La campaña de Samuel García ha de quedarse en un perpetuo "hubiera". Es muy tarde para cambiar su decisión. A una escasa semana de su inicio, abandona la contienda para regresar a Nuevo León. Para unos, es motivo de alegría, para muchos otros de frustración. Pero el hecho que tantos tengan opiniones de su salida tan abrupta es señal del peso que tiene para el México en que vivimos. En su campaña, tan breve, habitó el destello de una realidad que a muchos cuesta admitir: entre las nuevas generaciones, existe una repulsión sincera a la política de antaño.
No quiero que, con esto, se me califique de partisano. En lo personal —y en esto seré firme— no hubiera votado por el Samuel de su arranque. De haber visto un cambio en su campaña, hubiese considerado la posibilidad; en la manera que arrancó y terminó, digo con certeza, no era mi candidato. Pero más insoportable, para mí, era el aire de prejuicio con que tantos descartaban su candidatura o, peor, calificaban con los peores adjetivos a todo aquel que pensara apoyarlo. Que los llamaran vacíos o ingenuos; ilusos o ciegos. En ellos está una gran realidad de nuestra nación y el desprecio que se va generando a las nuevas generaciones hartas de lo mismo.
Al haberse muerto tan rápido su campaña, carecemos de datos concretos. Lo que es claro es el dominio que tuvo en redes sociales y, a su vez, en una nueva generación; mi generación de jóvenes. Por primera vez, y esto como anécdota, recibí decenas de mensajes de amigos preguntando si veía posibilidad de triunfo para Samuel. Había, en esas preguntas, un aire de entusiasmo opacado por las críticas de opiniólogos tradicionales y, en muchos casos, sus mismos padres. Lo llamaban vacío o populista; lo comparaban con Peña Nieto. Discutían hasta el cansancio su estrategia en redes sociales y los memes por los que se hizo famoso. Ninguno comprendía a fondo el cambio generacional al que hablaba el norteño y que él, como persona, era lo de menos.
En 23 años, México ha cambiado tanto; han cambiado sus votos. Si en la generación de nuestros padres el PAN era la alternancia y el PRI la tecnocracia, para nosotros son, respectivamente, el partido que dominó mientras nacimos y aquel que desprestigió a la presidencia con burlas acompañadas de corrupción. Luego vino López Obrador con aires de promesa y dificultades en la ejecución; aunque él mismo ha estado en las noticias desde nuestra infancia. Creciendo en este mundo post-democrático, vemos estos partidos como los de antaño.
Samuel, aunque cueste admitirlo, canalizó ese espíritu. Logró entender que, en la nueva generación, la "vieja política" —como la bautizó— realmente existe, y solo MC, con su falta de ejemplos a nivel nacional, se salva del escrutinio. Al centro de todo estaba la promesa de un cambio. Uno que a muchos entusiasmó. Aún si no fui parte de ellos, entiendo perfectamente la perspectiva de mi generación y espero, con esto, la vean a la par; que entiendan nuestra inmensa frustración con un sistema de antaño; sin cambios certeros.
La política puede dormir tranquila; Samuel no será presidente. Pero si creen que, por ello, las juventudes apoyarán formas anticuadas—o saldrán a votar siquiera—, no han entendido en 23 años lo que Samuel hizo en una semana.