/ sábado 20 de enero de 2024

¿Por qué hemos dejado de consumir noticias en los medios?

Es la pregunta que atraviesa el libro Avoiding the News. Reluctant Audiences for Journalism (aún sin traducción al español, pero que podría decir: Evitar las Noticias. Públicos reacios al periodismo), el libro recién de Benjamin Toff, Ruth Palmer y Rasmus Kleis Nielsen por la Universidad de Columbia, en Nueva York. ¿Cómo es posible que en un mundo con sobre oferta informativa y un acceso sin precedente, el consumo de noticias vaya en declive? Con base en entrevistas en España, Estados Unidos y el Reino Unido más una base de datos de encuestas provenientes de otros más dan cuenta no sólo de un consumo en declive, sino –lo que parece peor aún—de que un amplio sector de sus muestras y encuestados ni siquiera considera valioso “estar informado”.

En la obra, los autores identifican que las razones para esta desconexión informativa no sólo tienen que ver con el tipo de contenidos noticiosos que los medios presentan –asunto que retomaré líneas abajo--, sino que sobre todo responde a lo que ellos ven como una intersección entre las identidades, la ideología y la tecnología que se utiliza, en contextos de diferentes tipos de desigualdades. En general, identifican –sin mucha sorpresa-- que mujeres, jóvenes y sectores sociodemográficos más bajos son quienes se encuentran más desconectados de las noticias, en parte como consecuencia de que, en los círculos donde se mueven, el consumo noticioso y la conversación basada en ello no resultan relevantes. En este sentido, no es casual que también los autores encuentren que entre los sectores que menos consumen información noticiosa, existan grados más bajos de “eficacia política”, que podemos definir aquí como ese sentimiento de confianza de la gente acerca de que entiende los asuntos políticos y de que puede influir en ellos. Por tanto, para quienes evitan más las noticias, tiene muy poco valor mantenerse informado.

¿Qué hacer? Los autores, a sabiendas de que no existen recetas infalibles, cierran con cinco recomendaciones que, de una u otra forma, dirigen a los medios informativos interesados en recuperar públicos: 1) que sean más sensibles para entender cómo se pueden sentir sus noticias; 2) que se tome más en serio a las comunidades y las identidades; 3) que generen paquetes de contenidos expresamente dirigidos a estos públicos; 4) que sean más claros en transmitir cuál es el valor del periodismo a sus públicos; y 5) que se apeguen a estándares de profesionalismo.

La obra tiene una excelente documentación y merece leerse con atención. Sin embargo, comento un aspecto no suficientemente discutido por sus autores. Al final, estos ven un grave problema en que la gente evite el consumo informativo en los medios (una persona informada, participa mejor en una democracia) y les llama aún más la atención que, al preguntarle a las personas que lo evitan, para éstas no lo sea. ¿Cómo explicarlo?

Al revisar con atención los datos, las personas “desconectadas” lo están de los contenidos noticiosos mediáticos, pero no necesariamente “desinformadas” del todo. Queda claro es que su información no proviene de los medios informativos. Y, ¿qué nos dice esto?

Para los autores, lo que indica es la necesidad de los medios de recuperar a sus públicos y así restablecer la relación entre ciudadanía mejor informada y democracia efectiva. Pero también se podría hacer una lectura de los mismos datos desde un ángulo crítico. Para empezar, los datos dejan muy claramente expuesta la existencia efectiva de estructuras de desigualdad que siguen existiendo en países que suelen presentarse como democracias “consolidadas”: sectores sociodemográficos bajos y, en general jóvenes y mujeres, excluidos de las decisiones del poder. Ilustra este punto que, en el caso de Estados Unidos, vayan a ser dos hombres blancos mayores que circundan los 80 años los candidatos por la presidencia. En segundo lugar, es posible también pensar –como sí lo señalan los autores— que para las personas desconectadas la información de los medios es útil sólo “para los más ricos”, lo cual implica que les resulta poco práctica, útil y relevante tanto para comprender y moverse en sus contextos, como para conocer de temas sobre los que sí pueden incidir en sus comunidades. Y este aspecto sí tiene que ver con el tipo de contenidos y el tipo de ángulos de cobertura desde el cual se presentan en los medios (no representativos ni cercanos a ellos).

En este caso, el tema es que la desconexión, también es un asunto de contenidos: qué y cómo reportan los medios, pero, sobre todo, para qué y para quiénes. La respuesta a estas últimas preguntas podría servir como reflexión para los medios.

Es la pregunta que atraviesa el libro Avoiding the News. Reluctant Audiences for Journalism (aún sin traducción al español, pero que podría decir: Evitar las Noticias. Públicos reacios al periodismo), el libro recién de Benjamin Toff, Ruth Palmer y Rasmus Kleis Nielsen por la Universidad de Columbia, en Nueva York. ¿Cómo es posible que en un mundo con sobre oferta informativa y un acceso sin precedente, el consumo de noticias vaya en declive? Con base en entrevistas en España, Estados Unidos y el Reino Unido más una base de datos de encuestas provenientes de otros más dan cuenta no sólo de un consumo en declive, sino –lo que parece peor aún—de que un amplio sector de sus muestras y encuestados ni siquiera considera valioso “estar informado”.

En la obra, los autores identifican que las razones para esta desconexión informativa no sólo tienen que ver con el tipo de contenidos noticiosos que los medios presentan –asunto que retomaré líneas abajo--, sino que sobre todo responde a lo que ellos ven como una intersección entre las identidades, la ideología y la tecnología que se utiliza, en contextos de diferentes tipos de desigualdades. En general, identifican –sin mucha sorpresa-- que mujeres, jóvenes y sectores sociodemográficos más bajos son quienes se encuentran más desconectados de las noticias, en parte como consecuencia de que, en los círculos donde se mueven, el consumo noticioso y la conversación basada en ello no resultan relevantes. En este sentido, no es casual que también los autores encuentren que entre los sectores que menos consumen información noticiosa, existan grados más bajos de “eficacia política”, que podemos definir aquí como ese sentimiento de confianza de la gente acerca de que entiende los asuntos políticos y de que puede influir en ellos. Por tanto, para quienes evitan más las noticias, tiene muy poco valor mantenerse informado.

¿Qué hacer? Los autores, a sabiendas de que no existen recetas infalibles, cierran con cinco recomendaciones que, de una u otra forma, dirigen a los medios informativos interesados en recuperar públicos: 1) que sean más sensibles para entender cómo se pueden sentir sus noticias; 2) que se tome más en serio a las comunidades y las identidades; 3) que generen paquetes de contenidos expresamente dirigidos a estos públicos; 4) que sean más claros en transmitir cuál es el valor del periodismo a sus públicos; y 5) que se apeguen a estándares de profesionalismo.

La obra tiene una excelente documentación y merece leerse con atención. Sin embargo, comento un aspecto no suficientemente discutido por sus autores. Al final, estos ven un grave problema en que la gente evite el consumo informativo en los medios (una persona informada, participa mejor en una democracia) y les llama aún más la atención que, al preguntarle a las personas que lo evitan, para éstas no lo sea. ¿Cómo explicarlo?

Al revisar con atención los datos, las personas “desconectadas” lo están de los contenidos noticiosos mediáticos, pero no necesariamente “desinformadas” del todo. Queda claro es que su información no proviene de los medios informativos. Y, ¿qué nos dice esto?

Para los autores, lo que indica es la necesidad de los medios de recuperar a sus públicos y así restablecer la relación entre ciudadanía mejor informada y democracia efectiva. Pero también se podría hacer una lectura de los mismos datos desde un ángulo crítico. Para empezar, los datos dejan muy claramente expuesta la existencia efectiva de estructuras de desigualdad que siguen existiendo en países que suelen presentarse como democracias “consolidadas”: sectores sociodemográficos bajos y, en general jóvenes y mujeres, excluidos de las decisiones del poder. Ilustra este punto que, en el caso de Estados Unidos, vayan a ser dos hombres blancos mayores que circundan los 80 años los candidatos por la presidencia. En segundo lugar, es posible también pensar –como sí lo señalan los autores— que para las personas desconectadas la información de los medios es útil sólo “para los más ricos”, lo cual implica que les resulta poco práctica, útil y relevante tanto para comprender y moverse en sus contextos, como para conocer de temas sobre los que sí pueden incidir en sus comunidades. Y este aspecto sí tiene que ver con el tipo de contenidos y el tipo de ángulos de cobertura desde el cual se presentan en los medios (no representativos ni cercanos a ellos).

En este caso, el tema es que la desconexión, también es un asunto de contenidos: qué y cómo reportan los medios, pero, sobre todo, para qué y para quiénes. La respuesta a estas últimas preguntas podría servir como reflexión para los medios.