/ miércoles 6 de enero de 2021

Lo que es malo para el panal es malo para la abeja

Por: Fausto Carbajal

En un inicio, no sabía si ocupar este espacio para reseñar el libro más reciente de la magnífica historiadora Margaret MacMillan: War: How Conflict Shaped Us, realizar un escenario geopolítico global para el año en curso, o emitir algunas reflexiones –algo tardías– en torno a la fascinante obra de John le Carré, a propósito de su muerte. No será en esta ocasión.


En cambio, quisiera tratar algo que lastimosamente se convirtió en cotidiano durante 2020 en México –y en el mundo– pero que, a mi juicio, nos confrontará directamente como Estado-nación de cara al 2021 y en adelante. Sobre todo, en un contexto de polarización social, posverdad y política de identidad.


Me refiero al fallecimiento de una vecina por Covid-19 en diciembre pasado. Claro está que por respeto a ella y a su familia me reservaré su nombre. Basta decir que era una señora de aproximadamente 75 años que llevaba mucho tiempo viviendo con su esposo en el mismo departamento. Era muy platicadora y, en contrasentido al cinismo que parece haber en muchos de sus coetáneos, asistía con frecuencia a las asambleas vecinales, posiblemente motivada por una mezcla de activismo genuino y curiosidad por el espectáculo.


Con todo y esto, no fueron pocas las veces que discutimos por su afición a regar el jardín a mediodía, justo cuando el sol está a tope. Nada del otro mundo, pero sí acaloradas y molestas discusiones. Especialmente porque no me explicaba que no pudiera compartir las ventajas de regar por las noches. Nos entendimos en muchas cosas relacionadas con mejorar a la comunidad; en el tema del agua, sencillamente fue imposible que coincidiéramos. Tengo que reconocer que llegué a pensar en la ya tradicional frase: “Por eso el país está como está”. No descarto que ella lo haya pensado también.


El tema del agua no es algo menor. Sin embargo, en retrospectiva, discutir por eso y ponernos del “lado correcto de la historia”, resulta algo por demás intrascendente a la luz de la muerte, cuando la otra persona –el otro– ya no está. Creo que extrañaré nuestras incómodas y acaloradas discusiones por el agua. Tal vez, esto podría ser una buena definición, no académica y políticamente incorrecta, de lo que significa vivir en democracia: vivir y construir sabiendo que la otra persona puede ser incómoda para nuestra ideología o para nuestro sistema de valores.


Este ha sido, gracias a Dios, el caso más cercano de alguien que fallece por esta enfermedad que ya acumula más de 125 mil muertes reconocidas. Pero no hace falta escalar la situación para darse cuenta que el dolor y las ausencias a causa de esta pandemia hacen todavía más visibles nuestros pendientes e insuficiencias como país. Y en esta ocasión, sólo por esta ocasión, no me refiero a las instituciones, al gobierno o al Estado. Me refiero a nosotros mismos como sociedad –The fault, dear Brutus, is not in our stars, but in ourselves”.


Por ello, que la supuesta valentía de linchar en las redes sociales, se convierta en valor de –ya no digamos solucionar– sino al menos de discutir nuestras diferencias (ideológicas, políticas o de identidad) en persona, sin olvidarnos de ese “algo” que nos conecta espiritual o político si se prefiere –en tanto hijas e hijos de una misma tierra–, independientemente si estamos a favor o en contra de la legalización de la marihuana, del aborto o del matrimonio igualitario. Que la convicción con la que nos politicemos nos dé lo suficiente como para organizarnos en nuestro barrio, aun cuando nuestra visión no coincida del todo con la de los demás.


Un año en el que fue más evidente que la muerte anduvo suelta, podría ser razón suficiente para ser más educado, más empático, más cercano. Y que la incertidumbre y el sentirnos vulnerables nos hagan no dar por sentado a las personas que hoy nos acompañan o, por otro lado, ser más abiertos con los que siguen siendo extraños, aun en una misma comunidad.


Un año, por cierto, en el que, a las muertes por esta pandemia, habría que sumarle los muertos por otra epidemia: la violencia homicida en nuestro país que ha marcado a una generación. Es inevitable traer a cuento las palabras que el Capitán Alatriste le dirige a Saldaña mientras ambos yacen en el suelo gravemente heridos, el segundo a punto de morir por una estocada del propio Alatriste: “Martín, ¿te has parado a pensar que siempre terminamos matándonos entre nosotros?”.


Pues bien, apreciable lector(a), termino aquí no sin antes desear que Dios le sea propicio(a) este 2021. Y que al término del año, nos encontremos un poco más viejos… y un poco más sabios. O lo que es lo mismo, sabiendo que “lo que es malo para el panal es malo para la abeja”.




Asociado COMEXI

Por: Fausto Carbajal

En un inicio, no sabía si ocupar este espacio para reseñar el libro más reciente de la magnífica historiadora Margaret MacMillan: War: How Conflict Shaped Us, realizar un escenario geopolítico global para el año en curso, o emitir algunas reflexiones –algo tardías– en torno a la fascinante obra de John le Carré, a propósito de su muerte. No será en esta ocasión.


En cambio, quisiera tratar algo que lastimosamente se convirtió en cotidiano durante 2020 en México –y en el mundo– pero que, a mi juicio, nos confrontará directamente como Estado-nación de cara al 2021 y en adelante. Sobre todo, en un contexto de polarización social, posverdad y política de identidad.


Me refiero al fallecimiento de una vecina por Covid-19 en diciembre pasado. Claro está que por respeto a ella y a su familia me reservaré su nombre. Basta decir que era una señora de aproximadamente 75 años que llevaba mucho tiempo viviendo con su esposo en el mismo departamento. Era muy platicadora y, en contrasentido al cinismo que parece haber en muchos de sus coetáneos, asistía con frecuencia a las asambleas vecinales, posiblemente motivada por una mezcla de activismo genuino y curiosidad por el espectáculo.


Con todo y esto, no fueron pocas las veces que discutimos por su afición a regar el jardín a mediodía, justo cuando el sol está a tope. Nada del otro mundo, pero sí acaloradas y molestas discusiones. Especialmente porque no me explicaba que no pudiera compartir las ventajas de regar por las noches. Nos entendimos en muchas cosas relacionadas con mejorar a la comunidad; en el tema del agua, sencillamente fue imposible que coincidiéramos. Tengo que reconocer que llegué a pensar en la ya tradicional frase: “Por eso el país está como está”. No descarto que ella lo haya pensado también.


El tema del agua no es algo menor. Sin embargo, en retrospectiva, discutir por eso y ponernos del “lado correcto de la historia”, resulta algo por demás intrascendente a la luz de la muerte, cuando la otra persona –el otro– ya no está. Creo que extrañaré nuestras incómodas y acaloradas discusiones por el agua. Tal vez, esto podría ser una buena definición, no académica y políticamente incorrecta, de lo que significa vivir en democracia: vivir y construir sabiendo que la otra persona puede ser incómoda para nuestra ideología o para nuestro sistema de valores.


Este ha sido, gracias a Dios, el caso más cercano de alguien que fallece por esta enfermedad que ya acumula más de 125 mil muertes reconocidas. Pero no hace falta escalar la situación para darse cuenta que el dolor y las ausencias a causa de esta pandemia hacen todavía más visibles nuestros pendientes e insuficiencias como país. Y en esta ocasión, sólo por esta ocasión, no me refiero a las instituciones, al gobierno o al Estado. Me refiero a nosotros mismos como sociedad –The fault, dear Brutus, is not in our stars, but in ourselves”.


Por ello, que la supuesta valentía de linchar en las redes sociales, se convierta en valor de –ya no digamos solucionar– sino al menos de discutir nuestras diferencias (ideológicas, políticas o de identidad) en persona, sin olvidarnos de ese “algo” que nos conecta espiritual o político si se prefiere –en tanto hijas e hijos de una misma tierra–, independientemente si estamos a favor o en contra de la legalización de la marihuana, del aborto o del matrimonio igualitario. Que la convicción con la que nos politicemos nos dé lo suficiente como para organizarnos en nuestro barrio, aun cuando nuestra visión no coincida del todo con la de los demás.


Un año en el que fue más evidente que la muerte anduvo suelta, podría ser razón suficiente para ser más educado, más empático, más cercano. Y que la incertidumbre y el sentirnos vulnerables nos hagan no dar por sentado a las personas que hoy nos acompañan o, por otro lado, ser más abiertos con los que siguen siendo extraños, aun en una misma comunidad.


Un año, por cierto, en el que, a las muertes por esta pandemia, habría que sumarle los muertos por otra epidemia: la violencia homicida en nuestro país que ha marcado a una generación. Es inevitable traer a cuento las palabras que el Capitán Alatriste le dirige a Saldaña mientras ambos yacen en el suelo gravemente heridos, el segundo a punto de morir por una estocada del propio Alatriste: “Martín, ¿te has parado a pensar que siempre terminamos matándonos entre nosotros?”.


Pues bien, apreciable lector(a), termino aquí no sin antes desear que Dios le sea propicio(a) este 2021. Y que al término del año, nos encontremos un poco más viejos… y un poco más sabios. O lo que es lo mismo, sabiendo que “lo que es malo para el panal es malo para la abeja”.




Asociado COMEXI