nada más insultan todo lo que haga la 4T. Que son, paradójicamente, a los que más importancia les otorga el mandatario.

De esa manera ya sólo quedarían las críticas ciertas o con cierta verosimilitud, las que sí se podrían replicar con números, documentos, con hechos, no sólo con descalificaciones. Sería un terreno más firme para arar en argumentaciones válidas y desmentidos contundentes a la prensa. Nada de eso hemos visto.

Pensar el futuro

Ahora bien, más allá de lo que ya no va a poder ser en el actual sexenio, tenemos que pensar en el futuro.

Todos tenemos que aprender cómo hacerle para que el siguiente sexenio, gobierne quien gobierne, esto no se vuelva a repetir. Pero tampoco lo de Peña Nieto o Calderón, con amenazas, castigos y chantajes so pretexto de la publicidad oficial.

Tenemos que repensar desde los medios otra forma de relacionarnos con el poder, donde el cemento que nos una no sea el dinero de la publicidad oficial, que tendría que transparentarse y concentrarse en medios que le sirvan al Estado a dar a conocer no sus logros sino los servicios que presta, con criterios de evaluación de medios que tomen en cuenta su circulación, su regionalidad, su masividad, los nichos que abordan, y hacer una asignación quirúrgica del presupuesto, que por supuesto tampoco tiene que ser exorbitante.

De parte de los medios debe existir un trabajo de autocrítica para pensar en sus comunicadores, en sus filias y fobias, que al final determinan su línea editorial; revisar la fortaleza o frivolidad de sus opinadores; en fortalecer sus áreas de periodismo de investigación para hacer trabajos más sólidos, profesionales y menos sujetos a la descalificación gubernamental.

Los políticos de todos los partidos que aspiren a gobernar este país deberían también poner sus barbas a remojar y analizar si lo que está pasando actualmente es lo que quieren durante su administración o están dispuestos, más que a mejorar la relación con la prensa, a sanearla, para que existan nexos republicanos, no de amor pero sí de respeto, donde quede claro que sin prensa libre no hay democracia.

Los Alemán, “too big”

“Con Meade (en la presidencia) esto no hubiera pasado”, me dice con cierta nostalgia y mal disimulado descaro uno de los políticos del viejo régimen.

La familia Alemán era considerada por aquellos como “too big to fail”. Ir en su contra hubiera sido visto como una terrible señal para los mercados y sobre todo para una clase empresarial consentida desde el poder por décadas.

“Fíjate, ante las deudas de Interjet o de cualquiera de sus otros negocios se hubieran sentado a negociar un plan de pagos, o incluso un rescate gubernamental, mismo que les hubieran cobrado con sangre, puestos para familiares y amigos, y, claro, con mucho dinero… ahora con Andrés, pues ya no se pudo…”

La relación prensa-Gobierno no va más. Lejos de recomponer sus nexos tras las elecciones de medio sexenio, el Presidente optó por romper con los medios del país, incluso con aquellos que le son afines, con los que guarda alguna relación lejana, pero nada de trabajo: cero entrevistas, nada de información exclusiva. Él y sólo él, es el único comunicador de este gobierno.

Dice que no le importan las críticas de medios corruptos. “El pueblo no hace caso a estas cosas. El pueblo es sabio y sabe qué es mentira y qué es verdad. Nosotros tenemos comunicación directa con el pueblo. Esto (que publican los medios) no influye”.

Aun así, la prensa le duele.

Cinco minutos antes a esa afirmación, había dicho sobre la cobertura negativa a Morena en las elecciones: “Con un embate tan brutal como éste, de información distorsionada, cualquiera titubea en sus convicciones”.

Al final no supimos si el pueblo es firme en sus ideas o tiene el cerebro blando.

Como sea, si los medios fueran tan prescindibles el presidente no les dedicaría tanto tiempo ni una sección fija semanal en su espacio privilegiado mañanero. Tampoco influirían en sus decisiones de gobierno: “para qué voy a Aguililla, para que luego me critiquen los medios amarillistas”.

También hemos dicho aquí que los medios de comunicación están mutando, pero no muriendo. Cuando él se vaya a su rancho, aquí seguirá la industria de la información.

Hasta ahora, en los hechos, la prensa ha sido un contrapeso al Presidente, quizá el único. Esa incomodidad que le generan, es la que deberían causarle también los partidos de oposición, la Suprema Corte o el Poder Legislativo, y ninguno de ellos le incomoda tanto. Sólo los medios insumisos.

Y esa incomodidad es, aunque le pese, un síntoma de salud democrática; es un seguro de vida republicano. Es el único sector que llega a meter al Presidente en su agenda y no al revés. Ni los empresarios ni la oposición lo están haciendo.

El quién de las mentiras

Y es que en Presidencia no han aprendido a leer a los medios. Todo es víscera.

Excesos, campañas e insultos los hay, pero de eso a que nada sirva, a que cada crítica a él o a su partido político sean necesariamente de mala fe, pues no. Si quisieran hacer un trabajo profesional de réplica a medios tendrían que entrarle a evaluar, primero, la calidad de las críticas: pero como echan todo al saco de las mentiras pagadas, no deslindan de manera analítica las críticas veraces de las interesadas.

Si así se hiciera, primero se tendrían que hacer de lado a los críticos consuetudinarios que sólo emiten adjetivos, esos no valen; no deberían estar siquiera en su radar. Esos que no dan argumentos y nada más insultan todo lo que haga la 4T. Que son, paradójicamente, a los que más importancia les otorga el mandatario.

De esa manera ya sólo quedarían las críticas ciertas o con cierta verosimilitud, las que sí se podrían replicar con números, documentos, con hechos, no sólo con descalificaciones. Sería un terreno más firme para arar en argumentaciones válidas y desmentidos contundentes a la prensa. Nada de eso hemos visto.

Pensar el futuro

Ahora bien, más allá de lo que ya no va a poder ser en el actual sexenio, tenemos que pensar en el futuro.

Todos tenemos que aprender cómo hacerle para que el siguiente sexenio, gobierne quien gobierne, esto no se vuelva a repetir. Pero tampoco lo de Peña Nieto o Calderón, con amenazas, castigos y chantajes so pretexto de la publicidad oficial.

Tenemos que repensar desde los medios otra forma de relacionarnos con el poder, donde el cemento que nos una no sea el dinero de la publicidad oficial, que tendría que transparentarse y concentrarse en medios que le sirvan al Estado a dar a conocer no sus logros sino los servicios que presta, con criterios de evaluación de medios que tomen en cuenta su circulación, su regionalidad, su masividad, los nichos que abordan, y hacer una asignación quirúrgica del presupuesto, que por supuesto tampoco tiene que ser exorbitante.

De parte de los medios debe existir un trabajo de autocrítica para pensar en sus comunicadores, en sus filias y fobias, que al final determinan su línea editorial; revisar la fortaleza o frivolidad de sus opinadores; en fortalecer sus áreas de periodismo de investigación para hacer trabajos más sólidos, profesionales y menos sujetos a la descalificación gubernamental.

Los políticos de todos los partidos que aspiren a gobernar este país deberían también poner sus barbas a remojar y analizar si lo que está pasando actualmente es lo que quieren durante su administración o están dispuestos, más que a mejorar la relación con la prensa, a sanearla, para que existan nexos republicanos, no de amor pero sí de respeto, donde quede claro que sin prensa libre no hay democracia.

Los Alemán, “too big”

“Con Meade (en la presidencia) esto no hubiera pasado”, me dice con cierta nostalgia y mal disimulado descaro uno de los políticos del viejo régimen.

La familia Alemán era considerada por aquellos como “too big to fail”. Ir en su contra hubiera sido visto como una terrible señal para los mercados y sobre todo para una clase empresarial consentida desde el poder por décadas.

“Fíjate, ante las deudas de Interjet o de cualquiera de sus otros negocios se hubieran sentado a negociar un plan de pagos, o incluso un rescate gubernamental, mismo que les hubieran cobrado con sangre, puestos para familiares y amigos, y, claro, con mucho dinero… ahora con Andrés, pues ya no se pudo…”