/ jueves 6 de agosto de 2020

Reflexión sobre un homenaje

Acepto emocionado y conmovido el homenaje que me hace la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, con motivo de tener setenta años de ejercicio en la academia, que recibo de manera especial y significativa en estos momentos en que nos vemos sometidos a la pandemia, porque representa para mí un reconocimiento a la dedicación apasionada en servicio de los valores de la educación pública universitaria.

Aún resuenan en mis oídos las palabras sonoras de Erasmo Castellanos Quinto, cargadas de la elocuencia incomparable que lo caracterizaba. En la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso -donde inicié en la Universidad mi carrera como profesor, en el año de 1951, impartiendo la cátedra de Literatura- era la figura impecable y hasta heroica del educador universitario. Allí tuve el privilegio, por cierto, de compartír espacio educativo con Andrés Henestrosa, el gran autor -profundo, dulce y tierno- del Retrato de mi Madre. Fue Don Erasmo la encarnación en mi generación de los ideales educativos de José Vasconcelos, a quien y finalizando los conflictos armados de la Revolución le encargó el Presidente Obregón hacer de la educación el medio civilizador y pacificador que diera legitimidad al gobierno obregonista, lo cual ha dejado hasta el día de hoy una impronta perdurable como ideal y propósito. Me acabo de referir a los ideales educativos de José Vasconcelos los que a mi juicio descansan en los valores precisamente educativos que conducen al bien, a lo bueno, a lo positivo, y que incluyen el compromiso social -ineludible- que es la puerta que se abre para llegar a la culminación de nuestro destino trascendente. Esa es la “raza cósmica” a la que se refería el ilustre educador, la destinada a cumplir en nuestro continente con ese ideal e idearium. Lo que pasa es que estamos esperando aún, en estas horas angustiosas para México, que la educación sea, por fin, la fórmula política, el medio civilizador y pacificador que concluya con la violencia, la corrupción, la desigualdad económica, el crimen y el narcotráfico. Estamos esperando. Lo contrario implicaría que ese ideal e idearium de que he hablado fueran “palabras perdidas”, como dice Mauricio Magdaleno al recordar la gesta vasconcelista de 1929 cuando se luchó por la autonomía universitaria.

Desdeñan la educación pública universitaria, hay que decirlo y que es para mí la más elevada expresión de la educación, quienes confunden sus valores con la soberbia, altivez y envanecimiento de saber, de conocer la verdad liberadora. Ellos ignoran que los títulos y grados que aquí damos representan y simbolizan los grandes valores universitarios. No son la constancia de ser superiores sino que se dan para demostrar que todos podemos ser superiores: es el derecho a la educación, donde debe empezar la lucha en favor de la igualdad. Homenaje éste que he recibido convocando a la juventud, que es la que en rigor no se halla sometida al tiempo material ni físico, para que llegue tan alto como sea su voluntad y deseo. Pero que la dejen llegar, que no le pongan obstáculos burocráticos ni que tampoco usen los recursos destinados a ella para otros fines que nunca alcanzarán el amplísimo espacio de la educación. Parafraseando a Justo Sierra: México tiene hambre y sed de EDUCACIÓN.

Profesor Emérito de la UNAM

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Acepto emocionado y conmovido el homenaje que me hace la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, con motivo de tener setenta años de ejercicio en la academia, que recibo de manera especial y significativa en estos momentos en que nos vemos sometidos a la pandemia, porque representa para mí un reconocimiento a la dedicación apasionada en servicio de los valores de la educación pública universitaria.

Aún resuenan en mis oídos las palabras sonoras de Erasmo Castellanos Quinto, cargadas de la elocuencia incomparable que lo caracterizaba. En la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso -donde inicié en la Universidad mi carrera como profesor, en el año de 1951, impartiendo la cátedra de Literatura- era la figura impecable y hasta heroica del educador universitario. Allí tuve el privilegio, por cierto, de compartír espacio educativo con Andrés Henestrosa, el gran autor -profundo, dulce y tierno- del Retrato de mi Madre. Fue Don Erasmo la encarnación en mi generación de los ideales educativos de José Vasconcelos, a quien y finalizando los conflictos armados de la Revolución le encargó el Presidente Obregón hacer de la educación el medio civilizador y pacificador que diera legitimidad al gobierno obregonista, lo cual ha dejado hasta el día de hoy una impronta perdurable como ideal y propósito. Me acabo de referir a los ideales educativos de José Vasconcelos los que a mi juicio descansan en los valores precisamente educativos que conducen al bien, a lo bueno, a lo positivo, y que incluyen el compromiso social -ineludible- que es la puerta que se abre para llegar a la culminación de nuestro destino trascendente. Esa es la “raza cósmica” a la que se refería el ilustre educador, la destinada a cumplir en nuestro continente con ese ideal e idearium. Lo que pasa es que estamos esperando aún, en estas horas angustiosas para México, que la educación sea, por fin, la fórmula política, el medio civilizador y pacificador que concluya con la violencia, la corrupción, la desigualdad económica, el crimen y el narcotráfico. Estamos esperando. Lo contrario implicaría que ese ideal e idearium de que he hablado fueran “palabras perdidas”, como dice Mauricio Magdaleno al recordar la gesta vasconcelista de 1929 cuando se luchó por la autonomía universitaria.

Desdeñan la educación pública universitaria, hay que decirlo y que es para mí la más elevada expresión de la educación, quienes confunden sus valores con la soberbia, altivez y envanecimiento de saber, de conocer la verdad liberadora. Ellos ignoran que los títulos y grados que aquí damos representan y simbolizan los grandes valores universitarios. No son la constancia de ser superiores sino que se dan para demostrar que todos podemos ser superiores: es el derecho a la educación, donde debe empezar la lucha en favor de la igualdad. Homenaje éste que he recibido convocando a la juventud, que es la que en rigor no se halla sometida al tiempo material ni físico, para que llegue tan alto como sea su voluntad y deseo. Pero que la dejen llegar, que no le pongan obstáculos burocráticos ni que tampoco usen los recursos destinados a ella para otros fines que nunca alcanzarán el amplísimo espacio de la educación. Parafraseando a Justo Sierra: México tiene hambre y sed de EDUCACIÓN.

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