/ martes 9 de mayo de 2023

Relación México-EU en los tiempos de polarización

Una de las principales limitaciones del realismo estructural –o neorrealismo–, es que pasa por alto la influencia que la política doméstica tiene en el comportamiento de un país a nivel internacional. Por añadidura, esto sucede también a nivel bilateral. La relación bilateral México-Estados Unidos es ejemplo de ello, ya que se ha visto cada vez más condicionada por la política doméstica estadounidense.

Es de especial atención la polarización social por la que atraviesa Estados Unidos, en la que temas previamente ubicados en algún extremo ideológico –racismo, xenofobia, nativismo o aislacionismo–, hoy puedan haber encontrado camino en el debate público, al grado de convertirse en alternativas de políticas atractivas e, incluso, innovadoras a la vista de un sector de la sociedad inconforme. Pienso, por ejemplo, en narrativas cada vez con mayor tracción en Estados Unidos de emplear la fuerza militar para combatir a los grupos delictivos en México.

En tanto se ajustan los extremos ideológicos y los equilibrios políticos al interior de Estados Unidos, nuestro principal socio y aliado tendrá dificultad en definir su relación con México. Ya no se trataría de “vecinos distantes” como Alan Riding definiría a la relación bilateral, sino de una concepción más acercada a la de “amigo-enemigo” de Carl Schmitt. Por ejemplo, para algunos sectores de la sociedad estadounidense, particularmente en la ultraderecha, la migración hispana, y la mexicana concretamente, es considerada como una de las principales amenazas que enfrenta Estados Unidos.

Los gobiernos de México y Estados Unidos han sabido aislar los conflictos coyunturales, a fin de evitar que contaminen el resto de los temas en la relación bilateral. No obstante, otra razón por la que conviene estudiar la relación bilateral a la luz de la polarización en Estados Unidos es porque aumenta la probabilidad de que las áreas temáticas se mezclen e, incluso, se utilicen como herramienta de negociación o coerción. Algo parecido sucedió durante la administración Trump cuando se utilizó la relación comercial, particularmente la posibilidad de imponer aranceles, para alcanzar objetivos en temas migratorios.

Más aún, asuntos que se habían pensado parte de la institucionalización de las disputas entre México y Estados Unidos podrían volver a ser motivo de controversia. El agua podría ser un ejemplo de esto, sobre todo si se considera la creciente preocupación que despierta el desabasto de este recurso en ambos lados de la frontera, particularmente por las pérdidas económicas y el descontento social que podría ocasionar, en especial en los estados fronterizos de ambos países.

Mención aparte merece el tema de cooperación en seguridad en la relación bilateral. La polarización social y política en Estados Unidos inhibe la posibilidad de fundamentar la relación bilateral bajo el principio de la corresponsabilidad, de diagnósticos compartidos y cursos de acción sinérgicos. La polarización allana el camino para que un problema apremiante como el tráfico de fentanilo se maneje bajo consignas políticas o electorales, y no bajo premisas técnicas y basadas en evidencia.

Serán tiempos de prueba –como ya lo están siendo.

Discanto: En paz descanse Alejandro Hope. Habremos o no estado de acuerdo con él, pero es innegable que su palabra, inteligencia y patriotismo harán mucha falta. La comunidad es más pequeña sin su presencia.

Una de las principales limitaciones del realismo estructural –o neorrealismo–, es que pasa por alto la influencia que la política doméstica tiene en el comportamiento de un país a nivel internacional. Por añadidura, esto sucede también a nivel bilateral. La relación bilateral México-Estados Unidos es ejemplo de ello, ya que se ha visto cada vez más condicionada por la política doméstica estadounidense.

Es de especial atención la polarización social por la que atraviesa Estados Unidos, en la que temas previamente ubicados en algún extremo ideológico –racismo, xenofobia, nativismo o aislacionismo–, hoy puedan haber encontrado camino en el debate público, al grado de convertirse en alternativas de políticas atractivas e, incluso, innovadoras a la vista de un sector de la sociedad inconforme. Pienso, por ejemplo, en narrativas cada vez con mayor tracción en Estados Unidos de emplear la fuerza militar para combatir a los grupos delictivos en México.

En tanto se ajustan los extremos ideológicos y los equilibrios políticos al interior de Estados Unidos, nuestro principal socio y aliado tendrá dificultad en definir su relación con México. Ya no se trataría de “vecinos distantes” como Alan Riding definiría a la relación bilateral, sino de una concepción más acercada a la de “amigo-enemigo” de Carl Schmitt. Por ejemplo, para algunos sectores de la sociedad estadounidense, particularmente en la ultraderecha, la migración hispana, y la mexicana concretamente, es considerada como una de las principales amenazas que enfrenta Estados Unidos.

Los gobiernos de México y Estados Unidos han sabido aislar los conflictos coyunturales, a fin de evitar que contaminen el resto de los temas en la relación bilateral. No obstante, otra razón por la que conviene estudiar la relación bilateral a la luz de la polarización en Estados Unidos es porque aumenta la probabilidad de que las áreas temáticas se mezclen e, incluso, se utilicen como herramienta de negociación o coerción. Algo parecido sucedió durante la administración Trump cuando se utilizó la relación comercial, particularmente la posibilidad de imponer aranceles, para alcanzar objetivos en temas migratorios.

Más aún, asuntos que se habían pensado parte de la institucionalización de las disputas entre México y Estados Unidos podrían volver a ser motivo de controversia. El agua podría ser un ejemplo de esto, sobre todo si se considera la creciente preocupación que despierta el desabasto de este recurso en ambos lados de la frontera, particularmente por las pérdidas económicas y el descontento social que podría ocasionar, en especial en los estados fronterizos de ambos países.

Mención aparte merece el tema de cooperación en seguridad en la relación bilateral. La polarización social y política en Estados Unidos inhibe la posibilidad de fundamentar la relación bilateral bajo el principio de la corresponsabilidad, de diagnósticos compartidos y cursos de acción sinérgicos. La polarización allana el camino para que un problema apremiante como el tráfico de fentanilo se maneje bajo consignas políticas o electorales, y no bajo premisas técnicas y basadas en evidencia.

Serán tiempos de prueba –como ya lo están siendo.

Discanto: En paz descanse Alejandro Hope. Habremos o no estado de acuerdo con él, pero es innegable que su palabra, inteligencia y patriotismo harán mucha falta. La comunidad es más pequeña sin su presencia.