/ sábado 20 de enero de 2024

Disco duro | Prensa: el anhelo de incondicionalidad 

Con el tiempo, lejos de serenarse, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha radicalizado su odio a los medios de comunicación. Son, para él, un simple instrumento del conservadurismo. Si critican es porque están enojados por los privilegios que perdieron, por el dinero que les quitó vía la publicidad oficial y otros contratos.

Para él no existe la crítica de buena fe, ni fundada. Echar mano de ese reduccionismo le ha servido para ya no tener que explicar cuando se le cuestiona algún aspecto de sus políticas públicas: desabasto de medicinas, búsqueda de desaparecidos, el manejo del Covid-19, críticas a sus proyectos prioritarios (Tren Maya, AIFA, Dos Bocas), la inseguridad que ha crecido, la corrupción en su entorno cercano... Nada, todo es, según su mirada, inquina de los medios enojados.

Que ha habido mucha crítica gratuita y grosera, claro que la ha habido. Pero es la que se debería desechar y minimizar según quién la emita. Pero no. En lugar de hacer un trabajo de inteligencia mediática, día con día las quejas son de los mismos columnistas y medios que ya se sabe que son opositores, que ya se sabe que postulan otro proyecto de nación, y entre los cuales también hay matices, pues algunos pueden traer fuentes serias que entonces sí hay que refutar.

Pero no, no se diferencia nunca crítica basura de crítica fundada. Todos, parejo, cobraban publicidad oficial el sexenio pasado, lo cual es, invariablemente, según él, prueba de que había corrupción y un “pacto de silencio”. A planteamientos críticos de algunos reporteros que osan llevarle la contraria en la mañanera responde exhibiendo lo que ganaban sus dueños el sexenio pasado. “Por eso están enojados, eso es todo”.

No hay para él, no puede haber otra explicación de las críticas que la mala fe. Porque en su desmesura ¿quién podría oponerse, sin dinero de por medio, a sus políticas? Nadie. Sólo pagándoles.

En este sentido, no hay posibilidad real de diálogo en las conferencias mañaneras. “Tu no me vas a emplazar; tu no me vas a poner la agenda; tu medio miente”, y se aborta cualquier esgrima verbal inteligente. No es cierto que haya un diálogo circular como él presume.

Para él, el ejemplo de periodista honesto es Francisco Zarco, que se comprometió con el proceso de transformación de su tiempo. Por ende, los únicos periodistas válidos son los que están con la transformación, los que estén con su movimiento. Visión inaceptable en cualquier código de ética o deontológico de cualquier medio en el mundo. Ser amanuenses del poder, transcriptores de boletines y de solo una versión de los hechos no puede ser la misión de nadie.

También cierra el Presidente sus diarias diatribas contra la prensa con un planteamiento contradictorio: “pero a esos medios críticos y corruptos nadie les cree, el pueblo está muy avispado, nadie los ve ya, ni los lee…”

Uno se pregunta entonces: si son tan intrascendentes, ¿por qué el enojo? Si no pesan, si carecen de credibilidad ciudadana, ¿para qué dedicarles tanto tiempo de su valioso tiempo presidencial? Total, si ya no tienen influencia social, ¿qué importan?

Suele incluir, además, un mensaje de soberbia: “Y que quede claro que pese a las críticas, no hemos cerrado ningún medio, ni pedido que despidan a nadie. Es un momento estelar de la libertad de expresión, donde todo mundo puede decir lo que quiere y hasta cometer excesos sin que haya represalias”.

Lo cual es cierto, pero entonces, ¿debemos agradecerle al Príncipe nuestro derecho a la libertad de expresión?, ¿agradecerle que nos haya dejado vivos y trabajando?

En democracia, las libertades y los derechos constitucionales no se agradecen, se ejercen.

Con el tiempo, lejos de serenarse, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha radicalizado su odio a los medios de comunicación. Son, para él, un simple instrumento del conservadurismo. Si critican es porque están enojados por los privilegios que perdieron, por el dinero que les quitó vía la publicidad oficial y otros contratos.

Para él no existe la crítica de buena fe, ni fundada. Echar mano de ese reduccionismo le ha servido para ya no tener que explicar cuando se le cuestiona algún aspecto de sus políticas públicas: desabasto de medicinas, búsqueda de desaparecidos, el manejo del Covid-19, críticas a sus proyectos prioritarios (Tren Maya, AIFA, Dos Bocas), la inseguridad que ha crecido, la corrupción en su entorno cercano... Nada, todo es, según su mirada, inquina de los medios enojados.

Que ha habido mucha crítica gratuita y grosera, claro que la ha habido. Pero es la que se debería desechar y minimizar según quién la emita. Pero no. En lugar de hacer un trabajo de inteligencia mediática, día con día las quejas son de los mismos columnistas y medios que ya se sabe que son opositores, que ya se sabe que postulan otro proyecto de nación, y entre los cuales también hay matices, pues algunos pueden traer fuentes serias que entonces sí hay que refutar.

Pero no, no se diferencia nunca crítica basura de crítica fundada. Todos, parejo, cobraban publicidad oficial el sexenio pasado, lo cual es, invariablemente, según él, prueba de que había corrupción y un “pacto de silencio”. A planteamientos críticos de algunos reporteros que osan llevarle la contraria en la mañanera responde exhibiendo lo que ganaban sus dueños el sexenio pasado. “Por eso están enojados, eso es todo”.

No hay para él, no puede haber otra explicación de las críticas que la mala fe. Porque en su desmesura ¿quién podría oponerse, sin dinero de por medio, a sus políticas? Nadie. Sólo pagándoles.

En este sentido, no hay posibilidad real de diálogo en las conferencias mañaneras. “Tu no me vas a emplazar; tu no me vas a poner la agenda; tu medio miente”, y se aborta cualquier esgrima verbal inteligente. No es cierto que haya un diálogo circular como él presume.

Para él, el ejemplo de periodista honesto es Francisco Zarco, que se comprometió con el proceso de transformación de su tiempo. Por ende, los únicos periodistas válidos son los que están con la transformación, los que estén con su movimiento. Visión inaceptable en cualquier código de ética o deontológico de cualquier medio en el mundo. Ser amanuenses del poder, transcriptores de boletines y de solo una versión de los hechos no puede ser la misión de nadie.

También cierra el Presidente sus diarias diatribas contra la prensa con un planteamiento contradictorio: “pero a esos medios críticos y corruptos nadie les cree, el pueblo está muy avispado, nadie los ve ya, ni los lee…”

Uno se pregunta entonces: si son tan intrascendentes, ¿por qué el enojo? Si no pesan, si carecen de credibilidad ciudadana, ¿para qué dedicarles tanto tiempo de su valioso tiempo presidencial? Total, si ya no tienen influencia social, ¿qué importan?

Suele incluir, además, un mensaje de soberbia: “Y que quede claro que pese a las críticas, no hemos cerrado ningún medio, ni pedido que despidan a nadie. Es un momento estelar de la libertad de expresión, donde todo mundo puede decir lo que quiere y hasta cometer excesos sin que haya represalias”.

Lo cual es cierto, pero entonces, ¿debemos agradecerle al Príncipe nuestro derecho a la libertad de expresión?, ¿agradecerle que nos haya dejado vivos y trabajando?

En democracia, las libertades y los derechos constitucionales no se agradecen, se ejercen.