/ viernes 17 de abril de 2020

Rubem Fonseca | El prestigio de la violencia

Cada nuevo libro del escritor brasileño recientemente fallecido era una oportunidad para confirmar las filias de los fanáticos de su filosísimo estilo

La verdad duele, apesta, punza, incomoda. Es implacable. Por eso suele esquivarse o bien endulzarse, porque sólo así el ser humano se la traga, la digiere, la asimila, aunque después sea, inevitablemente, letal.

Mineiro de Juiz de Fora, Rubem Fonseca, nacido el 11 de mayo de 1925 y fallecido en Río de Janeiro el pasado miércoles, es considerado uno de los escritores más relevantes de Brasil en el último medio siglo. Y también, sobre todo, es un hábil esgrimista de esa verdad, que prefiere decir sin edulcorantes.

Así, su literatura suele presentar una verdad inusitada, una verdad que no quiere soslayar y que, al contrario, muestra sin titubeos. Su obra, publicada en una treintena de libros, está infestada por seres humanos verdaderos: millonarios o marginales, detectives o prostitutas, asesinos o melómanos, mirones o “femmes fatales”. Todos esos habitantes de sus cuentos y novelas conforman un muestrario del ser humano genuino, aquel que roba, mata, fornica, explota, va a misa, se confiesa y vuelve a mentir. En sus mentes no hay ensoñación, sino vil deseo. Pulsaciones vulgares. Hostilidad infinita.

La suya, además, es una narrativa dúctil, incisiva, feroz, en la que perfeccionó su capacidad de observación, concentrada en el lado sombrío del ser humano. Y esa mezcla produjo una obra literaria que examina con frialdad y crudeza las contradicciones sociales, para presentárselas a un lector que sabe que existen, pero que, en la mayoría de los casos, prefiere voltear hacia otro lado. Es por eso que hay quien le acusa de hacer “apología de la violencia”. Nada más lejano de la verdad: lo que construyó Fonseca es una acerada y cruel “estética de la violencia”. Y no había otra manera de lograrlo que exponiendo la vida real, pero a través de un tamiz de prosa pulcra, efectiva y que cabalga entre lo popular y lo erudito. No por nada, el crítico literario brasileño Alfredo Bosi calificó la literatura de Rubem Fonseca como “brutalista”.

¿Pero cómo alcanzó la fama y el prestigio Rubem Fonseca? En los años 70 del siglo pasado existió un detonante para ello. Valdría la pena recordarlo. Hace casi medio siglo, y de súbito, el narrador fue víctima de la censura, pero al mismo tiempo del éxito. Lanzado al mercado editorial brasileño en octubre de 1975, Feliz año nuevo, libro que contiene una de las más famosas colecciones de cuentos de Fonseca, fue “recogido” de las librerías en diciembre del año siguiente. El argumento de los responsables de esta proscripción (el Departamento de Policía Federal) no tiene desperdicio documental: “Por exteriorizar materia contraria a la moral y las buenas costumbres”.

Como reacción, el narrador de entonces 50 años (habrá que recordar que Fonseca comenzó a publicar a los 38 años) entabló un proceso judicial contra la Unión que se desarrolló hasta 1989, año en que Fonseca obtuvo una decisión favorable a su querella, concedida por el Tribunal Regional Federal. Con esta acción pudo liberar una obra que actualmente es una referencia ineludible de la narrativa brasileña contemporánea.

Pero a la hora de su muerte, Rubem Fonseca ya estaba muy lejos de aquella censura. Luego de muchos éxitos en el circuito librero en portugués y en español (éxito que incluye títulos publicados en la década de los 80, como Grandes emociones y pensamientos imperfectos, Pasado negro o El gran arte; o bien en los 90 Agosto, El salvaje de la ópera o El agujero en la pared), Fonseca encontró un público lector cada vez más ávido de recibir sus implacables relatos, para convertirlo de esta manera en uno de los escritores vivos más significativos de América Latina.

Por ejemplo, en 2006, cuando se publicó en Brasil su libro de relatos Ella y otras mujeres, no sorprendió que algunos medios especializados en su nación hubieran celebrado casi por unanimidad su aparición, no sin dejar de señalar en alguno de los casos el ya conocido “antifeminismo” fonsequiano (que en realidad es un eufemismo de quienes lo han llamado abiertamente misógino).

Por citar varios casos, en el suplemento cultural Prosa y Verso, del periódico O Globo, se señaló que “un nuevo libro de Rubem Fonseca siempre causa una cierta fricción. Toda la prensa recibe el ejemplar el mismo día y devora su contenido con prisa, con el fin de saciar la curiosidad de los fans del escritor. (…) En una primera hojeada, se trata de un típico Fonseca: mucho sexo, violencia y obsesiones”.

Una segunda crítica, realizada por António Gonçalves el diario O Estado de São Paulo, consideró que “la complejidad de la ciudad moderna y su relación con el impulso erótico de sus habitantes ya fue exhaustivamente analizada por Roland Barthes. Ciertamente no vendría al caso retomar la discusión sobre la dimensión simbólica del lenguaje de la metrópoli, mediada por las mórbidas pasiones de sus ciudadanos. En tanto, es preciso decir: el cinismo de los personajes de Fonseca acabó contaminando a su autor”.

Un tercer caso, que no niega su admiración por el autor, fue la crítica ejercida un reseñista anónimo de Submarino libros, sitio web especializado en literatura: “El estilo que consagró a Rubem Fonseca como uno de los mayores autores brasileños contemporáneos se mantiene intacto. Sin embargo, Ella y otras mujeres lleva algunas de las características de su literatura a terrenos extremos. La concisión y la dureza del lenguaje, por ejemplo, consigue el pico en cuentos como , breve relato sobre el inicio y el fin de una relación amorosa, marcada por la carnalidad explícita y por una máxima del narrador: ‘En la cama no se habla de filosofía’”.

Como último ejemplo, vale la pena mencionar las consideraciones de un especialista en la obra de Fonseca: Deonísio da Silva, que publicó sus opiniones al respecto del libro de marras en el suplemento Almacén literario, de Observatorio de la prensa: “Está en librerías un nuevo libro de Rubem Fonseca, Ellas y otras mujeres. De esta manera, se hace entrega a ayunantes literarios otro libro de uno de nuestros mayores escritores. Y se trata justamente de una colección de cuentos, el género que el autor ha llevado más allá de nuestras fronteras, desde 1963, cuando irrumpió con Los prisioneros. No iba a escribir sobre la manera en que el nuevo libro fue recibido —un poco, para dar un tiempo, ya que escribí decenas de textos y tres libros sobre su obra—, pero luego de leer algunos artículos, consideré que los lectores merecen que fijemos otros parámetros y que al final ellos lean a Fonseca iluminados por visiones diversas. (…) Aquellos que reprueban las maledicencias de los textos se equivocan una vez más: ciertamente no conseguirán demostrar que son innecesarias o incoherentes, pues hasta las mismas derivaciones de ‘fornicar’, hoy incluso en boca de niños, no escandalizan más a nadie”.

Algunos con más veneración que otros, pero siempre con una infinita curiosidad literaria, vieron en cada nuevo libro de Rubem Fonseca la oportunidad renovada de confirmar sus filias con el filosísimo estilo del brasileño. Hosco, irónico y cargado de referencias sexuales y criminales, este narrador mineiro cumplió cabalmente hasta el final de sus días la máxima cortazariana del cuento: ganar, implacablemente, por nocaut.

Para rematar, cabría considerar que, al menos en las últimas tres décadas, Fonseca fue quizá el escritor más estudiado fuera de Brasil. Ello se debe, con seguridad, a que la crítica literaria y los propios lectores lo ubican como un renovador de la prosa, un maestro de la ficción policial no sólo de su país y su obra ya forma parte del canon latinoamericano.

En una entrevista llevada a cabo en la FIL Guadalajara en 2015, la escritora brasileña Paula Parisot me contó que el proceso de selección de autores para conformar su antología La invención de la realidad (editada por el sello mexicano Cal y Arena) fue un verdadero martirio. Debió serlo, no tengo ninguna duda. Porque, ¿cómo elegir sólo un puñado de relatos (uno por autor) de entre un mar de escritores brasileños contemporáneos de tan alta calidad? ¿Cómo evitar la sensación de equivocarse? ¿Cómo lidiar, ya impreso el libro, en contra de las voces que suelen reclamar la inclusión o exclusión de tal o cual autor?

Al respecto de Rubem Fonseca, quien era un autor ineludible en su antología, comentó algo con lo que me quedo para finalizar este texto: “Pienso que le aprendí en muchas etapas. Se sentaba a pensar conmigo la literatura; enseña a mirar. Rubem es generoso, te enseña todo lo que sabe, desde cómo se hace una investigación (literaria), pero su gran pasión es la poesía; pienso que fue en ese terreno en donde nos encontramos: nuestro amor a la poesía. Aunque él no es poeta, hizo un libro de relatos cortos con algo de poesía. Corto y brutal, eso es Fonseca; él no va andar escribiendo poemas de amor”.


La verdad duele, apesta, punza, incomoda. Es implacable. Por eso suele esquivarse o bien endulzarse, porque sólo así el ser humano se la traga, la digiere, la asimila, aunque después sea, inevitablemente, letal.

Mineiro de Juiz de Fora, Rubem Fonseca, nacido el 11 de mayo de 1925 y fallecido en Río de Janeiro el pasado miércoles, es considerado uno de los escritores más relevantes de Brasil en el último medio siglo. Y también, sobre todo, es un hábil esgrimista de esa verdad, que prefiere decir sin edulcorantes.

Así, su literatura suele presentar una verdad inusitada, una verdad que no quiere soslayar y que, al contrario, muestra sin titubeos. Su obra, publicada en una treintena de libros, está infestada por seres humanos verdaderos: millonarios o marginales, detectives o prostitutas, asesinos o melómanos, mirones o “femmes fatales”. Todos esos habitantes de sus cuentos y novelas conforman un muestrario del ser humano genuino, aquel que roba, mata, fornica, explota, va a misa, se confiesa y vuelve a mentir. En sus mentes no hay ensoñación, sino vil deseo. Pulsaciones vulgares. Hostilidad infinita.

La suya, además, es una narrativa dúctil, incisiva, feroz, en la que perfeccionó su capacidad de observación, concentrada en el lado sombrío del ser humano. Y esa mezcla produjo una obra literaria que examina con frialdad y crudeza las contradicciones sociales, para presentárselas a un lector que sabe que existen, pero que, en la mayoría de los casos, prefiere voltear hacia otro lado. Es por eso que hay quien le acusa de hacer “apología de la violencia”. Nada más lejano de la verdad: lo que construyó Fonseca es una acerada y cruel “estética de la violencia”. Y no había otra manera de lograrlo que exponiendo la vida real, pero a través de un tamiz de prosa pulcra, efectiva y que cabalga entre lo popular y lo erudito. No por nada, el crítico literario brasileño Alfredo Bosi calificó la literatura de Rubem Fonseca como “brutalista”.

¿Pero cómo alcanzó la fama y el prestigio Rubem Fonseca? En los años 70 del siglo pasado existió un detonante para ello. Valdría la pena recordarlo. Hace casi medio siglo, y de súbito, el narrador fue víctima de la censura, pero al mismo tiempo del éxito. Lanzado al mercado editorial brasileño en octubre de 1975, Feliz año nuevo, libro que contiene una de las más famosas colecciones de cuentos de Fonseca, fue “recogido” de las librerías en diciembre del año siguiente. El argumento de los responsables de esta proscripción (el Departamento de Policía Federal) no tiene desperdicio documental: “Por exteriorizar materia contraria a la moral y las buenas costumbres”.

Como reacción, el narrador de entonces 50 años (habrá que recordar que Fonseca comenzó a publicar a los 38 años) entabló un proceso judicial contra la Unión que se desarrolló hasta 1989, año en que Fonseca obtuvo una decisión favorable a su querella, concedida por el Tribunal Regional Federal. Con esta acción pudo liberar una obra que actualmente es una referencia ineludible de la narrativa brasileña contemporánea.

Pero a la hora de su muerte, Rubem Fonseca ya estaba muy lejos de aquella censura. Luego de muchos éxitos en el circuito librero en portugués y en español (éxito que incluye títulos publicados en la década de los 80, como Grandes emociones y pensamientos imperfectos, Pasado negro o El gran arte; o bien en los 90 Agosto, El salvaje de la ópera o El agujero en la pared), Fonseca encontró un público lector cada vez más ávido de recibir sus implacables relatos, para convertirlo de esta manera en uno de los escritores vivos más significativos de América Latina.

Por ejemplo, en 2006, cuando se publicó en Brasil su libro de relatos Ella y otras mujeres, no sorprendió que algunos medios especializados en su nación hubieran celebrado casi por unanimidad su aparición, no sin dejar de señalar en alguno de los casos el ya conocido “antifeminismo” fonsequiano (que en realidad es un eufemismo de quienes lo han llamado abiertamente misógino).

Por citar varios casos, en el suplemento cultural Prosa y Verso, del periódico O Globo, se señaló que “un nuevo libro de Rubem Fonseca siempre causa una cierta fricción. Toda la prensa recibe el ejemplar el mismo día y devora su contenido con prisa, con el fin de saciar la curiosidad de los fans del escritor. (…) En una primera hojeada, se trata de un típico Fonseca: mucho sexo, violencia y obsesiones”.

Una segunda crítica, realizada por António Gonçalves el diario O Estado de São Paulo, consideró que “la complejidad de la ciudad moderna y su relación con el impulso erótico de sus habitantes ya fue exhaustivamente analizada por Roland Barthes. Ciertamente no vendría al caso retomar la discusión sobre la dimensión simbólica del lenguaje de la metrópoli, mediada por las mórbidas pasiones de sus ciudadanos. En tanto, es preciso decir: el cinismo de los personajes de Fonseca acabó contaminando a su autor”.

Un tercer caso, que no niega su admiración por el autor, fue la crítica ejercida un reseñista anónimo de Submarino libros, sitio web especializado en literatura: “El estilo que consagró a Rubem Fonseca como uno de los mayores autores brasileños contemporáneos se mantiene intacto. Sin embargo, Ella y otras mujeres lleva algunas de las características de su literatura a terrenos extremos. La concisión y la dureza del lenguaje, por ejemplo, consigue el pico en cuentos como , breve relato sobre el inicio y el fin de una relación amorosa, marcada por la carnalidad explícita y por una máxima del narrador: ‘En la cama no se habla de filosofía’”.

Como último ejemplo, vale la pena mencionar las consideraciones de un especialista en la obra de Fonseca: Deonísio da Silva, que publicó sus opiniones al respecto del libro de marras en el suplemento Almacén literario, de Observatorio de la prensa: “Está en librerías un nuevo libro de Rubem Fonseca, Ellas y otras mujeres. De esta manera, se hace entrega a ayunantes literarios otro libro de uno de nuestros mayores escritores. Y se trata justamente de una colección de cuentos, el género que el autor ha llevado más allá de nuestras fronteras, desde 1963, cuando irrumpió con Los prisioneros. No iba a escribir sobre la manera en que el nuevo libro fue recibido —un poco, para dar un tiempo, ya que escribí decenas de textos y tres libros sobre su obra—, pero luego de leer algunos artículos, consideré que los lectores merecen que fijemos otros parámetros y que al final ellos lean a Fonseca iluminados por visiones diversas. (…) Aquellos que reprueban las maledicencias de los textos se equivocan una vez más: ciertamente no conseguirán demostrar que son innecesarias o incoherentes, pues hasta las mismas derivaciones de ‘fornicar’, hoy incluso en boca de niños, no escandalizan más a nadie”.

Algunos con más veneración que otros, pero siempre con una infinita curiosidad literaria, vieron en cada nuevo libro de Rubem Fonseca la oportunidad renovada de confirmar sus filias con el filosísimo estilo del brasileño. Hosco, irónico y cargado de referencias sexuales y criminales, este narrador mineiro cumplió cabalmente hasta el final de sus días la máxima cortazariana del cuento: ganar, implacablemente, por nocaut.

Para rematar, cabría considerar que, al menos en las últimas tres décadas, Fonseca fue quizá el escritor más estudiado fuera de Brasil. Ello se debe, con seguridad, a que la crítica literaria y los propios lectores lo ubican como un renovador de la prosa, un maestro de la ficción policial no sólo de su país y su obra ya forma parte del canon latinoamericano.

En una entrevista llevada a cabo en la FIL Guadalajara en 2015, la escritora brasileña Paula Parisot me contó que el proceso de selección de autores para conformar su antología La invención de la realidad (editada por el sello mexicano Cal y Arena) fue un verdadero martirio. Debió serlo, no tengo ninguna duda. Porque, ¿cómo elegir sólo un puñado de relatos (uno por autor) de entre un mar de escritores brasileños contemporáneos de tan alta calidad? ¿Cómo evitar la sensación de equivocarse? ¿Cómo lidiar, ya impreso el libro, en contra de las voces que suelen reclamar la inclusión o exclusión de tal o cual autor?

Al respecto de Rubem Fonseca, quien era un autor ineludible en su antología, comentó algo con lo que me quedo para finalizar este texto: “Pienso que le aprendí en muchas etapas. Se sentaba a pensar conmigo la literatura; enseña a mirar. Rubem es generoso, te enseña todo lo que sabe, desde cómo se hace una investigación (literaria), pero su gran pasión es la poesía; pienso que fue en ese terreno en donde nos encontramos: nuestro amor a la poesía. Aunque él no es poeta, hizo un libro de relatos cortos con algo de poesía. Corto y brutal, eso es Fonseca; él no va andar escribiendo poemas de amor”.


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