/ jueves 18 de marzo de 2021

Alta Empresa | Narrativas para sobrevivir

Hablar del fin del mundo siempre ha sido complicado. La humanidad piensa desde hace ya varias décadas que el Apocalipsis se encuentra a la vuelta de la esquina, pero ninguna generación parece hacer nada para evitarlo.

La contradicción es exasperante. Algunos sostienen que la religión ha contribuido a consolidar esta inmovilidad al promover la idea de que el mundo físico es la antesala a un estadio espiritual donde el individuo encontrará la verdadera felicidad, invencible y eterna. Sin embargo, no se necesita ser creyente para temer el fin del mundo: muchos laicos están convencidos de que el final es inminente, pero tampoco lucen particularmente motivados en sus esfuerzos por cancelar el Apocalipsis.

Parte del problema radica en pensar que finalizaremos nuestra vida sin experimentar lo peor de los estragos apocalípticos. Los condenados a pagar los platos rotos serán las generaciones futuras (nuestros nietos y bisnietos), quienes en términos prácticos son una mera abstracción. Hasta hace apenas unos meses, estábamos conscientes de que el calentamiento global y la depredación ambiental representaban un riesgo monumental que podría aniquilar a la civilización como la conocemos, pero nos rehusábamos a actuar en consecuencia debido a nuestra negativa a transformar nuestro estilo contaminante de vida. “No es posible parar al mundo”, afirmábamos con resignación fingida.

Ahora que la pandemia de la COVID-19 nos ha mostrado que el mundo sí puede detenerse y hemos alterado significativamente nuestro quehacer cotidiano en aras de sobrevivir, no podemos regresar a la narrativa del egoísmo y la negación. Es tiempo de evolucionar y encontrar nuevas narrativas que nos permitan pelear contra la degradación planetaria y garantizar nuestra existencia.

La participación del sector privado es fundamental en este cambio de paradigma. La narrativa que se limitaba a sostener que la única obligación de la empresa era generar utilidades resulta insuficiente. El desafío radica en que buena parte de la comunidad empresarial aún conciben a la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) como una simple acción de relaciones públicas, totalmente disociada de los aspectos estratégicos del negocio. La mayoría aún piensa que la RSE se reduce a donar dinero, conseguir el distintivo del Centro Mexicano de Filantropía (Cemefi), obtener el visto bueno de Great Place to Work, ahorrar energía o aparecer con un cheque en el Teletón. Todas estas acciones no significan nada si las instituciones se rehúsan a interiorizar la RSE como una cultura de gestión para conectar a la organización con el desarrollo de la sociedad en cuatro dimensiones: bienestar de sus miembros, respeto al medio ambiente, relación productiva con su comunidad y, sobre todo, ética en la toma de decisiones.

No sólo se trata de “portarse bien” frente a la sociedad, sino asumir que las buenas prácticas de RSE son esfuerzos que tarde o temprano serán redituables económicamente. A final de cuentas, todo se sintetiza una lógica indiscutible: no hay empresa triunfante sin sociedad exitosa. Pensar lo contrario es una peligrosa alucinación. @mauroforever mauricio@altaempresa.com

Hablar del fin del mundo siempre ha sido complicado. La humanidad piensa desde hace ya varias décadas que el Apocalipsis se encuentra a la vuelta de la esquina, pero ninguna generación parece hacer nada para evitarlo.

La contradicción es exasperante. Algunos sostienen que la religión ha contribuido a consolidar esta inmovilidad al promover la idea de que el mundo físico es la antesala a un estadio espiritual donde el individuo encontrará la verdadera felicidad, invencible y eterna. Sin embargo, no se necesita ser creyente para temer el fin del mundo: muchos laicos están convencidos de que el final es inminente, pero tampoco lucen particularmente motivados en sus esfuerzos por cancelar el Apocalipsis.

Parte del problema radica en pensar que finalizaremos nuestra vida sin experimentar lo peor de los estragos apocalípticos. Los condenados a pagar los platos rotos serán las generaciones futuras (nuestros nietos y bisnietos), quienes en términos prácticos son una mera abstracción. Hasta hace apenas unos meses, estábamos conscientes de que el calentamiento global y la depredación ambiental representaban un riesgo monumental que podría aniquilar a la civilización como la conocemos, pero nos rehusábamos a actuar en consecuencia debido a nuestra negativa a transformar nuestro estilo contaminante de vida. “No es posible parar al mundo”, afirmábamos con resignación fingida.

Ahora que la pandemia de la COVID-19 nos ha mostrado que el mundo sí puede detenerse y hemos alterado significativamente nuestro quehacer cotidiano en aras de sobrevivir, no podemos regresar a la narrativa del egoísmo y la negación. Es tiempo de evolucionar y encontrar nuevas narrativas que nos permitan pelear contra la degradación planetaria y garantizar nuestra existencia.

La participación del sector privado es fundamental en este cambio de paradigma. La narrativa que se limitaba a sostener que la única obligación de la empresa era generar utilidades resulta insuficiente. El desafío radica en que buena parte de la comunidad empresarial aún conciben a la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) como una simple acción de relaciones públicas, totalmente disociada de los aspectos estratégicos del negocio. La mayoría aún piensa que la RSE se reduce a donar dinero, conseguir el distintivo del Centro Mexicano de Filantropía (Cemefi), obtener el visto bueno de Great Place to Work, ahorrar energía o aparecer con un cheque en el Teletón. Todas estas acciones no significan nada si las instituciones se rehúsan a interiorizar la RSE como una cultura de gestión para conectar a la organización con el desarrollo de la sociedad en cuatro dimensiones: bienestar de sus miembros, respeto al medio ambiente, relación productiva con su comunidad y, sobre todo, ética en la toma de decisiones.

No sólo se trata de “portarse bien” frente a la sociedad, sino asumir que las buenas prácticas de RSE son esfuerzos que tarde o temprano serán redituables económicamente. A final de cuentas, todo se sintetiza una lógica indiscutible: no hay empresa triunfante sin sociedad exitosa. Pensar lo contrario es una peligrosa alucinación. @mauroforever mauricio@altaempresa.com

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