/ viernes 14 de julio de 2023

Plan Ángel 

Reconozco ante mis amigos –y ahora ante mis siete lectores habituales–, que Marcelo Ebrard fue un buen Canciller, Jefe de Gobierno y Secretario de Seguridad Pública. No por nada estas credenciales explican que sea un serio contendiente a la presidencia de la República. Sin embargo, es necesario cuestionar propuestas desafortunadas en piel de ideas novedosas; máxime cuando están de por medio no sólo decepciones intelectuales, sino pérdidas en dinero, esperanza y, sobre todo, vidas humanas. El Plan Ángel no es lo que el país necesita para disfrutar del México más seguro de la historia. Ni de cerca.

Esta confianza excesiva en la tecnología no es exclusiva de México. De hecho, se inserta en un viejo debate internacional sobre la interacción entre los enormes avances tecnológicos y el uso de la fuerza en contextos de alta inseguridad y violencia armada. Por una parte, hay quienes argumentan que la tecnología ha permitido que las fuerzas armadas intervengan en forma más segura, decisiva y efectiva. De esta perspectiva se desprende, por ejemplo, el empleo intensivo de drones en Irak y Afganistán durante la administración Obama –y las implicaciones tanto estratégicas en el teatro de operaciones como políticas en Estados Unidos por las violaciones a derechos humanos.

Otros, en cambio, argumentan que la excesiva confianza en las tecnologías emergentes le ha desprovisto a la violencia armada su componente eminentemente físico, humano, y por lo tanto político. Al respecto, Hew Strachan, uno de los principales historiadores militares en la actualidad, señala que en la práctica la estrategia estadounidense para Irak y Afganistán fue menos tecnológica y, en cambio, más social, política e histórica” (p. 167).

En este sentido, no hay atajos para reducir la violencia armada y la inseguridad en México. Una estrategia que se precie de ser integral, tendrá que contener dentro de sus objetivos la organización y movilización de la población, así como el fortalecimiento de las capacidades institucionales orientadas a reestablecer las actividades productivas y el cumplimiento de la ley. Todos estos aspectos, en la opinión de un servidor, son imperativos de carácter político que rebasan, por mucho, las capacidades tecnológicas que pueda adquirir un país como México.

En modo alguno se sugiere dejar fuera el componente tecnológico para reducir la violencia armada y la inseguridad en el país. Empero, lo que tiende a suceder con este tipo de planes es que un recurso táctico se pretende convertir en una estrategia en sí misma. Más aún, no es un secreto decir que para que la tecnología alcance su máximo potencial tiene que ser incorporada dentro de nuevos procesos de operación y ejecutada por nuevas estructuras organizacionales. Aquí es donde la tecnología frecuentemente se da de topes con la realidad en materia de seguridad.

Ideas como el Plan Ángel tendrían que servir para debatir seriamente los alcances y los límites de la tecnología para combatir la delincuencia organizada en México. Mientras tanto, este plan no deja bien parado al pre-candidato cuyo principio y fundamento es ser presidente de México.

Discanto: “El primero, el supremo, el mayor acto de juicio que el estadista y el comandante deben hacer es establecer el tipo de guerra en la que se embarcan; sin confundirla ni intentar convertirla en algo ajeno a su naturaleza.” – Carl Von Clausewitz, De la Guerra.

Reconozco ante mis amigos –y ahora ante mis siete lectores habituales–, que Marcelo Ebrard fue un buen Canciller, Jefe de Gobierno y Secretario de Seguridad Pública. No por nada estas credenciales explican que sea un serio contendiente a la presidencia de la República. Sin embargo, es necesario cuestionar propuestas desafortunadas en piel de ideas novedosas; máxime cuando están de por medio no sólo decepciones intelectuales, sino pérdidas en dinero, esperanza y, sobre todo, vidas humanas. El Plan Ángel no es lo que el país necesita para disfrutar del México más seguro de la historia. Ni de cerca.

Esta confianza excesiva en la tecnología no es exclusiva de México. De hecho, se inserta en un viejo debate internacional sobre la interacción entre los enormes avances tecnológicos y el uso de la fuerza en contextos de alta inseguridad y violencia armada. Por una parte, hay quienes argumentan que la tecnología ha permitido que las fuerzas armadas intervengan en forma más segura, decisiva y efectiva. De esta perspectiva se desprende, por ejemplo, el empleo intensivo de drones en Irak y Afganistán durante la administración Obama –y las implicaciones tanto estratégicas en el teatro de operaciones como políticas en Estados Unidos por las violaciones a derechos humanos.

Otros, en cambio, argumentan que la excesiva confianza en las tecnologías emergentes le ha desprovisto a la violencia armada su componente eminentemente físico, humano, y por lo tanto político. Al respecto, Hew Strachan, uno de los principales historiadores militares en la actualidad, señala que en la práctica la estrategia estadounidense para Irak y Afganistán fue menos tecnológica y, en cambio, más social, política e histórica” (p. 167).

En este sentido, no hay atajos para reducir la violencia armada y la inseguridad en México. Una estrategia que se precie de ser integral, tendrá que contener dentro de sus objetivos la organización y movilización de la población, así como el fortalecimiento de las capacidades institucionales orientadas a reestablecer las actividades productivas y el cumplimiento de la ley. Todos estos aspectos, en la opinión de un servidor, son imperativos de carácter político que rebasan, por mucho, las capacidades tecnológicas que pueda adquirir un país como México.

En modo alguno se sugiere dejar fuera el componente tecnológico para reducir la violencia armada y la inseguridad en el país. Empero, lo que tiende a suceder con este tipo de planes es que un recurso táctico se pretende convertir en una estrategia en sí misma. Más aún, no es un secreto decir que para que la tecnología alcance su máximo potencial tiene que ser incorporada dentro de nuevos procesos de operación y ejecutada por nuevas estructuras organizacionales. Aquí es donde la tecnología frecuentemente se da de topes con la realidad en materia de seguridad.

Ideas como el Plan Ángel tendrían que servir para debatir seriamente los alcances y los límites de la tecnología para combatir la delincuencia organizada en México. Mientras tanto, este plan no deja bien parado al pre-candidato cuyo principio y fundamento es ser presidente de México.

Discanto: “El primero, el supremo, el mayor acto de juicio que el estadista y el comandante deben hacer es establecer el tipo de guerra en la que se embarcan; sin confundirla ni intentar convertirla en algo ajeno a su naturaleza.” – Carl Von Clausewitz, De la Guerra.