/ martes 23 de agosto de 2016

Desde tierras Olímpicas

En medio del frenesí de la clausura, con la entrada ya no ordenada (como en la inauguración) de las delegaciones, con el tumulto de atletas ingresando al Maracaná en medio de pegajosa samba, nos perdimos de observar a muchos abanderados.

Sabíamos, por ejemplo, que María del Rosario Espinoza había sido asignada, con toda razón, portadora mexicana, pero de pronto logramos ver con la bandera estadunidense a una chica de estatura incluso menor al tamaño del lábaro que cargaba. Era la nueva reina de la gimnasia artística, Simone Biles, quien con su 1.45 parecía hija de la voluntaria que caminaba a su lado. De posición impecable a cada paso (si lo hace a cada rutina, parecía absurdo que no lo consiguiera en este protocolo), con el rostro altivo y siempre concentrado en el frente, emitiendo de vez en vez una contagiosa sonrisa, Biles se despidió así de sus Olímpicos.

Sobre el sitio que ahora ocupa en la historia, ya se ha dicho bastante y parece innecesario seguir ahondando en él. La realidad es que su nuevo objetivo tiene que ser Tokio, donde veremos si es capaz de perpetuar el dominio más avasallante que se haya visto en la historia de su disciplina, con esos cuatro oros conseguidos con diferencias abismales.

Estados Unidos tuvo así el lujo de abrir Río 2016 con Michael Phelps como abanderado y de cerrarlo con Simone Biles. El primero ha hecho del epílogo de su carrera, una nueva marcha triunfal que engrandece todavía más el palmarés más imponente en la historia de estos Juegos; la segunda, ha iniciado un tanto tarde en los Olímpicos (recordemos que la gimnasia está limitada a mayores de 16 años y que en Londres ella tenía 15 y medio), pero lo hace con una impresión centelleante.

No sería raro que en cuatro años, en Tokio, ella misma vuelva a portar esa bandera. Claro, falta demasiado tiempo y para que eso suceda tienen que coincidir varios aspectos (que mantenga su nivel, que pueda ir a la apertura, que conserve una imagen impecable), pero desde ya es la principal opción en la Unión Americana. Sin Phelps ni Bolt, ella tiende a abrir los próximos Olímpicos como la primordial figura a resaltar.

Simone se ha ido de Río, a donde llegó como niña maravilla, convertida en toda una monarca, cuyo nombre tan pronto se coloca a la par o por encima, de los y de las más célebres de todos los tiempos. Twitter/albertolati

En medio del frenesí de la clausura, con la entrada ya no ordenada (como en la inauguración) de las delegaciones, con el tumulto de atletas ingresando al Maracaná en medio de pegajosa samba, nos perdimos de observar a muchos abanderados.

Sabíamos, por ejemplo, que María del Rosario Espinoza había sido asignada, con toda razón, portadora mexicana, pero de pronto logramos ver con la bandera estadunidense a una chica de estatura incluso menor al tamaño del lábaro que cargaba. Era la nueva reina de la gimnasia artística, Simone Biles, quien con su 1.45 parecía hija de la voluntaria que caminaba a su lado. De posición impecable a cada paso (si lo hace a cada rutina, parecía absurdo que no lo consiguiera en este protocolo), con el rostro altivo y siempre concentrado en el frente, emitiendo de vez en vez una contagiosa sonrisa, Biles se despidió así de sus Olímpicos.

Sobre el sitio que ahora ocupa en la historia, ya se ha dicho bastante y parece innecesario seguir ahondando en él. La realidad es que su nuevo objetivo tiene que ser Tokio, donde veremos si es capaz de perpetuar el dominio más avasallante que se haya visto en la historia de su disciplina, con esos cuatro oros conseguidos con diferencias abismales.

Estados Unidos tuvo así el lujo de abrir Río 2016 con Michael Phelps como abanderado y de cerrarlo con Simone Biles. El primero ha hecho del epílogo de su carrera, una nueva marcha triunfal que engrandece todavía más el palmarés más imponente en la historia de estos Juegos; la segunda, ha iniciado un tanto tarde en los Olímpicos (recordemos que la gimnasia está limitada a mayores de 16 años y que en Londres ella tenía 15 y medio), pero lo hace con una impresión centelleante.

No sería raro que en cuatro años, en Tokio, ella misma vuelva a portar esa bandera. Claro, falta demasiado tiempo y para que eso suceda tienen que coincidir varios aspectos (que mantenga su nivel, que pueda ir a la apertura, que conserve una imagen impecable), pero desde ya es la principal opción en la Unión Americana. Sin Phelps ni Bolt, ella tiende a abrir los próximos Olímpicos como la primordial figura a resaltar.

Simone se ha ido de Río, a donde llegó como niña maravilla, convertida en toda una monarca, cuyo nombre tan pronto se coloca a la par o por encima, de los y de las más célebres de todos los tiempos. Twitter/albertolati

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